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SI UN SER QUERIDO SE HA CONVERTIDO EN UN VURDALAK de SAM J. MILLER Trad. Manuel Álvarez

  • Sam J. Miller
  • hace 1 día
  • 17 Min. de lectura

Los libros de Sam J. Miller han sido llamados “lecturas obligadas” y “mejores del año” por USA Today , Entertainment Weekly , NPR y O: The Oprah Magazine , entre otros. Su trabajo ha ganado los premios Nebula, Locus y Shirley Jackson, así como el que, con suerte, pronto cambiará de nombre a John W. Campbell Memorial Award. También es el último de una larga lista de carniceros. Sam vive en la ciudad de Nueva York y en samjmiller.com. El cuento original fue nominado al Premio Bram Stoker en 2023 y hoy lo tenemos traducido por Manuel Álvarez.






Mi hermano en la galería de mi casa llorando mi nombre, empapado y sin abrigo en la lluvia fría y primaveral, sin otro lugar en el mundo a dónde ir, preguntándose por qué no lo dejo entrar.

Mi hermano quedándose en la casa de mamá, aprovechándose, como siempre hacía, de su debilidad; yo llamándola todos los días esperando el momento en que se le escape que la televisión desapareció o que falta una tarjeta de crédito.

Mi hermano llamando a las cuatro de la mañana, suplicando por cincuenta dólares pero olvidando el nombre de usuario de su última cuenta en Paypal, Zelle, Venmo o CashApp, la anterior habiendo sido cerrada como todas las demás por actividad fraudulenta.

Pienso en Planck ahora y es mierda como esta lo que se me viene a la cabeza. Lo cual es tan profundamente triste que me hace enojar aún más con él.

Somos gemelos. Nuestros primeros quince años fueron una burbuja de felicidad compartida y aventuras mal aconsejadas, un lenguaje secreto y todo eso; nosotros contra el mundo, pero ahora su nombre aparece en mi teléfono o un viejo amigo pregunta cómo está y no pienso en saltar cercas para robar manzanas del jardín de un vecino, ni en vestirnos igual para hacer bromas inquietantes en público. Pienso en los ojos vacíos y hundidos de mi hermano al otro lado de la mesa en la cena de Acción de Gracias (hace seis años, la última vez que fue invitado). Pienso en mi hermano rebajándose en un video asqueroso de porno no profesional que un supuesto amigo me envió.

Planck y Faraday, nombrados por nuestra madre después de dos constantes científicas, destinados a ser "universales e inmutables", el uno para el otro... pero la única constante en la vida adulta de Planck es, fue y será la adicción.

Es un error de percepción común que los vurdalaks son una subespecie de vampiro. Es cierto que ambas criaturas están muertas y drenan la fuerza vital de los vivos, pero los estudios etno-arqueológicos han rastreado líneas de descendencia distintas.

Los vampiros, como todos saben, se originaron en Egipto, y aunque falta consenso científico sobre el origen de los vurdalaks, la mayoría de los investigadores creen que provienen del Este de Europa. El primer uso conocido de la palabra es en ruso, en un poema de Pushkin, y los estudiosos del tema todavía discuten si la inventó él o si simplemente citaba una tradición folklórica que no había sido registrada previamente.

Durante casi un siglo, se decía que los vurdalaks subsistían gracias a la sangre, pero ahora se cree que esto es un vestigio de un período académico anterior, cuando las subespecies parahumanas se comprendían menos y las cepas intermedias fuera de las categorías principales de vampiros, hombres lobo y zombis solían agruparse con alguna de esas. Hay casos documentados de vurdalaks consumiendo sangre, pero esto generalmente se atribuye a la confusión sobre su propio mecanismo de alimentación, o al deseo de ser erróneamente considerados vampiros.

La característica simple, única y aterradora que define a los vurdalaks es la siguiente: la animación post-mortem solo puede ser sostenida alimentándose de personas que los amen.

Los extraños y meros conocidos les son tóxicos. Los vurdalaks solo pueden obtener sustento en la presencia de amor genuino.

