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ALIENA TERRA de Guillermo Echeverria de Mira

Guillermo Echeverría nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1967, en el seno de una familia de ascendencia vasca. Trabaja en la hemeroteca de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Forma parte del grupo de escritores “Los clanes de la luna Dickeana”. La revista NM ha publicado cuentos suyos (uno de ellos escrito en colaboración con su esposx, T.P Mira Echeverria): “El árbol de nuestra sangre”, “El círculo”, “Extremo cuidado” y “Cortina de humo”. En la Revista PROXIMA se publicó su novelette “Ataun” y el cuento “Spider”, este último también escrito con su esposa y que forma parte de la antología Diez variaciones sobre el amor. El portal Axxón publicó su relato “Nieve” y republicó su novelette “Ataun”. Su cuento “El círculo” (“Le cercle”) fue traducido al francés para el proyecto llevado a cabo por traductores de diversas universidades, encabezados por profesores de la universidad de Poitiers, Francia. También participa en la Antología BUENOS AIRES PRÓXIMA con el cuento “N. Bs. As.”, escrito junto a su esposx T. P. Mira Echeverria. Y su cuento “El subsuelo” forma parte de la antología Antología Steampunk – Cuentos del Retrofuturo. El sitio español Ficción Científica, ha publicado sus cuentos “El final” y “El subsuelo”

En este cuento se proyectan mundos y arte, arte y mundos.



***






Lo que rezuma [1]


Dos semanas desde la llegada (medidas en ciclos terrestres)

 

Me senté en una piedra para descansar.

Me quité el casco. Costaba respirar, pero no me importó.

Era un lugar extraño, más extraño de lo que ya lo es este planeta: polvoriento, en permanente crepúsculo, desolador. Solo tres rocas en una inmensa llanura gris, árida, tétrica. Unas pocas manchas rojizas bajo mis pies rompían la monotonía del paisaje.

La leve luz del sol parecía una vela que apenas iluminaba una habitación oscura.

Hacía frío, pero un frío vivificante.

Mi traje era un asco: sucio, pesado.

Para donde mirara había llanura y sombra.

De pronto oí un ruido acuoso y traté de ver de dónde provenía. Había estado caminando por días y no había visto nada parecido a un río o arroyo.

Mientras miraba a mi alrededor me sobresalté, algo comenzó a rezumar del suelo. Era un líquido rojo, marrón, óxido. Parecía sangre mezclada con jarabe. Era oleoso y se extendía rápido.

Me levanté y retrocedí. Mientras el líquido avanzaba hacia mí, lo observé con atención tratando de descubrir qué era. El olor iba de la trementina al aceite de eucaliptus.

Y así como de improviso comenzó a salir, también dejó de hacerlo.

La hemorragia que había tenido el planeta en ese lugar se había extendido a casi cinco metros en torno al orificio de salida. Di una vuelta alrededor de la pequeña laguna que se había formado tratando de descubrir qué era.

Y entonces, la sorpresa. El mismo agujero que había expulsado el líquido lo estaba consumiendo: se hizo un pequeño remolino y el aceitoso fluido cayó por allí.

Cuando ya no quedó nada, observé el orificio que se había abierto en la tierra. Era un orificio arrugado, estrecho, parecía un esfínter. Un esfínter que había expulsado el líquido y una boca que lo había succionado.

Volví a sentarme en la roca.

No sé cuánto tiempo estuve sentada allí, mirando el proceso. Expulsión-succión, expulsión-succión, expulsión-succión…

No sé qué cosa o ser sea, o qué es lo que lo provoca.

No sé durante cuánto tiempo permaneceré aquí, observándolo. No me animo a mojar la mano en el líquido y probarlo, no me animo a introducir la mano en el orificio.

Me fascina.

 

 

Los peregrinos [ii]

Seis semanas desde la llegada (medidas en ciclos terrestres)

 

No sé dónde es aquí, pero aquí estoy.

Desde que llegué estoy buscando un lugar para establecer un campamento permanente, un sitio seguro donde descansar por más de una jornada. Pero cada vez que intento hacerlo, siento que no es el lugar en dónde tengo que estar.

Todo a mi alrededor es un páramo en eterno crepúsculo. Solo tierra, piedras y algún que otro monte muy bajo.

Todo este tiempo el clima ha sido benigno, casi tan monótono como el paisaje. Sin lluvias, sin vientos, sin variación significativa de una temperatura moderadamente fría.

A la estrella más brillante de este cielo, la que le da al planeta la leve luz que lo ilumina, yo la llamo “Guía”. Seguramente los habitantes le den otro u otros nombres, pero hasta ahora no he encontrado rastros de ningún poblador. Es más, ni siquiera he visto animales.

Mientras caminaba atenta, siguiendo a Guía, observando hasta el más mínimo detalle, la descubrí. El corazón me dio un salto. Parecía una construcción.

Apuré el paso para ver qué era y, cuando llegué, no pude creer lo que vi. Diez o doce construcciones humanas. Las puertas y las ventanas ya no estaban, o nunca estuvieron, y todo había sido ganado por una rara vegetación grisácea. Las paredes estaban mucho más frías que el ambiente.

Mientras recorría el lugar tratando de descubrir cómo era posible encontrar algo así en este sitio, me sorprendió un murmullo. Es muy extraño, aquí nunca hay otros sonidos más que los míos. Es un planeta muy callado. Extremadamente silencioso.

Y los vi.

Una fila de personas venía hacia mí. ¿Personas?

Caminaban en hilera, con la cabeza baja. Eran calvos y sin cejas. Su piel brillaba como la cera, vestían una especie de hábito negro y tenían todos una pronunciada joroba.

Mientras caminaban murmuraban algo que sonaba como una letanía.

