Casi ninguno de los atareados habitantes del mundo residual que legó el siglo 30 sospechaba
que podía haber otro, su imagen especular más limpia.
Hasta ahora sólo se habían ocupado en clasificar, separar, reciclar e inventarle nuevos usos a
cada partícula de desastre que les vomitaba incesantemente la boca de la Gruta Madre.
Sencillamente no tenían tiempo para otra cosa. Y aunque lo tuvieran, no veían la necesidad de
cuestionar lo que era su única fuente de sustento, ocupación, creatividad y entretenimiento. Y
no debían hacerlo; estaba censurado y prohibido.
Los reciclandeses no podían menos que sentir orgullo por su forma de ser, que iba
especializándose y perfeccionando a medida que se sucedían las generaciones.
Tradiciones de recuperadores conformaban verdaderos hilos históricos: el barrio de
Caceroville concentraba multitud de aplastadores, desmenuzadores y fundidores que
entregaban lingotes de aluminio para diversos usos.
La zona de Automotalia se había ido distinguiendo por sus engendros polimecánicos que
lograban devolver a la utilidad cacharros andantes de la más diferente prosapia..
Xilandia constituía un vergel de innovaciones que admiraba a entendidos y legos, produciendo
aglomerados, papeles y hasta tejidos celulósicos multicolores que abastecían las necesidades
de vestimenta a partir de madera desgarrada.
Un caso aparte era la comunidad Gastrológica, que lograba milagros alimentarios dejando
atrás un espúreo origen chatarrero. Si alguna partícula nutricional restaba en la materia prima
que los inmensos calderos procesaban por toneladas, seguramente estaría presente en los
productos finales. Todos confiaban en la profesionalidad de los especialistas, que habían
logrado un paulatino descenso en el índice de mortalidad por reciclalimentación.
Si de algo podía envanecerse Reciclandia era de su limpieza. El menor signo de desorden (un
papelito suelto, por ejemplo) encendía alarmas y convocaba cuadrillas que se ocupaban
inmediatamente de reparar la excepción. Es que el país no aceptaba la basura, salvo su
transformación útil. No era fácil de comprender, sin embargo.
Los recién venidos debían ser educados para no constituírse en agentes de un caos que los
amenazó desde siempre.
Pero la aparición de muchos niños y jóvenes trajo como consecuencia preguntas que ningún
adulto se atrevía a formular. Por ejemplo, Vitra 87 no podía resistirse a la curiosidad que la
llevaba a deambular por barrios ajenos a la especialidad de su ámbito familiar (recuperar
materiales vidriados). Lo mismo sucedía con sus mejores amigos: Cuer 143, Alu 232 y Fer 49,
entre muchos otros que sufrían idéntica picazón. Sin proponérselo al principio, estos jóvenes
comenzaron a celebrar reuniones que se hicieron cada vez más largas y frecuentes.
Se sentían a gusto compartiendo su inocente rebeldía, sin sospechar que habían despertado la
atención del Concejo Supremo, autoridad absoluta desde incontables años atrás. La dedicación
de los Supremos estaba enfocada en reciclar a los reciclandeses de modo de mantener el
aceitado mecanismo de interrelaciones que la sociedad había ido perfeccionando con mucho
esfuerzo para garantizar una armonía siempre al borde del caos.
Los principios básicos de esa armonía habían ido quedando olvidados. El Concejo, previsor, se
propuso emitir un documento refundante que renovara fundamentos a la unión de tan
diversos ciudadanos.