Los vampiros pueden tomar decisiones éticas sobre con quién se alimentan y cómo lo hacen. Los vurdalaks no tienen esa libertad.

La muerte era solo un paso más por la larga y rocosa escalera hacia el fondo para Planck. No sé cómo ni cuándo sucedió, solo sé que un día apareció mucho más pálido de lo que había sido siempre. Evitando la luz del sol más de lo normal. Dispuesto a mostrarme trucos de mierda como cortarse y que no le saliera sangre.

Estuve preguntando por ahí. Hoy en día todo gay conoce uno o dos vurdalaks, así como también todos tenemos amigos que cayeron víctimas de tina, también conocida como christina, también conocida como metanfetamina.

Ya había escuchado hablar de los montones de abrazos para adictos. Un grupo de cabezas de cristal conseguirían un cuarto de hotel y pasarían días cogiendo y dando portazos y durmiendo. División de costos y reducción constante de estándares. Perder el contacto con la realidad.

Resulta que a los vurdalaks les encanta esa escena. Dado que consumen rápidamente o alienan a todos los que los aman, tienen que formar nuevos lazos. Hacer que nuevas personas se enamoren de ellos. Así que encuentran una orgía para drogadictos en Grindr, se presentan, se fijan en alguien drogado, desesperado y atrapado por sentimientos extremos, les muestran un poco de amabilidad y mucha disponibilidad sexual, y, pum. Dale un par de días y esa persona se habrá enamorado de ellos. Lo que significa que pueden alimentarse de esa persona. Y tal vez convertirlos.

Entonces así es como imagino que sucedió. Él terminó en una orgía un martes y para el viernes ya era su comida. Un monstruo para el lunes.

Planck siempre fue de los que se enamoran rápido. Eso es algo que también me pasa a mí.

Pero el lado positivo de descubrir a los quince años que tenés una asombrosa propensión genética a la adicción es que aprendés qué señales de peligro evitar. Perdí a mi hermano, pero gané límites. Muros que podía construir alrededor de mi corazón. Así que nunca experimenté con ninguna sustancia y aprendí a no confiar ni satisfacer mis propias necesidades.

El sexo estaba bien. El sexo era fácil. Pero el amor era trabajo, era estrés, era riesgo.

Me mantuve alejado.

Se cree que la población de vurdalaks es la más pequeña de las subespecies sobrenaturales confirmadas y, sin duda, la menos estudiada. La mayor parte de la investigación sobre el tema se originó en la URSS o en los EE.UU., y a lo largo de su existencia, ambas naciones fueron conocidas por los estándares no éticos del tratamiento científico de seres sintientes, así como por la duda sobre el “consentimiento” en sus tradiciones históricas de investigación.

Un artículo soviético de 1979 sigue siendo el más citado y, aunque está claro, leyendo entre líneas, que los sujetos del estudio estaban encarcelados y su participación no fue voluntaria —y posiblemente inducida bajo extrema coacción— ninguna investigación posterior refutó sus datos principales. Lo más destacado entre ellos es aquel detalle que explica otra gran diferencia entre los vurdalaks y los vampiros: uno no puede convertirse en un vurdalak por accidente, ni en contra de su voluntad. Tiene que consentirlo. Tiene que abrazarlo.

Lo googleé.

Googleé: alimentación Vurdalak.

Un hombre en el suelo, su cuerpo retorcido en un ángulo antinatural, como si estuviera en medio de retorcerse para alejarse de algo cuando se quedó congelado. Una nena agachada detrás de él, presionando su frente contra su cuello. Una mujer fuera de cámara, llorando, ¡cariño, ese es tu PAPÁ!

Por favor, cariño, pará, es tu PAPÁ, lo estás MATANDO.

El contacto piel con piel es todo lo que se necesita, dijo un comentario.

Falso, dijo otro.

Ese tipo murió, dijo un tercero.

Googleé: entrevista Vurdalak.

Googleé: Vurdalak hambriento.