Los seguí. Nunca se percataron de mi presencia o simplemente me ignoraron. Fuimos pasando de construcción en construcción.

No podía precisar su edad, todos parecían estar en el período de madurez de un terrestre, pero tal vez tuvieran miles de años o fueran niños, era imposible adivinarlo.

Me acerqué. Cerca de sus cuerpos se sentía mucho calor.

En una de las construcciones, el último de la procesión se detuvo y miró hacia el suelo. El resto siguió su camino. Miré lo que observaba y allí había un ser similar a los que iban en fila. Estaba tendido boca arriba. No sé si era hombre o mujer, tal vez ninguno de los dos.

Tenía una expresión como resignada. Se hallaba totalmente quieto, como si esperara que sucediera algo. A su alrededor, unos pequeños animalillos, parecidos a tortugas, se movían ansiosos.

Pensé que alucinaba.

Nadie parecía notarme. Era como si estuviese dentro de un filme holográfico.

El que se había apartado de la procesión lo miraba fijamente mientras seguía entonando el canto. Pero, lo más increíble de toda la escena, era la tercera criatura que había fijado la mirada en el yacente; una criatura totalmente distinta, totalmente “otra”. Parecía femenina, tenía los brazos extendidos hacía el piso y una profusa cabellera que cubría sus dos cabezas; con una miraba hacia arriba y con la otra contemplaba al ser que estaba en el suelo.

Ambos lo miraban, solo lo miraban.

Cuando el canto terminó, quise ayudar al caído a levantarse, pero el ser calvo extendió el brazo delante de mí para detenerme y la mujer gritó con sus dos bocas como nunca había oído gritar a nadie. Me aterró. Miré a la criatura en el suelo y su rostro pasó del miedo a la gratitud. Por alguna razón sentí que ese ser quería permanecer así, tendido de espaldas en el piso. Tal vez había llegado su hora de trascender a otro nivel, de morir.

Por primera vez había reparado en el hermoso rostro que tenía.

La mujer de las dos cabezas empezó a desvanecerse. Lo último que vi de ella fueron sus piernas. Mientras tanto, el peregrino siguió su camino.

Me quedé a solas con la bella criatura. Tenía una expresión de éxtasis absoluto y yo no podía dejar de mirarla. Sentía un extraño placer al verla allí tirada de espaldas, indefensa, sin poder o sin querer levantarse.

Ni siquiera dejé de sentirlo cuando los pequeños animalillos se subieron sobre ella y comenzaron a mordisquearla.

 

 

Luminiscencia [iii]

Tres meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

La monotonía del color del ambiente es muy depresiva. Las caminatas se hacen tediosas y cansadoras. No hay nada que ver, nada a qué prestarle particular atención por kilómetros y kilómetros. Ya no me hace falta el casco, ya me acostumbré a la atmosfera.

Después de dejar mis huellas en el suelo durante horas, una extraña luminiscencia azul llamó mi atención. Calculé que estaría a unos doscientos metros de mi posición. Me acerqué a observar.

Era un inmenso campo de pequeños hongos, cada uno rodeado de un círculo luminiscente azul. Parecían miles. La tierra y las piedras que formaban el círculo eran las que emitían la luz. Pasé la mano sobre el círculo y no se deshizo, así que no parecía ser algo superficial. Comencé a cavar al costado de uno de ellos y llegué hasta la profundidad de una palma extendida. Para mi sorpresa, la luminiscencia seguía hacia abajo, como si alguien hubiera enterrado una sección de tubo hasta dejar su borde a ras de tierra.

Los hongos tenían entre doce y quince centímetros de alto, de color blanco amarillento, sin ninguna otra tonalidad, sin manchas y con la sombrilla apenas más ancha que el talo. No tenían ninguna rugosidad, eran perfectamente lisos.

Por fuera de cada círculo, pero muy cerca de estos, había unas plantas que, si no fuera por el brillo de sus hojas negras y rojas, parecerían mustias. Casi oculta por el grupo de hojas se hallaba una flor que semejaba una boca semiabierta.

Pasé levemente la yema de los dedos por el talo del hongo y una ola de tibieza me recorrió el brazo desde los dedos hasta el hombro, desvaneciéndose a medida que subía. Hacía mucho que no sentía algo así.

Quise ver si la tibieza se transformaba en algo más caliente y si duraba más, o si llegaba hasta otras partes de mi cuerpo. Respiré hondo y tomé el talo entre la palma y los dedos; la calidez que emanaba de él volvió a subir por mi brazo y se extendió hasta más allá. Fue muy reconfortante. (Suspiré). Pero duró poco.

Una de las extrañas plantas abrió su “boca” y se lanzó sobre mi brazo. Por suerte tuve reflejos. Al mirarla, vi que tenía todas sus hojas y tallos erguidos, y su “boca” abierta, esperando a lanzar otro ataque.

Era una trampa perfecta: luminiscencia para atraer, calor para que el atraído sienta placer y se confíe… y la carnívora tiene su comida.

No puedo imaginar qué tipo de presa era la que caía en esta trampa, no había visto ningún animal por aquí.

Decidí, contra todo lo razonable, instalar mi carpa cerca. Hay muchas preguntas que responder. Si corto una planta, ¿se marchitará el hongo? ¿El hongo será comestible? Si lo es, ¿dará el mismo calor comerlo que tocarlo? Si corto uno de ellos, ¿conservará la temperatura? ¿Por cuánto tiempo? ¿Morirá?

Voy a permanecer un buen tiempo aquí, no quiero perder lo único que me da calidez en este horrible lugar. Una tibieza placentera y relajante.

 

 

Extraña gestación [iv]

Cuatro meses y dieciocho días desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

La tormenta parecía amainar, pero muy lentamente. Llovía algo amarronado. Las nubes eran gigantescos tubos globosos de kilómetros de extensión y la lluvia formaba una cortina obscura y sucia.