Distribuído mediante cientos de miles de copias, decía:
COMUNICADO
Queridos compatriotas de Reciclandia, Nosotros el Concejo Supremo dirigimos nuestra
paternal voz a Ustedes, en tiempos en que nuestro país ha superado sus primeros cien años de
progreso y esfuerzo constantes, en busca de la felicidad del mundo y de cada uno de sus
habitantes. Sentimos que recordar los principios pioneros que nos dieron origen se hace
necesario cuando nuevas generaciones resultan ingenuo rebaño para pastores disolventes que
como malezas surgen al menor descuido. Por eso les decimos:
Establecimos ésta, nuestra joven Patria, como alternativa pacífica superadora de una sociedad
consumista que se desentendía de las consecuencias de sus excesos sobre los habitantes y el
medio ambiente;
Para lograrlo hemos contado con el apoyo y hasta con la colaboración de los más lúcidos
gobernantes de la comunidad opulenta, ya que somos tan necesarios a ella como la recíproca,
estableciendo una división del trabajo de mutua conveniencia;
En esa asociación de mutuo beneficio, sin duda somos los más prósperos ya que nuestra
actividad incesante no sólo es benéfica para ellos puesto que los libra de elementos a los que
no pueden dar uso, sino que los pone nuevamente en valor aprovechando la ingente masa de
materiales y energía que contienen;
Eso significa ganancia neta para el pueblo Reciclandés: emplea su creatividad, se especializa,
genera un generoso abastecimiento gratuito de materias y energía que se nos provee como
justa recompensa por nuestra incesante tarea reconstructiva; en fin podemos perfilar esta
asociación de comunidades como verdadero ejemplo de convivencia pacífica entre sociedades
distintas que se proyecta con seguridad hacia un venturoso porvenir;
Los diferentes agrupamientos o gremios que componen Reciclandia como un todo orgánico
deben tener presentes en todo momento estos principios liminares y transmitirlos a las nuevas
generaciones, siempre propensas a dejarse tentar por perspectivas que aparentan ser más
justas, pero en realidad sólo son menos exigentes en esfuerzo para cada miembro del pueblo y
horadan la solidaridad popular que es la argamasa vinculante sustentadora de este histórico
emprendimiento social. -
El Concejo Supremo de Reciclandia
Demás está decir que esta inesperada y severa acción ideológica del C.S. produjo más agitación
que calma en la sociedad reciclandesa, en particular entre los pocos jóvenes que tímidamente
y en privado habían comenzado a preguntarse sobre su manera de vivir. Contra lo supuesto
por los dirigentes, la marea de divergencias comenzó a crecer.
¡Cómo dan vuelta todo! ¡Ahora resulta que somos privilegiados ocupándonos de la basura
ajena!
¿Por qué no rotamos y que se vengan los ricachones a limpiar la mierda de su derroche?
¡Eso! ¡Así nos dejan tiempo para divertirnos a nosotros también!
Acá hay gato encerrado… ¿No tendrán su “premio” los Supremos por mantenernos así?
No sé, pero el premio que le tocó a mi padre después de cuarenta años disecando cuero fue
¡morirse en zapatillas y sin cinturón!
¿Y el aire? ¿Ustedes pueden respirar o andan medio asfixiados como mi familia?
Algo muy sucio debe haber, porque en vez de preocuparse por el descontento podrían hacer
algo para mejorar las cosas…
Pero ¿Quiénes son los Supremos; alguno los vio recorriendo?
El acaloramiento en las discusiones aumentaba. Más y más chicos participaban de las
reuniones que al parecer estaban mal vistas pero poco escuchadas. Algunos adultos se
acercaron para ver qué decían sus hijos; en el fondo hacía mucho que querían hacer oír
también su voz.
Era domingo; el feriado semanal había sobrevivido a las mutaciones de la sociedad. Si bien no
guardaba la placidez de otras épocas, hubiera sido impracticable la reunión familiar o vecinal
sin su persistencia. Ese domingo, la ya numerosa banda de amigos decidió inspeccionar un
lugar altamente reservado: la boca de la Gruta Madre.