Googleé: Vurdalak a la luz del sol.

Ese tuve que verlo con el sonido apagado… y aun así. Era demasiado.

La mitad de lo que encontré era una mierda. Y la otra mitad era tan horrible que recé para que también fuera una mierda.

Me prometí dejar de googlear.

A las tres de la tarde del día siguiente, un hilo de mensajes de Planck. Me pregunté si eso significaba que se había levantado temprano o si había estado despierto hasta tarde. Si los vurdalaks vivían una vida completamente nocturna en su después de la muerte.

Tenía muchas preguntas. Y cada vez que lo llamaba o le mandaba un mensaje para intentar mantener una conversación, me pedía venir. Así que dejé de intentarlo.

No soy nuestra mamá. No voy a dejar que se acerque a mí.

Visité a Alavi este fin de semana, dice. Un ex mío.

No te preocupes, no me hice pasar por vos. Sé que sabe que tenés un gemelo, así que pensé que se iba a dar cuenta.

Todavía debe estar enganchadísimo con vos, si accedió a verme. Y luego accedió a invitarme después de ver mi estado actual.

Su amor por vos era jodidamente delicioso. La fuerza vital de los extraños suele ser tan dulce que me da arcadas, y tan tóxica que me vuelvo catatónico si tomo más de la mínima cantidad, pero la suya era vertiginosa. Es tan raro cómo funciona. Como si su amor por vos fuera casi amor por mí.

Pero no me llenaba, no importaba cuánto me alimentara.

Siguieron viniendo. No respondí.

Alavi había sido un romance breve para mí, un divertido fin de semana en Fire Island y algunas semanas veraniegas en la ciudad. Nunca se me ocurrió que podía significar más para él. Que sus sentimientos podían ser tan fuertes que un monstruo pudiera saborearlos años después.

O quizás lo sabía. Quizás lo había visto en sus ojos y escapé gritando hacia la salida. O el mecanismo era aún más raro, un aroma subliminal de afecto que me hizo terminar con Alavi sin siquiera saber por qué lo estaba haciendo.

Quizás toda mi vida había hecho un buen trabajo protegiéndome. Una cosa más de la que culpar a Planck. Empecé a repasar el archivo mental, el pantano vacío que es mi historial de relaciones, preguntándome qué flores podían haberse transformado en algo grande. Los caminos que podían haberme llevado a algún lugar diferente a mi absoluta soledad actual.

Acá está lo que estuve tratando de no decir: mamá está enferma. Ella no lo dijo, pero veo el pánico familiar avergonzado y asustado en sus ojos cuando hacemos videollamadas y las sombras debajo de ellos. Mamá está enferma, y sé que es culpa de Planck. Cuando él aparece en su puerta llorando pidiendo ayuda, ella lo invita a entrar. Excepto que ahora ya no solo le saca la plata de su cartera; directamente le absorbe la fuerza vital.

Entonces, obviamente no estoy pensando con claridad. Estoy haciendo boludeces. Estoy tan desesperado que recurrí a folletos baratos y santurrones de algún centro de recuperación cuasi-religioso que encontré en la consulta de mi médico.

Entonces, un ser querido se ha convertido en un vurdalak. Por favor, acepte nuestro más sentido pésame y la validación de cualquier miedo o la ira o el dolor que pueda estar experimentando. El número de teléfono gratuito y la página web están disponibles las 24 horas del día en caso de que necesite asesoramiento o ayuda de emergencia.

Dado que los vurdalaks no son muy conocidos en comparación con otros post-humanos sobrenaturales documentados científicamente, en este folleto hemos intentado arrojar algo de luz sobre su historia y sus realidades operativas y mecanismos de acción. Pero, por favor, comprenda que no es más necesario que conozca esto de lo que lo sería la logística del marketing deshonesto de opiáceos de la industria farmacéutica si un ser querido se volviera adicto al OxyContin.

Sabemos que tiene preguntas. Pero, al fin y al cabo, un adicto es un adicto. Y a veces comprenderlos es peligroso.