Hacía días que llovía sin parar.

La cueva donde me guarecí no era muy diferente al paisaje exterior antes de la lluvia: gris, polvorienta, lúgubre. Mi ánimo se estaba mimetizando con el planeta, me estaba convirtiendo en alguien gris, polvoriento, lúgubre.

Finalmente me decidí a explorar uno de los brazos de la cueva. Un pasillo ancho, con el suelo casi liso y las paredes casi rectas que se unían a unos ocho o nueve metros de altura. Parecía estar dentro de la nave principal de un templo.

Después de avanzar unos quinientos metros, el pasillo comenzó a descender en círculos hacía el interior. No pude calcular cuánto bajé hasta que me encontré con aquello.

Quedé azorada. Del suelo salían varios cilindros semitransparentes, del grosor de un dedo meñique. Por ellos corría un líquido azul-violáceo. Los tubos iban hacia arriba, se ramificaban, algunos terminaban en unas especies de bolsas que acumulaban el líquido, pero la mayoría se introducían en dos extrañas criaturas.

Estaban espalda contra espalda, con los brazos, todavía no lo suficientemente desarrollados, entrelazados.

Alguna fuerza desconocida las mantenía flotando, porque los tubos no tenían la rigidez suficiente para sostenerlas.

Me acerqué despacio. Caminé alrededor de esas extrañas formas, observándolas atentamente.

Extendí una mano y toqué uno de los tubos, las criaturas flamearon unos segundos y volvieron a quedarse quietas.

Todo en ellas estaba en ciernes: piernas, brazos, caras. Solamente las bocas y las narices parecían casi listas. Los ojos, aún no. Sus piernas y brazos apenas eran esbozos. Su piel era gris, como todo por aquí.

Pasé la mano por el vientre de una de ellas. Era suave y terso. Llevé los dedos a mi boca, tenían un gusto que me hacía recordar a la canela.

Tomé entre las mías lo que seguramente iba a ser una mano. Era fría como el hielo (no había notado ese frío en la piel de su vientre). El contacto me hizo estremecer. El líquido que subía desde el suelo hacia ella comenzó a fluir más rápido y mi sangre también. Notaba latir mis sienes, sentía una electricidad en todo el cuerpo.

La solté, tuve miedo de hacerles daño.

Esperé unos segundos y volví a tomarle la mano. El estremecimiento volvió y ella comenzó a temblar también.

Un olor dulzón invadió el lugar. Era embriagador, lo aspiraba y trataba de que mi nariz lo introdujera en mi cuerpo lo más rápidamente posible para retenerlo.

Mi excitación aumentaba cada vez más. El aroma que despedían las criaturas me penetraba. El gusto a canela seguía en mi boca.

Hice un esfuerzo tremendo para poder soltarle la mano. Chupé mis dedos con desesperación y volví a tomársela. Lo hice varias veces.

Cando la excitación llegó a su punto máximo caí de rodillas y grité.

Entonces esperé a que mi respiración se calmara.

Ella por fin dejó de moverse.

La criatura había secretado un líquido color perla por su boca. La besé. Su sabor era delicioso.

Quería soltarle la mano y, al mismo tiempo, no deseaba hacerlo.

Volví a la entrada. La tormenta había empeorado otra vez. Mejor, mientras lloviera tendría una excusa para quedarme.

¿Ésta será la gestación de los seres que vi en las construcciones humanas? ¿Habrá más? ¿Por qué crecen en pares? ¿Siempre es así?

Tal vez me quede a ver cómo nacen.

 

 

Formas [v]

Siete meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

Tengo que aceptarlo: nadie me encontrará aquí.

La temperatura descendió un poco más.

No había nada de viento. Demasiada quietud. Una calma chicha.

Sombras permanentes.

Encontré unos frutos rojos que calman el hambre y la sed, son grandes como damascos y muy sabrosos.

Desmonté mi campamento en un punto indeterminado del día y reemprendí la marcha.

Después de kilómetros y kilómetros de nada, algo comenzó a cambiar en el paisaje. Pedazos cada vez más grandes de terreno se tornaban duros y lisos como el vidrio. Más bien como un espejo: veía mi imagen reflejada en ellos.

Con el correr de los minutos todo el territorio a mi alrededor fue un infinito espejo.

Estaba tan absorta tratando de descubrir por qué el piso era reflejante, que casi me choco con algo. Del suelo emergían extrañas formas geométricas. Se agrupaban formando pequeños “bosques”. Miré hacia adelante y estaba lleno de esos grupos por todos lados, separados por extensiones de cien o doscientos metros cuadrados.

Pero lo más extraordinario eran los colores: naranjas, amarillos, rojos, dorados, verdes. Era una explosión de luminosidad en este planeta gris y apenas iluminado.

Comencé a caminar entre las figuras y a observarlas. Al tacto eran tan lisas como el piso y de la misma textura.

Algunas eran delgadas, otras más gruesas, pero todas verticales. Unas terminaban en una pequeña forma piramidal, otras en formas circulares, otras parecían mechas de agujerear.

Apoyé la mano en una ellas y empujé, la superficie cedió y mi mano se enterró hasta la muñeca. El interior envolvía mi mano como un guante. Algo se quejó con un sonido gutural y cavernoso. Me asusté y saqué la mano rápidamente. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. Cuando observé el lugar en donde había enterrado la mano, la superficie estaba lisa como si nada hubiera pasado.

Seguí caminando entre ellas. Elegí otra estructura y hundí dos dedos juntos. Volví a sentir el mismo sonido.

¿Serían seres vivos?

¿Habría seres vivos en su interior?

