LA MACETA de CYNTHIA PELAYO Trad. Matías Bragagnolo
- Cynthia Pelayo
- hace 1 día
- 4 Min. de lectura
Cynthia Pelayo es una autora y poeta ganadora del Premio Bram Stoker y del Premio Internacional del Libro Latino.
Pelayo escribe cuentos de hadas que combinan géneros y exploran conceptos de duelo, luto y ciclos de violencia. Es autora de Loteria, Santa Muerte, The Missing, Poems of My Night, Into the Forest and All the Way Through, Children of Chicago, Crime Scene, The Shoemaker’s Magician, así como docenas de cuentos y poemas independientes.
El cuento original pertenece a Loteria, traducido por Matías Bragagnolo.

La repugnante y abrumadora tristeza golpeaba a la misma hora cada noche después de las 3:00 a.m. Soledad se despertaba en la cama. Su cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor. Su camisón de algodón rosa se pegaba a su piel. Cada noche, apretaba con sus dedos los bordes de la sábana, la levantaba hasta debajo de sus ojos, y volvía lentamente la cabeza en la oscuridad hacia el reloj. El reloj despertador digital encima de su cajonera dejaba atrás los minutos que tanto la torturaban. Limitarse a ocupar solo un lado de la cama extragrande a veces la hacía sentir tonta. Simplemente podría dormir en el otro lado de la cama, donde Raúl había dormido a su lado durante treinta y ocho años. Aun así, nunca pudo lograr eso. Ese era el lugar de Raúl, su esposo, y dormir de ese lado era casi como reconocer que nunca lo volvería a ver otra vez, que él nunca volvería. Quería que volviera (por ella). Las cifras digitales rojas y amenazantes en el reloj le devolvían la mirada, burlándose, ahora 3:13 a.m. Una ola de pánico sacudió su cuerpo, congelándola ahí mismo. Sus piernas se agarrotaron. Sus dedos se acalambraron mientras retorcían la fina sábana de tela que reposaba debajo de su nariz. Algo cambió en el aire húmedo y almizclado de su habitación. Había un olor a algo, tan tenue pero tan distinto, y empezó a llenar la habitación. Se preguntó si había cerrado con llave la puerta de su florería, Flores de Soledad[1], que lindaba con su pequeña sala de estar. Siempre trababa la puerta que daba a su florería. Soledad tenía la obsesión de asegurarse de que la puerta estaba cerrada por la noche porque, si no lo estaba, el olor de las flores muertas, podridas o en descomposición podía reptar con facilidad dentro de su hogar. Aunque esto que llenaba el cuarto no era el olor a muerte; era algo fresco y dulce. Estaba tan cansada que quería que todo esto se terminara. El trabajo había sido agobiante. Sí, había sido lo suficientemente fuerte como para no retrasarse con la toma de pedidos, la preparación y el riego. Incluso ahora, justo cuando los pedidos se apilaban a causa del feriado que se acercaba, Día de Muertos[2], le preocupaba tener suficiente de La Flor de Muerto[3], la flor de cempasúchil. Los aztecas creían que las caléndulas atraían a los muertos, que traían sus almas de regreso a casa, especialmente en el día en que se creía que la línea entre los vivos y los muertos se borroneaba, el Día de Muertos. En este día, los altares hogareños y los cementerios estaban cubiertos por las anaranjadas flores de pétalos abundantes. Incluso en los días previos al Día de los Muertos, los pétalos de las caléndulas coloreadas por el sol podían ser hallados por las calles, las veredas y los senderos que conducían a los hogares. Las tumbas pronto serían iluminadas por las brillantes flores doradas. Su impactante color rivalizaba con el del sol poniente. Soledad pensaba en su marido todos los días, pero durante esta época del año él estaría ahí, en todos lados, en todos los pliegues de su mente. Al caer enfermo, le había pedido dos favores; el primero fue que siguiera viviendo, y con eso se refería a que emprendiera algo nuevo, aceptando los regalos que la vida todavía tenía para ofrecerle (lo cual hizo, comprando la florería). El segundo fue nunca montar un altar para él, porque, como dijo, le provocaría demasiado dolor volver al plano de los vivos por unas pocas horas, solo para tener que partir cuando la puerta fuera sellada otra vez por otro año. Su florería boutique se había vuelto tan popular este año que ella desobedeció a su marido y creó un altar para él. Ya era hora, pensó. El altar era pequeño y simple. Dispuesta sobre una mesa de madera lisa estaba su foto y unas pocas barras de chocolate (sus favoritas), así como otros recuerdos, como su cámara y una fotografía de ellos dos en los jardines de Puerto Vallarta. Después, por supuesto, estaban las flores, toneladas de caléndulas del Día de los Muertos, dispuestas en jarrones, esparcidas sobre la mesa, recogidas en ramos y colocadas junto a los portarretratos. El aroma ahora era abrumador. Puso su mano sobre el lado de la cama de Raúl. Su corazón galopaba. Su respiración se aceleró. Había habido tanto estrés últimamente... El estrés por estar cansada por demás, el estrés por estar haciendo algo que su marido claramente le había indicado que no hiciera, y el estrés desgarrador de estar tan, pero tan sola. Una puerta se abrió y se cerró en algún lugar de la casa. Soledad contuvo la respiración mientras las pisadas se aproximaban a su puerta. Las pisadas se acercaron, lentamente, hasta que ella pudo escuchar cómo el pomo de la puerta giraba en la oscuridad. “¿Quién está ahí?”, gritó. Nadie respondió. La puerta se desplazó, y había una oscura silueta, de un hombre parado en el marco de la puerta. “¿Quién es usted? ¿Qué quiere?”, gritó ella. “Tú me llamaste, Soledad”. Él entró en el cuarto lentamente y se sentó en la cama. El cuerpo de Soledad tembló de miedo. El hombre se recostó dándole la espalda. Ella no podía moverse, no podía gritar. El hombre tomó uno de los brazos de Soledad y lo ubicó suavemente abrazando su propio torso. Estaba frío como el hielo. “Por ahora solamente durmamos, mi amor. El viaje me ha dejado muy cansado”. “¿Raúl?” Él palmeo suavemente su mano. Estaba tieso, rígido... Frío. “Sí”, dijo atontado. Las lágrimas llenaban los ojos de Soledad, y presionó su cara contra él. “Ahora estoy acá. Duerma, mi querida. Duérmete todo esta última noche en esta cama, en esta casa. En unas pocas horas te llevaré conmigo en el viaje al otro mundo, porque no puedo dejarte, nunca más”.
[1] En castellano en el original.
[2] En castellano en el original.
[3] En castellano en el original.
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