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ESOS RELIEVES de Mauricio Tomassetti



¿Viste el polvillo que se junta en los zócalos de cualquier casa? Viví muchísimos años en el sur de la provincia de Buenos Aires, pero recién en la última década empecé a alquilar acá. Demasiada mugre se acumula en estos departamentos de la Capital. No es tierra común. Es hollín; oscuro, fino; y ensucia a más no poder. El hollín en sí, según vi por ahí, es una mala combustión de cosas orgánicas. Y puede tener arsénico o mucho plomo, es cancerígeno. Peligrosísimo. Y no digo que en el conurbano no se quemen combustibles y no haya polvo, pero en la ciudad hay una tremenda saturación del aire con tanta porquería junta. Y esa mugre se mete entre los zócalos, los muebles y —sobre todo— en los pulmones.

Vivir en la ciudad es cómodo, suponte, para viajar y esas cosas, pero resulta horrible por muchísimas cosas. Lo que más me jode es la contaminación. Para colmo al lado del edificio en que vivo pusieron algo que tiene una chimenea con un humo raro, como de asado, pero desagradable. Casi todas las noches hay humareda, y para mí mucha de esa porquería se mete en el edificio. Ya le pregunté al encargado; pero, con lo chusma que es y todo, no pudo averiguar demasiado.

Como sea, estaba yo una mañana, meta limpiar el derpa, que era un desastre de trastos sucios y ropa tirada. No tengo tiempo en la semana para ordenar. Los horarios rotativos en mi laburo de seguridad me cagan siempre. Prefiero dormir en los ratos libres. O mirar televisión. Antes iba a correr, pero ya no, y así estoy: hecho un gordo de monoambiente.

Toda puerta tiene relieves, que no sé para qué carajo sirven sino como ornamento, porque para mí las puertas deberían ser todas placas planas. Bueno, ahora sí sé para qué sirven esas decoraciones y relieves: para juntar ese putísimo polvo.

Lo que quiero remarcar es que mi puerta de entrada al departamento tiene esas formitas de rectángulos segmentados, como si fuesen dos pirámides mayas truncas —al menos así las veo yo—, o como unas mini escaleras donde el polvo se va acumulando —sobre todo en la parte superior—, más aún si no se limpia seguido. Y ahí empezó todo. Me acordé de limpiar la grela de la puerta y noté algo raro. El color del polvillo que había no era negro de hollín ni grisáceo de tierra o polvo común. No. Tenía color amarronado y aspecto pastoso, como de aserrín mojado. Y era bastante. Le pasé la franela a la mugre esa, y la superficie quedó brillosa y perfumada, porque yo uso un limpiador muy bueno, para que todo tenga eso que llaman olor a limpio.

Bueno, como te decía, podría haber sido más mugre, que hubiera caído del techo cuando me giré para ir a la cocina. Podrían haber sido muchas otras cosas, pero no. Ojalá. Sentí un leve tirón en la mano con la que sostenía el trapito para repasar los muebles, y ahí, frente a mis ojos, la suciedad que yo había limpiado de la puerta salió volando del trapo y volvió a posarse donde había estado antes; en esos escaloncitos de la puerta.

En otros años de mi vida no me hubiese asustado tanto, porque habría considerado aquel extraño incidente como una alucinación derivada de la cantidad industrial de porro que fumaba, pero ahora ya tengo cuarenta pirulos y hace mucho, pero mucho, que no enciendo siquiera un cigarrillo.

Mi repulsión por las cenizas es idéntica a la que siento por la mugre, y ni te digo de los olores. Corporales o cualquiera que ande dando vueltas por ahí y que se te pegue en la ropa, en la piel. Puaj. Asco. Pero a lo que voy es que yo estaba totalmente sobrio y sé muy bien lo que vi. Ese polvo que había repasado con el trapo volvió a su lugar. Era imposible, te digo. Me quedé de piedra, pero a pesar del miedo, volví a pasarle encima la franela. Y ocurrió lo mismo. “Y qué hago, y qué hago”, me preguntaba. “La puta que lo parió, ¿cómo corno está pasando esto?”, pensaba con el trapo en la mano y con una desesperación como si estuviese delante de un monstruo asesino.

No. No me quedaba duda de estar presenciando un hecho paranormal, cosa que no me había tocado jamás en la reputa vida, porque a mí esas cosas nunca me interesaron, y encima soy re cagón. Bueno, la cuestión es que yo estaba ahí parado frente a lo incomprensible con un trapo en la mano como única arma de defensa… Hasta que me acordé del espray para limpiar superficies, que estaba sobre la mesada, a muy pocos centímetros.