Eran formas maravillosas. Volví a pararme frente a una y hundí la mano por tercera vez. Algo hizo succión. Quedé abrumada, confundida. Cuando reaccioné, tenía el brazo hundido hasta el codo. Pensé en la flor carnívora y me desesperé, pero pese a sacarlo con gran esfuerzo, descubrí que no tenía ningún daño.

Poseo todo el tiempo del mundo para descubrir qué son.

Necesito sentarme y cavilar sobre mi lugar en este mundo.

 

 

Las vainas [vi]

Nueve meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

Aquel era un cañón muy estrecho, con paredes muy altas, escarpadas, negras con leves toques blancos, brillosas. La escasa claridad que daba Guía iluminaba muy tenuemente mi camino, y los brillos y sombras creaban un ambiente agobiante, umbroso, que me pesaba en la espalda.

Se me ocurrió bautizar a esta colosal hendidura en la tierra por la que caminaba: “Cañón final”.

Desde que empecé a recorrerlo tuve una mala sensación. Muchos ruidos leves, pero extraños, hacían el lugar más inquietante de lo que ya era.

No veía el final y no había por dónde escapar. Tenía demasiado camino por delante y había dejado mucho atrás. Por primera vez me sentí encerrada, tuve que sentarme para calmar un ataque de pánico.

Cuando las dos lunas (que desde hace un par de meses han aparecido en el cielo), se conjuntaron sobre el cañón, el paisaje ya había cambiado. De las paredes colgaban unas especie de vainas del tamaño de un cuerpo humano. Pendían a distintas alturas.

Me acerqué unos pasos para observarlas mejor.

Parecían bolsas hechas de un entretejido de lana y grupos de hojas cosidas. Aunque no eran ni lana ni hojas. La textura parecía áspera a la distancia, como si estuviesen sucias de polvo. Algunas emitían sonidos viscosos, otras, líquidos.

Me separé un poco y seguí observándolas atentamente. Algo me hizo recordar a las plantas carnívoras que había encontrado en el campo de hongos y me corrió un frío por la espalda.

Habían empezado siendo unas pocas, pero metros después ya eran cientos. Tenía mucho miedo, no me animaba a acercarme más, quería salir corriendo de allí.

Luego de un largo tramo de camino en paralelo a aquellas vainas, junté coraje y me arrimé a una pequeña. Casi vomito. El aroma que despedía era una mezcla nauseabunda de humedad, algo orgánico pudriéndose, alcohol y suciedad. Lo extraño era que se percibía sólo al acercarse mucho.

Toqué una de las hojas. No hubo reacción. Traté de buscar un resquicio para ver dentro, pero no lo había. Algo parecido a un fruto emergía en distintos lugares de cada vaina, tiré de uno para tratar de arrancarlo y la vaina entera se abrió de arriba a abajo.

Algo cayó sobre mí y apenas pude apartarme

Estaba a medio digerir. Se veían cartílagos, órganos, pedazos de piel, ojos muy rasgados, una boca desfigurada, una especie de columna vertebral que terminaba hacia abajo en una cola y hacia arriba en un cuerno. Los brazos ya estaban hechos una pasta.

Todo brillaba bañado por una baba rojiza.

Ahora sí vomité y empecé a marearme.

Luego salí corriendo.

Corrí, corrí, corrí…

Por alguna razón, mientras corría, tironeé de cuanto “fruto” pude alcanzar. En un momento me detuve y miré hacia atrás: el suelo estaba regado de cuerpos a medio digerir.

Di un grito y seguí corriendo.

Corrí, corrí, corrí…

Ya no miré atrás.

 

 

Las rocas [vii]

Un año y tres meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

La temperatura continúa descendiendo. Tal vez está por llegar el invierno.

Los hongos amarillentos y lisos que he vuelto a encontrar, esta vez sin la compañía de los círculos de luz azul ni de mis temidas plantas carnívoras, no parecen verse afectados por las bajas temperaturas, al menos hasta ahora, así que pienso que no me faltarán comida ni hidratación.

La carpa me abriga por el momento. Es lo suficientemente cómoda como para estar en ella por largos períodos de tiempo sin salir.

Cerca del terreno de hongos junto al que había plantado la carpa, crecían también unas frutas de color blanco que pueden almacenarse por mucho tiempo y que comencé a acumular.

Por seis meses me establecí allí y descansé. Lo necesitaba.

¿Qué tan grande sería este lugar? ¿Dónde estarían los seres que vi gestarse, los que vi en aquellas construcciones “humanas”? No había divisado ciudades o madrigueras o nidos, ni nada parecido. Ni tampoco a las criaturas que les servían de comida a las vainas. A menos que hubiese caído en la parte más estéril, éste no parecía un planeta abundante en vida.

Pese a no estar recuperada del todo, era hora de continuar mi exploración.

Después de tres días de rodear una meseta elevada, advertí una serie de formas flotando, recortadas contra el horizonte, y me dirigí hacia allí.

Tras avanzar un par de kilómetros en dirección a ellas, comprendí que eran muy grandes.

Finalmente llegué al lugar.

Nunca había visto algo así. Ni siquiera en este planeta.

Inmensas rocas flotando a metro y medio de un piso lleno de agujeros de alrededor de cinco metros de diámetro cada uno.

Todas ellas estaban labradas por el clima y el tiempo. Tenían pequeños recovecos, agujeros, túneles. La textura era la de la piedra pómez.

Los orificios del piso parecían las chimeneas de ventilación de viejas minas abandonadas. Me hicieron acordar a los Morlocks.

¿Estaría en una Tierra miles de años en el futuro? ¿Habría viajado también en el tiempo?

Trepé a una de las piedras, me senté en el reborde de la oquedad más alta, y observé.

El paisaje, visto desde allí, era increíble.