En realidad, nunca la comunidad la había entendido como boca sino como el orificio opuesto
de una monstruosa digestión; en fin… Por allí llegaban embutidos a presión los elementos de
descarte que ocupaban las jornadas de Reciclandia. La abertura era semicircular y su perímetro
estaba rodeado de interruptores, tomacorrientes y llaves de todo tipo que marcaban la llegada
de diferentes formas de energía. Si había un sitio sensible era ése; por eso una guardia
permanente de vigiladores se apostaba en la zona para asegurar cierta normalidad. En qué
consistía, era lo que los chicos se proponían investigar este domingo.
De hecho, la Gruta era una parte importante –pero no la única- de una gran construcción que
incluía las instalaciones del gobierno, la gran sala de clasificación con más de una centena de
pupitres y pañoles de depósito, la sede y alojamiento del Cuerpo de Vigiladores, etc. En días
hábiles era imposible inmiscuirse por allí sin portar la cédula electrónica de identificación y el
adecuado permiso de visita. Pero los domingos, todo se relajaba.
En esta ocasión, además, los que estaban de guardia eran los hermanos Lati 276 y 281, ex
recicladores y amigos de la bandita exploradora. Pretextando pura curiosidad y ganas de
divertirse, los chicos se dividieron: unos quedaron bromeando con los guardias mientras que el
resto se dispersó por el edificio.
Algunos de ellos se habían convertido en expertos en cerraduras, candados y combinaciones.
Por supuesto, expertos en abrirlos. El desafío mayor era ingresar a la casamata blindada que
guardaba las oficinas del Concejo. Estaba construida en hormigón armado de triple espesor,
puertas de acero y su exterior cubierto de carteles amenazantes. Nada de esto los amedrentó.
La sorpresa fue desembocar en una sala estrecha sin ninguna mesa o silla. La planta estaba
ocupada en su totalidad por una máquina compleja, oscura y bufante; aparentemente una
computadora de ultimísima generación, que emitía misteriosas señales por todos sus costados.
El monstruo cibernético debía consumir mucha energía, ya que varios acondicionadores de
aire trabajaban a capacidad máxima para mantener los circuitos a temperatura adecuada.
Después de la intriga inicial, Cyber 24 fue convocado para desentrañar el funcionamiento del
raro aparato. Tuvo que pedir más ayuda, desencriptar claves y usar ganzúas, pero finalmente
pudo quitar las puertas que protegían un conjunto de monitores secretos. Lo que
comprobaron los sorprendió todavía más: ¡los habían estado espiando!
Allí estaba registrado e identificado lo que cada cual había dicho ante el respectivo párrafo del
mensaje oficial. Torrentes de sudor frío corrieron por las espaldas. Era evidente que el
supuesto comunicado constituía un globo de ensayo para detectar la ingenua oposición de los
chicos. ¡Y ellos mismos se habían metido en la boca del lobo!
Más que rápido, muy asustados, cerraron y limpiaron rastros en la medida que iban siendo
conscientes que ESO que habían encontrado era todo lo que había del supuesto Concejo
Supremo. Pero a pese a la apresurada borratina de huellas, alguna pista pudo haber dejado al
alcance del monstruo; de todos modos, ya no había remedio.
La preocupación que agobiaba a Cyber 24 mientras escapaba a toda velocidad resultaba
plenamente justificada. Él no entendía del todo, pero su capacidad técnica e intuición le hacían
temer algo mucho peor de lo que acababa de descubrir junto a sus amigos. Él y todos habían
crecido engañados por una ilusión diseñada con un propósito oscuro. Pero se quedaba corto.
Cada instante de su presencia había sido registrado en detalle, comenzando con el momento
del alegre encuentro con sus amigos guardias. Apenas la banda se retiró, fueron los primeros
apresados. No sería gratuita la excursión…
Muchos barrios de Reciclandia se conmocionaron. En cada sitio donde vivía alguno de los que
esa tarde exploraron las instalaciones centrales había un contingente armado esperando para
detenerlos. Ni los más ancianos recordaban un despliegue semejante sin tener en cuenta la
“RCP”, como quedó folclorizada la “rebelión de la comida podrida” ocurrida unos 85 años
atrás.