De un salto repentino, aprendido y practicado hasta el cansancio en mis antiguos entrenamientos de básquet, agarré el lustramuebles y, cual pistolero del lejano oeste en duelo, disparé sobre esa mata de polvo. Una buena rociada le pegué. Algo me decía que aquella cosa iba a reaccionar, estaba convencido y no sabía por qué, pero algo estaba por pasar. Y así fue.

No se inmutó enseguida: lentamente empezó a formarse una masa marrón-rojiza, mezcla de polvo y líquido con olor a limón —del aerosol, el más caro compro yo, ojo—, que empezó a inflarse y contraerse como una burbuja, como un agua viva terrosa… Carajo, que no sé cómo describirlo, pero si antes estaba cagado en las patas, en ese momento ni te cuento. Pensé en pedir ayuda. ¿Y si le decía al vecino? Don Héctor, el viejo de al lado. Es medio forro y no sabía cómo iba a tomar aquello: un boludo con un trapito y un espray en la mano explicándole que un montoncito de mugre lo estaba intimidando. Encima me di cuenta de que no me salía la voz.

Bueno, supongo que todavía conservaba algo de frialdad, porque resolví que estaba metido en una situación imposible que, como fuese, tenía que atravesar sólo.

El bicho ese —por llamarlo de alguna manera— empezó a moverse sobre los relieves de la puerta. Esa cosa no mediría más de diez centímetros de diámetro, pero el miedo que me daba no tenía nombre. De golpe, de esa porquería salió un ruido, bajito al principio, pero que fue creciendo. Era una especie de “ggggrrr… grrrr” inquietante. Ya era mucho todo lo que estaba pasando como para que encima ese coso se pusiera a gruñir, pegado a la puerta como una especie de araña, pero con cuatro extremidades. “Ggggrrrrr... grrrrr…”, de nuevo, y saltó a mi derecha, sobre la mesada. Y avanzó hacia mí.

Sentí la panza revuelta de miedo y asco como nunca: ni cuando me gatillaron una vez en la cabeza para afanarme la moto me sentí así. La burbuja-araña-chillona-mugre-antipolvo movía sus cuatro “patas” en sincronización: primero las derechas, delantera y trasera, y luego las izquierdas. Creo que esa manera de caminar se llama amblación, o algo así.

Y hacía un “guaguarrrr…grrrr…”. Al principio tenía movimientos toscos, pero después de dos pasitos logró cierta armonía, como un animal recién nacido que está aprendiendo a caminar. Me daba miedo, y a la vez me quedé de cara, pura curiosidad.

En un segundo me saltó encima, o voló, como una libélula, y aterrizó en mi pecho. Por puro instinto de defensa me golpeé con el trapito en todo el tronco, pero la cosa había saltado de nuevo, para aterrizar arriba de mi cabeza, donde me pegué también, pero esta vez con el aerosol, y terminé viendo las estrellas, por reverendo boludo, como si fuese un dibujito animado, mientras el bicho ese saltaba por tercera vez, ahora hacia la mesa que estaba detrás mío. Mareado como estaba, pero con toda la bronca del mundo, me tiré encima de la cosa que me esperaba ahí. Cual samurái, a los gritos, le asesté con el trapo de lleno sobre todo ese… cuerpo, del cual salió un chillido largo, como un gato cuando le pisás la cola.

Enseguida mi trapo voló para atrás, de la fuerza con que ese bicho se lo sacó de encima. Y ahí estaba, parado sobre sus dos patas traseras, y las delanteras colgando en el pecho, como una mantis o un conejo, y con una cola, que antes no tenía, moviéndose para un lado y para el otro. De su cuerpo membranoso se asomaban los bordes de dos agujeros, como ojos que me miraran. Y miraban mal. “Chuuuuichhhhh… grrrr… quecquec”, dijo fuerte, y se movió para un lado y para el otro, sin quitarme la vista de encima. Porque podía sentir que me miraba, por más que no hubiera una cara definida.

Yo no tenía ninguna duda: mucha gracia no le habría hecho la trapeada que le había pegado. “Chucac… ekekekek… miajjjjj…”. La cosa giró y saltó de nuevo, esta vez hacia la cama, de ahí a una montaña de ropa sucia y de ahí al alféizar de la ventana, que estaba abierta. Levantó la cola en forma perpendicular a lo que venía a ser su cuerpo, y saltó, desde el primer piso donde vivo, hasta el techo de un auto que justo salía del garaje de abajo. Se estaba escapando.

Me asomé enseguida para ver a dónde iba, y lo vi alejarse, saltando ahora desde el auto hasta la medianera de las casas de al lado. Ahí se detuvo. Giró y me enfrentó de nuevo y gruñó. Siguió su carrera hasta unos árboles y ahí lo perdí de vista. Mientras se alejaba noté que iba creciendo de tamaño, o estaba inflándose, o no sé qué. Y ahí me quedé yo mirando la nada.