Muy lejos, hacia mi izquierda, unos montes obscuros dominaban el horizonte.

Llené mis pulmones de aire, lo solté, y seguí observando.

¡Qué tranquilidad!

Después de un rato, mi atención volvió a las piedras.

¿Qué extraño fenómeno contrariaría la gravedad para mantenerlas flotando? Fuera lo que fuese, no parecía provenir de los agujeros. Las piedras no estaban exactamente sobre ellos.

De pronto casi caigo al vacío: una fuerza desconocida impulsó todas las rocas unos veinte metros hacia arriba.

Tuve que agarrarme con fuerza a la roca.

Ascendieron rápido, pero frenaron suavemente.

Tratando de no caerme, empecé a recorrer la piedra para ver si ocurría algo allí abajo.

No sabía qué hacer, todo lo que llevaba conmigo había quedado a nivel del suelo.

Entonces, un ruido de animales en estampida llenó el lugar. El aire se enrareció con un olor acre. En la Tierra, de niña, había ido a exposiciones de ganadería, y este hedor me hacía recordar al fuerte olor de los corrales de los vacunos.

Instintivamente miré los agujeros y, de pronto, cientos de extrañas criaturas emergieron. Pero lo sorprendente no fue eso, sino la feroz lucha que se desató entre ellos. Todos contra todos.

Garras, dientes, espolones, aguijones. Todos clavaban, desgarraban, retorcían, desmembraban, mordían, despellejaban. Poco a poco, la sangre iba formando un barro amarillento al mezclarse con el polvo del suelo.

Los gritos y las imágenes fueron demasiado para mí. Cerré los ojos, me tapé los oídos y esperé a que la carnicería se detuviera.

Rogué que no pudieran llegar hasta mí y que las rocas no descendieran todavía.

Cuando todo terminó, ya no se veía el suelo, sólo cuerpos despedazados medio hundidos en un lodazal pajizo.

Busqué mis cosas con la vista y allí estaban, sanas y salvas.

¿De qué ínferos lugares provendrían estas criaturas? ¿Serían enemigos naturales? ¿Habría presenciado un ritual como el de los lemmings?

Así como ascendieron, las piedras volvieron a descender. Salté al suelo, recogí mis cosas y comencé a correr como pude por sobre los cadáveres. Tenía que salir de allí antes de que volviera a ocurrir.

 

 

Un paisaje delicioso [viii]

Un año y seis meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

Este planeta es un misterio que no creo que pueda desentrañar nunca, moriré aquí sin saber nada de este lugar.

Es apabullante, tengo veintisiete años y si vivo hasta los… cien, digamos, voy a estar aquí setenta y tres años.

Sola.

Nadie llegará aquí ni siquiera por casualidad. En algún momento tendré que aceptarlo. La nave en la que viajaba apareció en este sitio del universo impulsada por la onda expansiva de un evento cataclísmico que ni siquiera pudimos advertir. Cuando recuperé la consciencia, apenas si tuve tiempo para llegar a una cápsula de salvamento antes de que la nave se terminara de desintegrar. Jamás supe si alguien más se había salvado.

Es angustiante

Deprimente.

Cincuenta, sesenta, setenta años aquí. Voy a enloquecer.

El tiempo parece no pasar nunca. Las distancias por recorrer hasta encontrar algo que rompa la monotonía son grandísimas y la exploración no puede apartarse mucho de lugares con hongos o frutos, tengo que comer y mantenerme hidratada, y hay algunas especies de hongos que no soportan mucho tiempo una vez cortados, se pudren y debo tirarlos. El agua es muy escasa, los líquidos que he visto no se pueden ingerir, no son potables. Por suerte los hongos tienen mucho líquido interno.

Tampoco puedo alejarme demasiado de posibles refugios, nunca se sabe qué va a ocurrir con el clima, la única tormenta que hubo duró días, ni siquiera sé con certeza si desde que llegué cambió la estación o no.

La carpa es útil, pero prefiero plantarla cerca de algún tipo de refugio natural.

Después de una de mis tantas caminatas, que cada vez con más frecuencia necesitan de largos descansos, llegué a un lugar de ensueño. Nunca pensé en encontrar algo así: un inmenso océano que llegaba hasta el horizonte y con el agua de una increíble tonalidad azul.

La costa estaba plagada de extrañas formaciones que parecían hechas de diamante: rampas, arcos, columnas, columnas en medio de rampas, arcos sobre arcos o entrecruzados, arcos terminados en rampas, puentes conectando rampas, columnas apiladas como si fueran palillos chinos, columnas que parecen estar a punto de caer sosteniéndose unas a otras y todas las combinaciones que se puedan imaginar.

Los colores eran tan vivos que no parecían de aquí: rosados, naranjas, celestes, blancos,  beiges, amarillos, rojos, todos formaban una maravillosa policromía que me hizo llorar.

El océano era de un azul conmovedor, quieto, sin olas, apenas una pequeña marea. 

Por distintos lugares emergían formaciones como las de la costa, algunas debían ser inmensas porque parecían estar muy lejos, otras eran más pequeñas; tal vez el fondo del océano tuviera las mismas formaciones sumergidas. Mientras pensaba en eso advertí que, a pocos kilómetros de la costa, se abría un agujero en medio del mar, como un sumidero colosal por el que caía el agua del propio océano.

¿Cómo podía ser? ¿A dónde iba el agua? ¿Y de dónde provenía el agua que sustentaba a ese océano cuyo nivel no variaba?

Me quedé largo rato fascinada mirándolo, apoyada en una baranda natural, escuchando el leve murmullo de la marea y pensando sobre los misterios que escondería un océano como ese. Con un sumidero por el que se desagotaba el agua. ¿En algún momento se vaciaría?

Me decidí por fin a explorar las formaciones costeras.