Aparecí en la casa de Alavi. No sé por qué. Para asegurarme de que no estaba muerto, supongo. No vurdalakificado. Pero también. Quería ver qué sentía, cuando lo viera. Si podía sentir algo.

No toqué el timbre. Eso me pareció invasivo: algo que sólo se hace cuando te dieron un consentimiento tácito. Si sos el repartidor que aparece con la comida que se pidió por delivery. O un levante, que llega para el encuentro que pidieron expresamente.

Le mandé un mensaje de texto desde la vereda: ¡Sorpresa! Perdón por aparecer sin avisar. Mi hermano me dijo que te vio, así que supongo que probablemente tengo que pedirte disculpas. Por su mal comportamiento. Y quizás por el mío. ¿Puedo subir? O, si preferís, ¿podés bajar y vamos a tomar un café?

Fui un poco una mierda. Un poco manipulador. Apostando por sus sentimientos hacia mí; seguramente querría una disculpa; esperaría que esto fuera una señal de que ya había superado mis problemas y tal vez podíamos empezar de cero. No lo vi hasta que lo mandé. Pero una vez que lo hice, me sentí un idiota.

La puerta hizo ruido. Empujé al instante, por reflejo, perfeccionado a lo largo de docenas de visitas en edificios de departamentos de toda la ciudad donde el timbre no duraba lo suficiente para atravesar las dos puertas y tenía que soportar la agonía de volver a tocar timbre.

Tantos encuentros puntuales. Tantos edificios extraños. Tan pocas citas, tan pocos novios. ¿Y si, después de todo, yo era un adicto? ¿Enganchado al anonimato, a tipos que nunca volvería a ver? ¿Automedicándome con sexo sin sentido?

«Hola», dijo Alavi cuando abrió la puerta de su departamento. La luz del sol llenaba el espacio, sin aparente efecto negativo sobre él. Parecía sano. Pero parecía triste. Y no podía mantener el contacto visual más de una fracción de segundo. «Qué sorpresa».

«Perdón», dije. «Sé que esto es súper raro. Pero estaba preocupada por vos. Mi hermano es un. . . »

«Sí», dijo, dándose la vuelta y haciéndome señas para que le siguiera al apartamento. «Lo sé».

«¿Qué? ¿Lo sabés?», le dije. «Sólo me pregunto qué te dijo».

Sería como si Planck admitiera ser un adicto al cristal pero omitiera la parte de ser un chupador de fuerza vital post-mortal.

«¿Querés té?», preguntó. «Me dijo que es uno de esos... los vampiros que no toman sangre».

«Un vurdalak».

Alavi se encogió de hombros. Puso la olla a hervir. La cocina estaba hecha un desastre. No había esperado a nadie. Si hubiera sido yo, me habría enojado por tener mi desorden expuesto a ojos ajenos, pero Alavi parecía no tener problema con eso. Un hombre bajo, gordito, barbudo y hermoso, a quien yo había hecho mal.

«¿Estás bien? Me dijo que... se alimentó de vos».

Alavi se rio, por el doble sentido. Me miró cínicamente. «Sí. Estoy bien. Fue agradable, al principio. Una linda sensación, un poco como E. Ya sabés. Feliz, extático. Una sensación de un profundo vínculo real con alguien. Pero entonces empecé a marearme, a vomitar, a sentir náuseas. Intenté decirle que parara pero no podía hablar. No podía moverme. Entré en pánico, pensé que iba a matarme. Pero paró. La verdad no duró tanto».

«¿Preguntó primero? ¿Antes de alimentarse?».

«Lo hizo», dijo, evitando el contacto visual de nuevo. «Pero ya me conocés. Una vez que empieza el sexo nunca podría decir que no, a cualquier locura que alguien me pida que haga».

Yo no lo conocía, no así. ¿O sí? ¿También yo le había pedido algo que él no quería, y él había accedido porque valoraba más mi afecto que su propia seguridad? ¿Su necesidad de intimidad superaba su amor propio?

