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MANÁ DE LA VIDA de Juan Miguel Idiazabal


Las paredes y rutas están repletas de propaganda estatal. Quien se atreva a grafitearlas, si es

atrapado se verá sentenciado automáticamente a pena de tres años de encarcelamiento en un

campo de reeducación y trabajos forzados. Nadie recuerda desde cuándo esto ocurre. Todos

repetimos los viejos slogans como compact disc rayado.

“Todo está bien” “El agua natural es dañina para la salud” “El Caudillo fuma cigarrillos Bebe”

“Tome agua envasada Raulito” “Caudillo Unión Argentina”


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Hace cinco años que no llueve en la zona. Hace cinco años que la Agencia de Agua Nacional no

me acerca un bidón. Mi rancho está muy lejos, me dijo el funcionario la última vez que me

acerqué a Mar del Plata. Desde cuándo cuarenta quilómetros son lejos, más cuando falta el

agua en toda la zona. Este año se conmemoran doscientos años de la Revolución Caudillista

por la Liberación del Pueblo, que mentira. Hace cien años que casi todo el país está sin agua.

Sólo los amigues del régimen y sus súbditos reciben agua últimamente.

Saqué la bicicleta que era de mi abuelo del garaje y engrasé la cadena. Brújula, lápiz y mapa.

También lo último del agua que conseguí en la proveeduría de Sierra de los Padres. Carísima,

pero no es culpa del Simón. Tiene que vivir y la inflación no ayuda. Si todo sale bien, no vuelvo

más. No necesito nada, salvo agua.

Pedaleé durante media hora, adentrándome en el campo en busca de un poco de esperanza.


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Llegué hasta la orilla de la vieja laguna La Brava. El pequeño pueblo montado allí

sobrevive todavía. La Brava debería ser potable o tener una planta potabilizadora, pero la vista

del Caudillo no llega hasta aquí.

Sigo pedaleando, quiero ver la laguna de aguas azuladas de las fotos e historias de mi

infancia o lo que queda de ella. Hace por lo menos quince años que no vengo para este lado. Al

acercarme al boulevard de maderas, la veo. Y la huelo. El camino a su alrededor construido en

tiempos en que mi abuelo era un pequeño niño de ojos marrones separa a los transeúntes por

lo menos cinco metros del agua. Abundan los carteles.

“Prohibido bañarse” “Agua contaminada” “Todo está bien” “No pescar” “Severas multas” “No

realizar deportes de agua” “El Caudillo fuma cigarrillos Bebe” “Tome agua envasada Raulito”

“Caudillo Unión Argentina”


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Mientras me alejo pedaleando rumbo a la sierra en busca de una cueva que explorar, pasa una

calesa voladora vociferando por un megáfono conectado burdamente a su techo:

“Se vende agua envasada, calefones a pila atómica, verduras hidropónicas transgénicas

antienvejecimiento con omega 32 y vitamina P. Fumar es salud. Las colillas no contaminan, se

biodegradan. Reporte a los ecoterroristas. Vote lista 946 para delegados. Fumé cigarrillos

Bebe, como el Caudillo. Cigarrillos Bebe, desde 2065 el cigarrillo de los Caudillos. Televisores,

celulares, libros electrónicos, baterías de litiol compuesto, todo usado. Compramos y

vendemos al mejor precio. Protéjase de Tessie Chambers, si escucha el llamado avise a su

psiquiatra. En Pueblo La Brava, confíe en Vitorio Gamberro, calle 73 esquina 76. Se vende agua

envasada, calefones a pila atómica, verduras hidropónicas transgénicas…”

Hasta el cansancio. Mientras me alejo veo a un pibe, no tendrá más de dieciséis años, dar la

última pitada y arrojar la colilla al agua. No llega. Aunque eso no importa, toda la orilla de La

Brava está repleta de colillas de cigarrillos. Una espesa manta de estos. Las escuelas dicen que

no contaminan, que los ecologistas estamos locos. Somos terroristas por diferir con la versión

oficial.


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─ Mire, m´ hijo, usted no puede decir nada, pero en la escuela le mienten. ─ Dijo mi abuelo

seriamente. Me miraba a los ojos, mientras yo repetía como loro la lección que había

aprendido ese día. Mi abuelo era mi faro, así que sus palabras resonaron como un vendaval en

mí. Abrí los ojos como la lechuza y paré las orejas como el perro.