Trepé y bajé por las rampas, crucé los puentes, atravesé pequeños bosques de columnas de un blanco inmaculado. En algunos sitios debía tener cuidado porque el piso resbalaba, la piedra estaba tan pulida que era difícil mantenerse en pie.

Caminando por una superficie casi recta, encontré un orificio como el que había visto en aquella llanura agreste y gris en una de mis primeras recorridas; aquel que era muy similar a un esfínter, y que expedía y succionaba ese líquido oleoso y marrón-rojizo. A su alrededor todo estaba seco y no había nada que mostrara aquellos colores tan apagados, así que no parecía brotar ningún fluido de él.

Aquella vez no me anime a introducir la mano, así que ahora lo hice. Me arremangué, me arrodillé e introduje la mano hasta la muñeca. Una suave tibieza me la envolvió, podía girarla así que palpé el interior. Las paredes eran rugosas y las hendiduras que se formaban inmediatamente cerca del orificio seguían en su interior, algunas eran finas como hilos y otras gruesas como dedos. ¿Alguna vez descubriría qué eran?

Mientras continuaba caminando y recorriendo, seguí encontrando más orificios, pero todos parecían secos. Entonces escuché un sonido nuevo.

De lo alto de una rampa brotaba un fino chorro de agua, tan transparente como nunca antes la había visto. Hacía tanto tiempo que no podía bañarme de forma normal y al aire libre, como cuando era pequeña, que me quité la ropa sin pensar, me arrimé a la pared, y dejé que el agua resbalara por mi cuerpo. El aroma del agua era especiado, pero no podría definirlo.

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba desnuda en medio de un clima muy frío, aquí no se sentía.

Estuve casi media hora pasando las manos por mi cuerpo y esparciendo el agua hasta el último rincón. Era tan tibia y resultaba tan placentero sentirla correr, que apoyé los antebrazos contra la pared y dejé que bajara por la nuca, la espalda y llegara hasta los talones.

Terminé sentándome y dejando que el agua me abrazara.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que volví a abrir los ojos.

Miré a mí alrededor y algo llamó poderosamente mi atención, restregué mis ojos y volví a mirar, de uno de los orificios cercanos había brotado una especie de huevo. Fui gateando hasta allí y lo observé.

Lo tomé con cuidado. Parecía estar hecho de arena mojada. Mis dedos quedaron levemente marcados en él.

Me arrimé a la pared más cercana, apoyé la espalda, me senté con las piernas cruzadas y puse el huevo entre ellas para seguir estudiándolo. En realidad, la substancia no parecía arena, era más bien un líquido viscoso que, por alguna razón, mantenía la forma de un huevo.

De a poco comenzó a derretirse, y la substancia se absorbía por mi piel. No tuve tiempo de asustarme, el calor invadió mi pubis y mis piernas empezaron a tener pequeños temblores, mis pezones se irguieron y mi respiración se agitó. No podía parar, el calor envolvió todo mi cuerpo y los temblores también.  Llevé las manos a mi entrepierna y no pude dejar de apretar el huevo contra ella hasta que terminó de disolverse lo poco que quedaba de él. Intenté acordarme del rostro de mis amantes, de sus manos, de sus bocas, pero no conseguí recordar a ninguna. Sólo el paisaje de este planeta desolado pasaba frente a mi mente, y ya no me provocaba tristeza. Dejé que mis dedos siguieran el camino que había recorrido el líquido en cada pliegue y dentro de mí, y los moví hasta gritar desesperadamente. Al sentir acercarse cada vez más el orgasmo no pude evitar que una palabra emergiera de mi boca: “Paraíso”. Este sitio y este planeta… un paraíso.

Después, horas después, todavía adormilada entre los brazos de este mundo que por un momento parecía amable conmigo, me pregunté si no era un contrasentido la existencia de un paraíso para una sola persona.

Tal vez hay alguna parte de este planeta que bulle de vida inteligente, pero no se acercan a este lugar por algún extraño tabú que no puedo comprender.

 

 

Ídolo [ix]

Un año, seis meses y veinte días desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

Un inmenso valle se extendía ante mí.

Vasto.

Profundo.

¿Un océano ya seco? Por lo menos desde donde me encontraba lo parecía.

Era imposible llegar hasta el fondo, tardaría meses. Y me llevaría el mismo tiempo tratar de salir. Así que seguí mi camino por la ribera.

¿Estaría definitivamente seco? Si ése no era el caso, sería impresionante ver cómo el agua, o lo que lo llenara, se apoderaba del lugar.

Es desesperante no saber nada con certeza sobre el sitio donde uno está: qué tan grande es, qué estaciones tiene, qué tanto frío o calor puede llegar a hacer, cuánto dura un año. ¿Este valle es sólo un capricho de la geología del planeta o algo más?

Mi camino por la costa vacía me llevó hasta un promontorio. Algo parecido a escalones desgastados y rotos llevaban hasta su cima.

Subí como pude.

Ascendí hasta un rectángulo casi perfecto. En los bordes, unas rocas mostraban grabados prácticamente borrados por completo. Tratando de reconstruirlos en mi cabeza, parecían representar a seres muy pequeños defendiéndose de criaturas gigantescas que ni siquiera se daban cuenta de su existencia.

Un polvillo negro que semejaba ceniza impregnaba el piso, pasé la mano y lo olí. No sólo parecía, era ceniza.

¿Sería un lugar para practicar rituales? ¿Se seguiría usando?

Miré hacia arriba.

Una formación rocosa se erguía frente al promontorio y hacía las veces de techo natural del mismo.

Era inmensa, desde donde me encontraba resultaba imposible tratar de verla en toda su magnitud, sólo podían apreciarse partes de ella. Así que bajé del promontorio y tomé distancia para tratar de apreciarla por completo. ¿Cómo podía ser tan gigantesca y no haberla divisado antes desde la costa?

