Bajo la sombre del gran sauce, se mecía la silla donde estaba acomodado don Jaime. Su mirada
se perdí en el horizonte. Bajo sus pies cimbraba la tierra, no era buen presagio.
Ese rugido de la tierra lo despertaba de la siesta a orillas del río Neuquén.
La tierra está enojada pensaba y a la vez le pedía perdón a la mapu que lo había cobijado en
ese paraje desde muy pequeño.
Corría de un sitio a otro, Juancito con apenas 8 años, parecía un cachorro desbocado.
—¡Hay mijito quédese quieto por amor de dios! - le decía Jaime, al pequeño-.
—Ah! ¡Pero abuelito! -rezongo el niño.
—Ven, te quiero contar una historia. Cómo todo niño que se precie de tal se sentó en el sueño
junto a su abuelo con sus piernas cruzadas y mirándolo atentamente.
A unos cuantos kilómetros de allí, existía un campamento petrolero, las excavaciones eran
permanentes. Recorrían las picadas con sus vehículos con tracción en las cuatro ruedas,
antaño lo hacían con los camiones rusos.
En esa ocasión iban acompañados por los gendarmes, pues sabían que Son Juan, no era fácil
de convencer.
Ya les habían dado distintos plazos para que se fueran del lugar, y hasta el momento no
lograban su cometido.
Está no era distinta a las otras veces que habían ido al paraje del Sauce Bonito. Allí lo
encontraron y desde el otro lado del cerco comenzaron a gritarle de manera agresiva.
¡Viejo! ¡Viejo! Ya te pedimos de todas las formas y te explicamos que tenías que irte con tu
wila a otra. Este lugar ya no te pertenece. La próxima vez que volvamos te tiramos este cerco y
tu rancho a la mierda .¿Qué querés? ¿Qué vengamos con los milicos y la jueza?
El viejo los miraba con cierta indiferencia y desdén. Prendió su cigarro y les respondió muy
enojado.
¡Vengan cuando quieran! ¡Aquí los voy a estar esperando. Está es mi tierra, la de mis ancestros
y de acá no me voy ni muerto! Se agachó y tomo de debajo de la silla una escopeta. ¡Vengan
manga e hijoeputas!
El gendarme quedó shokeado, no sabía que actitud tomar, pues en su interior reconocía que el
viejo Jaime tenía razón. Mientras que trataba de calmar a los petroleros que buscaban
tremendos palos de la caja de la camioneta.
La situación era muy grave. Comenzó a vibrar la tierra otra vez, más fuerte de lo normal. Hasta
los mismos ocupantes de la camioneta se alteraron, al grado de subir a la camioneta, y
haciendo marcha a atrás y a toda velocidad abandonaron el lugar.
Recobrando su postura Jaime volvió a mirar al niño y le hablo.
—Tenes que recordar para siempre esto que te voy a contar. La tierra está enojada ruge y
rezonga a cada rato, el agua que recorre el río se ha tenido de un color extraño, huele a azufre,
esto nunca había pasado. Cuando yo tenía tu edad, todo esto era verde, sembrábamos y
vivíamos de lo que cosechábamos. Calentábamos la sopa todas las noches y usábamos esa
misma agüita para cocinar o bañarnos. La tierra era feliz en ese entonces, nadie protestaba en
la ruta, no existían esas máquinas inmensas que sacan bencina. Tu tata cantaba cada mañana,
mientras horneaba torta frita y calentaba el agua pal mate. Hay mijito tengo tanta tristeza,
soñaba con un futuro para los nietos, pero no a este costo.
Tu nana se fue, y desde el cielo nos mira, sabe que la tierra está enojada con nosotros, por
dejar que la lastimen. Ya se mijito que uste se merece todo en esta vida, pero mire, no me deje
olvidado en estás ruinas. Yo era libre y feliz cuando dormía bajo las estrellas y miraba el cielo
mientras las ramitas se encendían y el fuego me animaban en esas noches largas de la
invernada. Mire el campo mijito ya ni chivas tenemos, hasta ellas están ofendidas, ni su rica
leche nos regalan.
—¡Pero tata! -dijo el pequeño- ¿porque me dice esto.? Mientras se le escapaban las lágrimas
de sus ojos.
—No es para que se asusté mijo es pa que uste se acuerde cuando sea viejo como hoy lo soy
yo, para que nunca baje sus brazos. Siempre luche, y piense que cuando uste no esté, estarán
sus hijos, pa defender la tierra que nos ve nacer.
No llore, no le afloje, que nadie será más fuerte que usted, porque yo estaré a su lado, pa
cuando la mapu me sacuda los pies pidiéndome que la defienda.
—Yo sé, tata, pero no me deje solo.
En el informativo de la radio, comentaban de la explosión de un pozo petrolero y la muerte de
cuenco operarios. La sociedad sabe que detrás de estos hechos hay alguien que no cumple con
su trabajo.
Aquella noche, Juan, durmió sentado a los pies de su abuelo que lentamente dejaba escapar su
voz, cuando sintió por última vez el rigor de la tierra bajo sus pies.
Biografía Mi nombre es Lilian Raquel Costantino, soy profesora en Ciencias Políticas, y escribo desde el
2003. Nací en la Prov. de Cba., en la localidad de Cosquín un 31 de agosto de 1968.
Actualmente vivo en Neuquén, Plaza Huincul, y continuo con mi proyecto de escritura además
de la participación en diferentes grupos de escritores a nivel latinoamericano, edito mis
propios libros, los corrijo y público. Cree mi propio sello Editorial, llamado ATELIER, donde
tenemos la publicación mensual de la Revista Literaria ACUARELAS, y ANTOLOGIAS. Soy
además gestor cultural, por lo que ocasionalmente organizo encuentros y actividades literarias
en diferentes lugares de la provincia. He participado en encuentros presenciales y virtuales,
antologías físicas y digitales, en un total de 20 hasta la actualidad.
Mi objetivo es seguir creciendo en la escritura.
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