No pudieron atraparlos a todos, pero estaban identificados. El grupo no había llegado a
separarse cuando advirtió el despliegue represivo y sin pensarlo demasiado, corrieron a
esconderse como niños a los antiguos depósitos. Agitados, deliberaron sobre qué hacer.
Vitra 87, que se había salvado por un pelo de caer en la redada, estaba indignada:
¡¡Nos estuvieron mintiendo todo el tiempo, a nosotros y antes a nuestros padres!!
¡Además, lo que usan en contra nuestro es moderno; la chatarra es para mantenernos
entretenidos!
¡Sí, la picana que le van a aplicar a los Lati seguro es de última generación!
¡Pero no podemos pedirles a los viejos que hagan huelga! Por un lado, no se van a animar; y
por otro, si el reciclaje es mentira ¿de qué serviría?
¡Encima, los van a rendir por hambre! ¡A ellos y a nosotros!
Se callaron y quedaron pensando. No le encontraban la vuelta a la situación. Entonces Alu 232
saltó, iluminado:
¡Ya sé; tenemos que dársela por el culo!
Casi todos se aflojaron por lo absurdo del chiste. Pero Fer 49 alzó la voz, muy serio:
¡¡Alu, tenés toda la razón; sos un genio!!
Pasaron horas discutiendo un plan ambicioso y secreto. Las pupilas ardían de entusiasmo,
cuando se dieron cuenta que estaban rodeados por un inmenso operativo policial. Decidieron
entregarse para ganar tiempo y poder reconectarse con su familia y conocidos. Los chicos eran
demasiados para hacerles daño impunemente; además, eran vitales al sistema por sus
habilidades. Una batalla se perdería, pero la guerra tenía que ser larga.
En efecto, estuvieron sometidos a interrogatorio por dos días; los soltaron después. Se
mantuvieron firmes en la excusa de la curiosidad juvenil. Sabían que costaba probar que había
más. Pero sin darse cuenta, estaban siendo parte de una rebelión que iría más allá de un
reclamo cosmético. Antes de ser detenidos habían podido inventariar la gigantesca montaña
de chatarra que los cobijaba en los depósitos abandonados. Recicladores al fin, los jóvenes
veían al montón de fierros oxidados como arma, y a los modernos móviles policiales como
futuro chaperío inútil.
Poco tiempo después, todo Reciclandia estaba enterado de los inquietantes descubrimientos
en el edificio de la Gruta Madre. El consenso se había evaporado y medio mundo conspiraba,
se quejaba abiertamente o imaginaba desenlaces apocalípticos. Pero se quedaban cortos…
Muy lejos, entre tanto, los verdaderos poderosos también tramaban calamidades contra los
trabajadores. La temeraria acción de los temerarios había destapado una caldera de injusticias,
lo que anticipaba una rebelión popular a corto plazo.
¿Cómo detenerla? Si reducían o suspendían el envío de reciclables para amenazar con falta de
trabajo, la metrópoli se ahogaría en su propia basura. Así fue que los poderosos prefirieron
simular una tregua mientras enlistaban a los cabecillas preparando un golpe demoledor.
Del otro lado, este impasse fue tomado como regalo providencial, ya que fue aprovechado
para los preparativos del complot que preparaban en silencio. Los rebeldes (ya no eran sólo
jóvenes) se reunían poco, en sitios cambiantes y poco vigilados. De todos modos, no podían
librarse de una sensación de siniestra incertidumbre. Los comentarios en familia fueron
reemplazados por pequeñas reuniones secretas con vecinos afines.
Cada tanto, una reunión mayor sucedía o se convertía en asamblea debido a la creciente
tensión que cualquiera podía advertir. Así fue el caso de Villa Cuero, donde una mateada
sabatina juntó a más de treinta. La actividad de Cuer 143 era allí un secreto a voces, sobre todo
al conocerse su detención.