Seis inmensas columnas parecían sostener toda la formación, me llevó varios minutos recorrer toda la circunferencia de una de ellas.

Eran de color gris.

Mirando hacia arriba, allá, muy, muy alto, algo unía las seis columnas; me sentía como una hormiga debajo de una mesa, y ésa era más o menos la proporción de tamaños.

A medida que me alejaba iba descubriendo más cosas: el gris de la formación no tenía nada que ver con los colores del entorno. Lo que desde abajo parecía la tabla de una mesa, era una inmensa mole de piedra que en uno de sus extremos terminaba en una suerte de estalactita. Por el otro extremo, la mole se iba transformando en una especie de “torso” humano.

No podía ser cierto…

De los costados de ese torso, caían dos extremidades terminadas en lo que parecían seis dedos. Y en su centro, una cabeza con dos orejas puntiagudas y un hocico alargado.

¡No podía ser!

Mi mente no pudo con todo aquello y tuve que sentarme. Un miedo primigenio e irracional se apoderó de mí.

Contra semejante criatura no había posibilidad alguna, podría pisarme sin siquiera saber que yo estaba allí… tal como lo mostraban los grabados del promontorio. Promontorio que seguramente se usaba para celebrar rituales con el fin de adorar o mantener calmadas a esas criaturas.

Cuando creía estar reponiéndome del terror, una pregunta hizo que éste aumentara: ¿Qué fuerza de la naturaleza pudo lograr que una criatura de ese increíble tamaño quedara allí petrificada convirtiéndose en una montaña más?

Miré sobre mi hombro hacia el océano seco, presa de un nuevo horror indefinido.

Cuando recuperé el control sobre mí, me levanté y seguí mi camino.

Algo me decía que me alejara de allí cuanto antes.

Por alguna extraña razón, dirigí mis pasos hacia las montañas que había visto desde las piedras volantes. Era como si algo me llamase desde allí.

 

 

La colmena [x]

Un año y diez meses desde la llegada (medidos en ciclos terrestres)

 

Finalmente llegué.

El paisaje que había visto a lo lejos, desde las piedras volantes, estaba ahora ante mí.

Ya arrastraba los pies, me dolían todos los huesos. El cansancio minaba mi cuerpo y mi espíritu. El planeta parecía más oscuro y el frío arreciaba.

Caminé durante mucho tiempo para llegar hasta aquí.

Ahora, una inmensa estructura negro-azulada, que parecía construida, no natural, se elevaba ante mis ojos.

Infinidad de túneles se abrían en ella. Elegí uno e ingresé por él.

Era perfectamente redondo, las paredes parecían estar formadas por segmentos tubulares pegados unos junto a otros.

Tenía la sensación de estar dentro de una tubería o conducto de algún tipo, dentro de algo orgánico.

Una vez que atravesé este túnel inicial, arribé a un espacio enorme.

Poseía el aspecto de un lugar abandonado hacía mucho tiempo.

No se oía ningún sonido, ni siquiera mis pasos.

En las paredes había orificios perfectamente circulares —¿para salir al exterior o para entrar a otros túneles que daban a otras estancias?—. Las paredes eran altísimas, de nuevo hechas como de tubos. En algunos lugares, ciertas tuberías penetraban dentro de otras por orificios labrados para ese fin. En esos sitios el entramado parecía formar extrañas cópulas. Algunas se distribuían al azar, otras armaban raros diseños que posiblemente tuvieran algún significado en una remota época.

Ciertos túneles tenían paredes lisas, otros se asemejaban a aquel por el que entré.

Todo era un gran laberinto: entradas, salidas, pasillos que terminaban en espacios cerrados, pasillos por los que se podía salir al exterior o reingresar.

Varias veces estuve fuera de la construcción. En esos lugares externos el aspecto era exactamente el mismo que en el interior, pero al aire libre.

Todo estaba hecho de cartílago o algo parecido, era muy difícil caminar, daba la impresión de que el suelo iba a romperse en cualquier momento.

Luego de mucho andar, de nuevo llegué a un gran espacio abierto en el exterior. El piso otra vez parecía un espejo. Pisé con miedo, pero aparentaba ser seguro.

Me dirigí a la próxima estructura, la cual semejaba una U mayúscula acostada.

Pasé entre medio de sus dos puntas.

La construcción era del mismo estilo que la anterior, pero parecía que alguien había derramado un líquido negro sobre ella y que mientras éste se escurría se hubiese ido solidificando.

Al llegar al fondo de la U, entré al único túnel que se abría.

Caminé por él durante mucho tiempo; no tenía ramificaciones, sólo iba hacia abajo.

Después de casi una hora de descender, el ambiente cambió.

Aquí dentro estaba cálido, ¿habría actividad volcánica?

Me hallaba dentro de una especie de esponja: el suelo, el techo y las paredes eran porosos. Muchos de esos poros eran muy grandes, y de algunos de ellos colgaban unas extrañas bolsas. Me acerqué a una de ellas y, tal como lo imaginaba, algo se gestaba dentro.

Desde el principio me pareció que había penetrado en una colmena o nido.

Muchas veces pensé si no debía salir de allí corriendo, pero por alguna razón no tenía miedo en este lugar.

Mi caminata terminó abruptamente. Un inmenso precipicio se abría ante mí, plagado de poros hasta donde alcanzaba la vista. Desde el interior de estos, tenues luces iluminaban el pozo.

Su vastedad era infinita.

Un rumor cada vez más fuerte fue llenando el lugar.

Miles de criaturas salieron de los agujeros y subieron hacia mí. No tenían alas, pero volaban. También aparecieron por detrás de mí y a los lados.