«Sé que esto es inapropiado», le dije. «Es una conversación que debería tener con él, pero no puedo arriesgarme a dejar que se acerque».

«Está bien», dijo Alavi. Y me pregunté si por eso había dicho que sí cuando Planck llamó a la puerta. Si dejó que lo dejara seco con la esperanza de que me convenciera.

Los dos estábamos rotos. Planck y yo: dos monstruos, luchando en una guerra de poderes con dobles como Alavi y nuestra madre.

«¿Y te preguntó si querías ser como él? La teoría es que tenés que elegir. No podés convertirte en uno contra tu voluntad».

Alavi negó con la cabeza. «No. Pero pregunté, después. Cómo sucede. No porque quisiera, sino por curiosidad. Dijo que nunca había convertido a nadie. Y que no quería hacerlo. Porque sabe que es super jodido, y no quería hacer pasar a nadie más por el infierno que él pasó. Dijo que el tipo que lo convirtió lo hizo porque ya había quemado todos sus puentes, no podía entrar a ninguna de las fiestas sexuales donde solía encontrar tipos para... ya sabés. Desarrollar sentimientos por él. Aparentemente Planck podía acceder a un montón de espacios que estaban cerrados para él, y entonces podía dejar entrar al tipo. Algo así. Estaba un poco mareado, fuera de mí, no lo seguía del todo».

Se levantó para servir el té y trajo dos tazas. Me senté y vi cómo el vapor se desenrollaba a la luz del sol de la tarde. Me senté y quise decir algo, pero no pude. Al final tomé un sorbo de té: jengibre, una marca caribeña instantánea que venía en polvo, tan fuerte que me hacía achinar los ojos.

«Pero dijo algo más», continuó Alavi, y yo no quería escuchar más, no quería estar ahí con ese chico que se preocupaba por mí, al que yo había lastimado, no quería hacerle abrirse más las venas por mí... pero cortar y escapar era egoísta, era lo que yo siempre hacía, así que me senté y sorbí y sonreí y escuché.

«¿Dijo que no quería convertir a alguien? Pero que podía. A veces no puede controlarse. A veces tiene tanta necesidad y cuando empieza a alimentarse se siente tan bien que hace cosas realmente malas».

No existe un consenso terapéutico sobre la mejor manera de llevar una relación con alguien que se convirtió en un vurdalak. La mayoría de los centros de tratamiento convencionales aconsejan tratar a un vurdalak como lo harías con cualquier adicto que te importa: asegurarse de que sepan que usted está disponible cuando estén listos para recibir ayuda, permanecer en sus vidas lo suficiente como para que confíen y estén abiertos a tu apoyo cuando estén listos para buscar la sobriedad, pero que los intentos de interacciones más profundas y significativas son peligrosos, tanto para usted ya que tratarán de aprovecharse como para ellos, ya que estas relaciones pueden volverse habilitantes y evitar que busquen la ayuda que realmente necesitan.

Pero aquí, en Skye Island Lighthouse, somos inequívocos. No hay forma segura de mantener a un vurdalak en tu vida. Sólo el dolor puede venir de él.

Porque para un vurdalak, no existe la sobriedad. No hay esperanza de recuperación.

Aunque sabía que era una idiotez, fui a ver a mi mamá.

Primero la llamé para asegurarme de que Planck no estuviera ahí. Me dijo que estaba en la ciudad el fin de semana, lo que parecían confirmar sus publicaciones en las redes sociales. Así que me sentí seguro de que estaba a salvo de verlo.

Pero aun así. Fue una estupidez. Peligroso.

Porque mi mamá y yo somos iguales. Cada uno tiene su kriptonita. La persona a la que no podemos decirle que no. Para ella es Planck. Para mí es ella.

Él se alimentaba de ella porque ella todavía lo amaba, posiblemente la última que lo hacía y que lo dejaba acercarse a menos de quince metros. Pero alimentarse de ella no era lo único. La convertiría. Ella siempre podía hacer lo que él pedía. Y yo no podía separarlos. La convertiría para llegar a mí.