─ ¿Qué decís, abuelito? ─ No me atreví a preguntar o decir más nada. Me estaban por dar la

lección de mi vida.

─ Sí, Ranquelito querido, cuando yo era chico, más chico que vos. De eso hace ciento

veinticinco años, creo que tenía siete, cuando mi padre, tu bisabuelo Jonás me explicó que el

agua natural es muy buena para la salud, por eso el gobierno la quiere controlar. Además,

fumar es malo, por más que en la escuela y los medios lo nieguen. Ya lo sabían ellos cuando tu

bisabuelo era chico. Eso cambió después de la Revolución Caudillista, que estuvo bancada por

las tabacaleras. De hecho, al principio hubo científicos que desaparecieron porque clamaban

que los nuevos cigarrillos además de ser muy nocivos para la salud venían con un compuesto

llamado Bebedol X-259 que hace que la gente sea más dócil y susceptible al control mental.

Esas personas fueron a desacreditadas o muertas o encarceladas en los nuevos campos de

reeducación o se exiliaron. ─ Mi abuelo sorbió un mate para acentuar su punto, recuerdo que

el ruido y la cara que puso me hicieron sonreír. ─ En que estaba… A sí, además, esa fue la

época en que se comenzó a desacreditar a los ecologistas y científicos que pregonaban que

una colilla de cigarrillo contamina hasta 1000 litros de agua. Asimismo, pueden ingresar al

cuerpo de forma indirecta a través de la cadena alimentaria y provocar efectos adversos en la

salud. Por eso no fumamos en esta casa. Por eso no tenés que fumar Ranquelito. Me tenés que

prometer que vas a cuidarte vos y vas a cuidar el agua. Sin agua no hay vida, m´hijito. O por

qué te pensás que ocurrió la guerra con el sur y se separaron las provincias patagónicas. Por el

agua. Fueron más vivos. Si pudiéramos evadir las patrullas te llevaría hasta allá a vivir en


libertad. Pero estoy viejo y esa es una historia para otro momento. ─ Una briza movió

gentilmente los frutales que cercan el rancho. Mi abuelo se asustó. ─ Me tenés que prometer

que no vas a hablar con nadie de esto, no quiero que te metas en problemas. El Caudillo es un

déspota y la maestra un robot que escupe lo que el Estado le indica, si pudiera estudiarías en

casa. No nos dejan. ─ Me clavó la mirada. Ahí nomás crucé mis dedos sobre la boca y se lo

prometí. Cuando crecí un poco más y pude comenzar a visitar algunas de las últimas

bibliotecas de los pueblos y parajes cercanos encontré la bibliografía que respaldaba sus

palabras y sus miedos. Por suerte a estos lugares, como el agua envasada oficial, el Estado

tampoco llega.


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Tengo que haber pedaleado una hora más antes de parar. Adentrándome en el campo

y las sierras. El camino era difícil, pero no me importó. Tengo que poder encontrar agua

natural antes de que sea demasiado tarde. Tomé un sorbo de mi cantimplora. El sabor

mentolado del agua nunca me agradó. La propaganda oficial decía que así no había que lavarse

los dientes.

La sierra comenzó a cambiar de tonalidades. Los verdes eran más verdes. Los ocres

más oscuros. Se escuchan pájaros, finalmente. La mano del hombre no ha llegado hasta aquí.

Tal vez, sólo tal vez, esté cerca de mi objetivo. Agua. Hace rato que no veo cercas o

alambradas. Tierra de nadie. Podría reclamarla y mudarme si hay agua cerca.

Pedaleé un poco más hasta encontrar una cueva. No parecía la gran cosa, pero tenía

que explorarla. Toda esta zona estaba muy verde y viva para que no hubiera agua en algún

lado. Seguramente una napa subterránea, un lago o un arroyo escondido. Algo. Si hasta el aire

huele más dulce acá.

Dejé la bicicleta adentro de la cueva, para que nadie la viera. No fuera a ser que una

patrulla del ejército sobrevuele estos lares y me encuentren por la bici.