En cuanto las vi de cerca, observé que eran las mismas criaturas que había visto semidigeridas en las vainas.

Sus patas eran largas: unas tenían las articulaciones hacia adelante y otras hacia atrás. Sus brazos eran más cortos y terminados en manos con largos dedos. Su columna vertebral culminaba hacia arriba en un cuerno y hacia abajo en una cola. Parecían una especie de esqueletos de cartílago recubiertos de piel.

Su forma y su color me recordaban a las estructuras que había atravesado para llegar hasta aquí.

Me miraban, me olían, me tocaban. Su piel era fría, pero su contacto hizo que me relajara.

Una de ellas se acercó a mí con las manos formando un cuenco y me alentó a que tomara el líquido que traía entre ellas. Lo hice. Era dulce y tibio. Sin querer rocé sus manos con mis labios y su piel era levemente amarga, nada del dulzor del líquido había quedado sobre ellas.

Esperé un breve segundo y apreté los labios contra sus palmas, saqué la lengua y lamí, el gusto de sus manos era exquisito.

La criatura introdujo dos dedos en mi boca. Otra apoyó su mano en mi cabeza y acarició mi cabello y mi nuca. Sollocé en silencio, era el primer contacto con alguien inteligente que tenía en mucho, mucho tiempo.

Se comunicaban entre ellas con zumbidos.

A su modo, me indicaron que las siguiera.

Llegamos a un poro muy grande y entramos. Allí había dos criaturas diferentes: una era de color blanco hueso, su cabeza tenía una boca con dientes puntiagudos, un orificio por nariz y el resto no eran más que dos grandes lóbulos cerebrales sin surcos. Unos largos cilios, parecidos a pequeños gusanos, salían de ellos y caían hacia atrás. Su cuerpo era un conjunto de huesos y tendones apenas recubiertos de piel. Tenía brazos largos, pero no tenía piernas.

La otra era similar a los seres que me acompañaban, mucho más grande y sin cuerno. Su cabeza tenía dos ojos, no poseía boca ni nariz. Se hallaba sobre el otro ser, penetrándolo con su cola y algo similar a un pene humano.

Como su cola era mucho más grande que su pene, se notaba cómo ésta se movía dentro del cuerpo del otro ser.

Seguramente ella era su “reina” y estaban mostrándome cómo era fecundada. No imaginaba por qué.

Me guiaron a otro poro. Allí, otro ser blanco, tal vez otra reina, expulsaba por uno de sus orificios las bolsas amnióticas que había visto colgar. A medida que las expulsaba, eran tomadas y retiradas con sumo cuidado.

Volvieron a guiarme hacia otra abertura. Un nuevo ser blanco estaba recostado en su interior. Tenía su cabeza hacia un lado.

Me dejaron allí y se fueron.

¿Querrían que me apareara de alguna forma con ella?

¿Supondrían que yo tendría pene?

¿Vendría el macho a tratar de aparearse conmigo?

¿Acaso creerían posible lograr una reproducción entre ellos y yo?

Me acerqué a la criatura y me senté a su lado; sé que me miraba a pesar de no tener ojos.

Acaricié uno de sus brazos, su piel estaba helada. Se estremeció. Una baba color negro chorreó por su boca. La recogí en mi palma y la olí, su aroma me embriagó.

En ese instante volvieron mis guías trayéndome cosas para comer: un especie de puré con pequeños trozos de alguna otra substancia adentro y más de aquel líquido dulce y tibio para beber. No me había dado cuenta, pero tenía mucha hambre y mucha sed.

Mientras comía, uno de los seres guía se tendió a mi lado. La reina seguía recostada emitiendo zumbidos que parecían un arrullo.

Creo que al fin encontré el sitio que buscaba para quedarme: alimento, protección, compañía, seres a los que poder tocar…

Después de tanto tiempo hallé un hogar.

Estas criaturas son muy bellas.

En este momento todas están emitiendo un sonido parecido a un canto.

Es arrullador.

Hipnótico.

Muy, muy dulce.


[1] Inspirado en la obra “El silencio de las sirenas” de Eduardo Basualdo, 2011.

[ii] Inspirado en la obra “Adaptación Orilla” de Florencia Rodríguez Giles, 2007.

[iii] Inspirado en las obras “Opus Nigrum” de Nicolás Novalli, 2008 y “Carnívoras” de Paula Toto Blake, 2001.

[iv] Inspirado en la obra “Usagi” de Paula Andrade.

[v] Inspirado en la obra “Metafísica del ser” de Koldo Etxeberria.

[vi] Inspirado en la obra “Todo se pasa” de Catalina León, 2010.

[vii] Inspirado en la obra “Antes del Principio” de Aldo Sessa, en el libro Fantasmas para siempre de Ray Bradbury y Aldo Sessa.

[viii] Inspirado en la serie Desiertos de Piedra de Laura Antonio.

[ix] Inspirado en la obra “Kronos 2” de Peter Popken.

[x] Inspirado en las obras “Adoración XI”, “Biomechanical Landscape X”, “Paisaje” 1967, “Paisaje” 1967-1969, “Paisaje XX” 1973, “Homenaje a Böcklin” 1977, “El Mago” 1975, “Erotomechanics V y VI” 1979, “Homenaje a S. Beckett I y II” 1968 y “Cabeza III” 1969 de H. R. Giger.

 

Agradecimientos:

A mi esposx T. P. Mira-Echeverría por su amor y su delicioso café con canela.

A la artista Paula Andrade por leer el capítulo correspondiente a su obra y dar el visto bueno.

Al bar y tienda de especias El gato negro, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Al bar y parrilla Miranda, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Al bar Bar.Ko, Mar del Plata.

A los cafés: Babieca, Iberia, El despacho de diagonal, Bakano y Tienda de Café, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

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