Toda la situación no duró más que unos segundos, pero me parecieron años. De golpe me bajó toda la adrenalina y pegué un alarido y empecé a llorar a los gritos, ahí parado, con el trapo y el aerosol en la mano. Y no me acuerdo nada más. Hasta hace un rato que vinieron ustedes…

No, no quiero más agua, gracias. Lo que sí me gustaría recuperar es el espray, que me salió un huevo. El trapo no es importante, si se perdió ya fue, estaba viejo, andá a saber dónde quedó. ¿Podría acompañarme alguien a casa, por favor? No quiero entrar solo a mi departamento.


—¿Sintió ayer el olor de nuevo? Otros vecinos se están quejando por ese humo fétido… Habría que mandarles una inspección a estos mugrosos, porque esa chimenea tiene una pinta tremenda de ilegalidad…

—¿Le cuento algo nuevo que escuché de esa gente? Parece que entre los residuos que están quemando hay desechos químicos para los que no tienen autorización. Y encima, ojo con este detalle, se rumorea que es un crematorio ilegal de animales.

”Conozco muchos veterinarios que cuando se mueren las mascotas que les llevan para atender las terminan tirando por ahí, mintiéndole a los dueños, diciéndoles que ellos les dan un buen lugar de descanso. Mentira. De esos tipos conocí varios. Tiraban a los animalitos en la basura. Yo los he visto. A muchos se les armó terrible quilombo con las familias y es por eso que en los últimos años se impuso el negocio de la cremación de animales. Te los devuelven en una urna como esas que se usan cuando creman gente.

”Y bueno, la cosa es que estos de al lado supuestamente incineran por zurda todo lo que uno le lleve. He visto bajar barriles y otros bultos. Para mí, ¿eh?, que acá traen todos los bichos que descarta lo que queda de esa mafia de los veterinarios. Sí, sí. Una mafia de veterinarios es lo que son. Y estos deben estar entongados con el gobierno de la ciudad, sino no se explica tanta impunidad, macho. Encima a los demás vecinos ya no sé qué decirles. Cuando me preguntan, me hago el recontra boludo. Yo no me meto. A usted le cuento porque hace años que…

”Pero vaya uno a saber en qué andan esos tipos. Encima del lugar salen unos ruidos raros, desde anoche que escucho gemir un gato o no sé qué sea. Una especie de gruñido bastante molesto. Toda la madrugada jodió. Y acá nadie tiene animales. Desde que pasó el incidente con el tipo del primer piso que se nota algo raro en el edificio…

—Uh, si, pobre. Al muchacho lo encontró don Héctor, el vecino de al lado, que sintió los gritos y llamó a la policía porque pensó que estaban matando a alguien. Parece que hubo ruidos y ese viejo rompe huevos ya estaba a punto de ir a golpearle la puerta para quejarse, hasta que sintió los alaridos y se dio cuenta que algo raro pasaba.

”Cuando pudieron entrar lo tuvieron que calmar con no sé qué cosa y entre cuatro camilleros y médicos del S.A.M.E., porque estaba con una terrible crisis de nervios: repetía que un bicho lo había querido morder. Fue lamentable verlo cuando se lo llevaron en ojotas, musculosa y con un trapo y un aerosol en la mano, que no se los podían quitar, mientras lloraba y repetía que una burbuja extraterrestre lo había querido matar. Quería que llamen a la N.A.S.A. El hombre es macanudo y no creo que esté metido en nada raro, yo siempre que lo veo, lo veo bien, aunque viene a cualquier hora porque le cambian los horarios todo el tiempo en el trabajo.

- Para mí, —ojo, para mí, ¿eh? — que le dio un pico de estrés o una crisis de locura pasajera. Don Héctor dice que es un falopero, pero bueno, ya sabemos que ese viejo de mierda no quiere a nadie. Yo lo único que espero es que el gordito se recupere pronto, sé que es un buen pibe. Pero qué escándalo que fue. Y encima estos cosos de al lado. ¿Y la mafia de los veterinarios? Tenga cuidado donde lleva a atender el perro. Ah, no, cierto que acá nadie tiene animales.




Biografía Mauricio Martin Tomassetti. Buenos Aires, 1978.

Periodista, editor de fanzines y revistas, corrector de textos y productor radial.

Actualmente co-conductor del programa Gentes Malas, emitido todos los lunes de 22 a 24 horas por mixtaperadio.com.ar

Integró los proyectos sonoros The Violent Shitters, Conurbano Profundo, N.A.M.B.L.A, Facción, Carnicería Las Nenas, Tercera Posición, Ascético/Predicado, The Pink House y TMSSTT.

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