Y sé que ella no querría hacerlo. Pero si él le suplicaba, si le decía cuánto la necesitaba, si le decía cuánto dolor tenía, un dolor que solo ella podía ayudar a terminar, lo haría.

Yo era al que él quería. El que más lo quería. Porque el amor seguía ahí. Él lo sabía, y yo lo sabía. Incluso si el amor era mayormente superado por el odio.

Hay mucho más que decir sobre los vurdalaks de lo que cabría en este folleto. Visite nuestro sitio web para obtener más recursos. Utilice la contraseña vurd4l4k para acceder a la sección Opciones de crisis.

«Estoy bien», dijo, fumando en la galería y con aspecto de haber acumulado diez años más de los sesenta y cinco que tenía en realidad.

«Te está matando», dije. «No puedo creer que no lo veas».

«Él nunca me lastimaría», dijo ella.

«Te dio una piña en la cara cuando lo encontraste robándote de la cartera cuando teníamos diecisiete años», le dije.

«Eso fue diferente», dijo ella. «Esos chicos a los que les debía plata...».

«Sabés que no».

Ella lo sabía. Se estremeció en su asiento. Ni siquiera hacía tanto frío. Le tendí la mano y ella la recibió, la apretó con fuerza. Sentí como si sus huesos se hubieran encogido.

Todavía estaba en la galería a las tres de la mañana, solo, cuando Planck regresó.

«¡Faraday!», llamó, la voz de mi hermano sin cambios, hinchándome el corazón de tal manera que casi lloro. Salió de su auto —al menos había conseguido no venderlo— y la tenue luz lo convirtió en el niño que había sido, mi doble, mi corazón. Su rostro intacto. Su corazón monstruoso.

«Hola, hermano», le dije, y él corrió hacia el pasto y me envolvió en el abrazo más fuerte que jamás me habían dado.

Me preparé. Podía hacerlo. Tomarme. Su frente estaba apoyada en mi cuello desnudo. Contacto piel con piel. Pero no había dicha, ni náuseas. Sólo Planck. El placer de él. La pieza que faltaba en mi rompecabezas.

«Estoy jodidamente feliz de verte, hermano», dijo, y pude escuchar la pena en su voz. El dolor. La sed. «Gracias».

«Te quiero, hermano».

Si un ser querido se ha convertido en un vurdalak, debe saber esto: lo necesita más que a nada en la tierra, lo que significa que usted es su mayor debilidad. Es cierto que pueden manipularlo y lo harán, pero ellos pueden ser manipulados mucho más fácilmente.

«¿Adónde vamos?», dijo abrochándose el cinturón.

«Quiero tener una charla sincera con vos, lo que significa que las cosas pueden ponerse pesadas», dije. «No quiero que mamá se entere. ¿Está bien?»

«Genial», dijo, el mismo chico dulce y alegre que siempre había sido. El que estuvo enterrado durante tantos años bajo la adicción y después algo aún peor.

«Pensé que podíamos ir al río», dije. «Donde solíamos nadar».

«Donde mamá nos encontró e intentó matarnos».

«Claro», dije, alegre, amistoso, su hermano, su gemelo.

El estatus legal de las entidades post-mortales es complejo, y distintos países y provincias (así como los estados sucesores de EE.UU.) los han juzgado de forma diferente. Nada de lo contenido en este sitio web debe interpretarse como un intento de alentar o facilitar el daño a un vurdalak o a cualquier otro ser sobrenatural sensible.

Era fácil. Claro que era fácil. Nos sentamos en el banco mirando al este, cruzando el río, hablamos, él era dulce, triste y confiado, y ni siquiera tuve que apurarme cuando saqué las esposas de mi bolsillo y puse una alrededor de su muñeca y la otra alrededor del brazo metálico del banco que estaba incrustado en el concreto del muelle. Él fácilmente podría haberse retorcido antes del fatal segundo clic.

«Faraday», dijo, su voz indeciblemente pequeña y perdida.