¿Qué pasó, pibe, que te llevaron? ¿Qué querían?
Nada, sólo que se enteraron de que no nos gusta cómo nos tratan…
¿A quién le puede gustar? ¡Todos los de por acá se la pasan enfermos o embroncados!
¿Te pegaron?
Apenas, madre, no se preocupe ¡y no vaya a contarle a la abuela!
¿Qué se creen, que somos cerdos que nos bancamos la porquería?
¿Y hasta cuándo? ¡Al final nos ocupamos de la suciedad de los finoli!
Tranquilos; ya van a tener que escucharnos!
¡Es que si no revientan de basura no nos van a respetar!
¡Falta poco para que revienten...!
¡Vos cuídate, que el hilo se corta por lo más delgado!
No llamó la atención ver a los chatarreros moverse por entre las montañas de fierros oxidados
de los viejos depósitos. Fer 49 y sus compañeros 52 y 55 manipularon ese día vigas pesadas de
construcción, perfiles IPN y UPN del 14 o más, rodillos macizos de laminadora, trozos de
puentes y grúas. Todo se había convertido en material obsoleto al ser reemplazado por
aleaciones de aluminio y titanio; o más recientes moldeados de grafito y silicio.
Un camión sobre orugas desplazaba lento 100 toneladas de fierros viejos destinados a rellenar
suelos anegadizos donde crecerían nuevos barrios para laburantes. Se descompuso bien antes
de llegar, quedándose varado cerca de la Gruta Madre. Como impedía el tránsito, hubo que
rodearlo de señales de advertencia y ocupar más de veinte policías en el desvío de personas y
carromatos. Mientras, un Clark pequeño reparado en Automotalia iba y venía para alivianar de
a poco al mamotreto encajado. Para aliviar el nudo infernal, se permitió que el lugar de
depósito provisorio de la carga fuera ni más ni menos que el playón de clasificación al que
desembocaba la Gruta.
Contrariada por tantas anormalidades, la Suprema compu bufaba impotente órdenes
contradictorias.
Lo que el ingenio cibernético no llegaba a comprender es que la gran rebelión estaba en plena
marcha, y que el plan “XC” había comenzado a implementarse. Cientos de vecinos llegaban de
daban cuenta que estaban colaborando en el desguace de una organización injusta. Uno a uno,
los acondicionadores de aire de la casamata dejaron de funcionar. El monstruo enloquecido se
recalentaba, pero sus alarmas ya no eran escuchadas por nadie.
Mezclados en la multitud, los chicos de la banda de Vitra aumentada por muchísimos nuevos
adherentes se movían en forma organizada. Las enormes piezas de hierro iban siendo
trasladadas a la misma boca de la Gruta, donde previamente se había despejado de basura un
espacio de unos 50 metros de profundidad. Una gruesa zaranda de fierros redondos trenzados
hacía de reja para contener el empuje de los desperdicios compactados a alta presión.
Cuando algunos jefes de vigiladores se dieron cuenta que lo que sucedía era más que una
calamitosa conjunción de accidentes, intentaron intervenir. Pero un grupo especial de
recicladores fornidos se encargó de convencerlos de que deberían optar por ocupar uno de los
dos lados de la zaranda. Remisos a convertirse en carne picada, la decisión de los funcionarios
fue relativamente sencilla.
Mientras la ola de basura compactada reptaba de a milímetros hacia la reja, varios
muchachones acumulaba un respaldo inextricable de fierros convertidos en montaña,
destinada a resistir el empuje que avanzaba imparable. ¿Quién vencería esta vez?
La barricada de acero ocupó el espacio que separaba el frente de la basura y la zaranda: eran
40 metros de hierros entremezclados. En pocos minutos se desencadenaría la cinchada
histórica cuyo resultado determinaría vida o muerte para el movimiento de los rebeldes, pero
posiblemente para ellos mismos y quién sabe para cuántos trabajadores del reciclaje.