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Qué emoción. La caverna resultó más grande de lo que imaginé. Las paredes son de

roca, por momentos pareciera que son verdes o marrones. Afelpadas. El aire es más dulzón acá

adentro. Hay mucha humedad, estoy todo transpirado a pesar de haberme puesto

Antitranspiralex 3000 esta mañana. Por lo menos no hay moscas o mosquitos. Aunque escucho

por momentos algunos ruidos, como chillidos y pequeñas patitas tiqueando en la piedra.

Algo pasó sobre mis zapatillas. No debiera sentirlo, sin embargo, era algo lo

suficientemente grande y pesado. Cuando apunté con mi linterna una cola larga se escabullía

en una hendija de la pared. Apuré el paso.

La cueva se estrecha y se bifurca. Dos caminos por escoger.


De uno sale un infierno de chillidos. Debe estar repleto de animales de algún tipo. Murciélagos

en el mejor de los casos. Insectos desconocidos. Ratas en el peor.

Del otro se escucha algo como un arrullo. El aire es más dulzón. Aunque la cueva, en este caso,

continúa estrechándose. Dudo unos instantes, pero una brisa veloz cerca de mi cabeza me

hace elegir rápidamente. Me adentro más y más en la sierra. Hace más calor a medida que

desciendo. Siento que eso hago. No tengo muchos puntos de referencia en la semipenumbra.

El camino me obliga a gatear. Luego de unos metros lo escucho. El ruido del correr del agua.

Suena como un arroyo o un río. Me pongo la linterna en la boca y continuo. De pronto, siento

como si tocara pequeñas gomitas acuosas, aterciopeladas. El aire sabe a chocolate. Al bajar la

cabeza veo que son pequeñas flores rojas sobre una cama de pastos gruesos verdes. Se

extienden hasta una abertura. Siento mis manos mojadas. Es agua, estás florecillas crecen

dentro del agua. Me lamo los dedos. Saben a agua dulce, no a ese mentol horrible al que me

tienen acostumbrado. Me apresuro. Hay una fina capa de esporas o eso parece. A medida que

avanzo me siento más débil. ¿Hace cuánto tiempo que estoy aquí dentro?

El arrullo, ahora es más fuerte. La humedad es palpable. Estoy por llegar. Ya no doy más de

cansancio. Pareciera haber luz. Con un soplo de fuerzas atravieso la abertura. Finalmente, ante

mí. Un río o arroyo subterráneo. Las paredes hasta donde se ve son luminiscentes. Algún tipo

de planta o hongo las cubren. Veo algunos insectos volar y creo que en la bóveda hay

murciélagos. El piso rojo y verde con estas florecillas redondas que no abandonan. No doy

más. Tomó un trago directamente del caudal. Si hasta pareciera haber peces dentro. No

alcanzo a ver dónde termina o comienza todo esto. El agua está fresca. No sabe a lo que yo

esperaba.

Estoy muy cansado. Tengo que llenar la cantimplora y el bidón que traje en mi mochila. Mejor

me tiraré a descansar un rato. Cerraré los ojos por unos instantes.


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Colchones verde-rojizos,

colchones brillantes,

colchones de gotas de rocío,

colchones de gotas de ácido,

colchones creadores de Guasones,

colchones de una flor,

colchones de pegajosa muerte,

colchones de pétalos mágicos,

colchones ricamente pobres,

colchones de tentáculos,

sueño de pulpos japoneses lovecraftianos,

pesadilla de insectos argentinos.

Drosera uniflora

la florónica muerte fotogénica.





Biografía Juan Miguel Idiazabal: Mar del Plata (Bs. As.) 1984. Traductor Público y Profesor de Inglés y

Gestor Cultural. Desde 2013, es miembro de La Prosa Mutante. Creó la editorial independiente

Herensuge en 2016. Publicó 15 libros, los últimos son Carmela y Toulouse sobre fondo verde

(Ediciones Arroyo, 2022); El milagro de la nieve (Herensuge, 2021); Cuánto tiempo más llevará

(Niña Pez Ediciones, 2021); Lo que perdimos (Herensuge, 2020); Esa partícula que llamás Dios

(Halley, 2020).





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