«Lo siento mucho, hermano», le dije.

Nunca había sido malo. Sólo había hecho cosas malas. Porque tenía que hacerlas. Pero siempre había odiado hacerlas. Hacer daño a la gente o robarles no estaba en su naturaleza.

Tampoco estaba suplicando o gritando o puteándome. Ni intentó romperse la muñeca, arrancarse toda la mano para liberarse. Flexionando músculos sobrehumanos que podían romper el puntal del banco de metal como papel mojado. Por lo que sé esas son cosas que los vurdalaks pueden hacer.

«Te quiero», le dije. «Sé que no lo parece, pero lo hago».

Planck se rio. «Tranquilo, hermano. Lo sé todo sobre eso. Amar a alguien pero lastimarlo de todos modos».

«Va a ser rápido», dije. «Vi vídeos sobre esto».

«Sí», dijo. «Yo también vi esos videos. Muchas veces».

Por malo que fuera, siempre había sido lo mejor en mí. La parte que estaba abierta al amor, a la vida, a la aventura y a la gente.

Ahora que lo tenía ahí —dócil y derrotado y aparentemente no del todo infeliz con el final que se aproximaba— podría haberle hecho todas las preguntas que se acumulaban en mi cerebro. Sobre quién lo convirtió —cuál era su nombre, dónde podía encontrarlo para matarlo—. Sobre cómo había sido su vida. Su vida después de la muerte. A quién más había lastimado. Cómo era. Ser esto. Ser él. Pero ya no quería saber más.

Con su mano libre sacó su teléfono de su bolsillo. Mal jugado, Faraday. Sos un asesino patético. Dejando a tus víctimas con los medios para pedir ayuda.

Pero no intenté arrebatárselo.

Encendió la cámara, la puso en modo selfie y se colocó en un ángulo en el que estaba solo en la foto. Empezó a grabar un vídeo.

«Lo siento, mamá», dijo. Y respiró. Y sonrió. «Por todo».

Luego programó el envío para una hora después del amanecer.

«Así va a pensar que me lo hice a mí mismo».

Eso fue lo que me empujó a los sollozos. Lo que lo hizo empezar a sollozar a él también.

Nos tomamos de las manos y lloramos. Y después de mucho tiempo, susurró, con una voz casi hermosa por la necesidad: «¿Puedo?».

No respondí. No sabía la respuesta.

«Es lo mínimo que podés hacer, Faraday», dijo con una risita infantil. «Después de que me vayas a matar».

Nos reímos. Y sí, lo sé, claro que era una locura siquiera contemplarlo. Quizá este triste abrazo semi suicida aceptando su destrucción era un acto, un amague, una forma de hacerme bajar la guardia. Quizás un pequeño mordisco sería todo lo que necesitaba para noquearme, dejarme seco. Pero aún así moriría en ese escenario, esposado a un banco con un cadáver hasta que saliera el sol.

Me había pasado la vida escondiéndome del daño al que nos expone el amor. ¿Quién podría cuantificar el daño que me había hecho a mí en cambio?

«Sí», dije. «Sólo un poquito».

«Sólo un poco», dijo, con la voz entrecortada.

Me agarró la cabeza, la giró hacia él. Apretó su frente contra la mía.

Se sentía como verano, como sol, como tener nueve años y encontrarte con la custodia exclusiva de un bosque. Resina de pino; madreselva. Zumbido de mosquitos. Murmullo de un arroyo que siempre se nos escapaba. Podía vernos, olernos. Habitar el recuerdo. Pero solo por un rato.

«Gracias, hermano», dijo, en nuestro lenguaje secreto.

«Perdón que no pude ayudarte», dije. «Antes».

«Yo te pido perdón», susurró, y no especificó. Las palabras eran lo suficientemente grandes como para cubrir todo.

Nos sentamos en la oscuridad y lloramos juntos. De nuevo niños. Hermanos. Ya no estábamos separados por un abismo de monstruosidad. Me había unido a él al otro lado del abismo.

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