De pronto, desgarradores aullidos paralizaron a los desesperados que amontonaban chatarra
ante la mole deslizante de basura. Dos perros habían quedado atrapados mientras husmeaban
distraídos en procura de alimento. Era tarde para salvarlos de una muerte horrible, pero su
sacrificio simbolizaba el fatal enfrentamiento de la opulencia generadora de basura con los
obreros del reciclaje. Los involuntarios testigos debieron apartar la vista ante el fin de los
inocentes animales.
El frente de la ola de basura compactada finalmente llegó a la zaranda de acero, reventando
todo a su paso. Los metales más débiles comenzaron a aplastarse, mientras los perfiles más
robustos que los soportaban se iban compactando en un amontonamiento amorfo. Un minuto
después, el avance se frenó, enfrentado por decenas de toneladas resistentes.
Entonces se sintió el temblor. Primero un hondo latido, que se fue acentuando hasta llegar al
terremoto más intenso.
Las casas comenzaban a derrumbar su precariedad, mientras las casamatas de hormigón
armado mostraban fisuras. La monstruosa vibración siguió aumentando, derribando todo lo
que intentaba sostenerse erguido. Sin embargo, el tapón resistía. De repente una fisura
irregular quebró la desembocadura de la Gruta con estrépito explosivo y de inmediato
retrocedió hacia el norte. Los primeros tramos y uniones se marcaban como sendas erupciones
más o menos intensas que jalonaban un horrendo avance de destrucción que se perdía tras el
horizonte.
Pese a que esta secuencia podía suponerse aliviando la tremenda presión contenida en el
túnel de envío de desperdicios, nuevas explosiones lejanas provocaron tsunamis que asolaron
las costas más bajas.
De pronto, un cerco de grandes humaredas se elevó detrás del horizonte visible, acompañado
de remotas explosiones de tipo nuclear. Era un cerco infernal, sólo percibido por destellos de
diferentes matices incendiados.
Varios días de incertidumbre transcurrieron hasta que el desastre comenzó a amainar. Los
vecinos de Reciclandia celebraban con bailes y peñas improvisadas el fin de más de un siglo de
contaminación y desigualdad. El plan “XC” había tenido éxito, al fin. Pero ahora la rebeldía no
alcanzaba; había que elaborar y construir una nueva normalidad, para lo cual había que
aprovechar las lecciones de la triunfal rebelión no sólo en Reciclandia sino en todo el mundo.
Así fue como lentamente se armó una expedición normalizadora cuya difícil misión era el
intento de reconvertir toda la sociedad a una forma de desarrollo colaborativa con la
naturaleza.
Allá van; viejos y jóvenes; desprolijos y bullangueros, en vehículos que ninguna imaginación
enloquecida hubiera podido concebir y menos para una marcha triunfal. La novedad es que
ahora existía para conquistar un horizonte prometedor gracias al costoso proceso histórico
que habían protagonizado.
Cómo les iría era un misterio, para ellos y nosotros.
Pero eso tendría que ser materia de otro relato…
Biografía
Berni Rosenfeld (Bernardo Raúl Rosenfeld).
Este autor es ingeniero electrónico, inventor profesional y agente de patentes. Aparte de
escribir poesía, cuento, novela, guión y ensayo; practica música, luthiería y aeromodelismo.
Nació en C.A.B.A. y actualmente está radicado en Los Molles, Junín, San Luis, Argentina.
Forma parte de la SADE San Luis, la asociación La Ventana y grupos literarios como Palabras al
pie de la Sierra, entre otros.
Recibió tres premios INNOVAR y el primer premio de cuento en el concurso Piedra Blanca
catedral de la Poesía de la Municipalidad de la Villa de Merlo.
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