En este cuento nos desborda la frialdad con la que Berni Rosenfeld cuenta la historia.
Precisión visual y horror.
Capital Federal, 4 de noviembre de 1944POLICÍA FEDERAL ARGENTINA
Departamento Homicidios
Señor Comisario Gral. César A. MenéndezS........................../..............................D
De mi mayor consideración :Por la presente cumplo con el deber de informar a la Superioridad del resultado de las investigaciones efectuadas por mí dentro del Expte. PFA 986/43 para el caso FRANGISANI ERNESTO S/HOMICIDIOS MÚLTIPLES que me fueran oportunamente encomendadas.
Como Ud. verá las escabrosas situaciones en que el extinto homicida actuó han sido totalmente esclarecidas y en lo que me concierne sugiero dar el caso por cerrado. Encuentro pertinente disculparme si al relatar los hechos he pecado de extremos tal vez algo literarios o tremendistas.
Es que –pese a haber experimentado de todo a lo largo de mi carrera- me ha sido imposible escindir de mi alma el horror que trasunta la aparición de semejante engendro con apariencia humana, que solamente la abnegada tarea policial es capaz de limitar.-
Fdo: Inspector Ppal. José Luis Estevez – PFA 784...........................................................................................................................................
Cuando Ernesto quedó solo tras la muerte de su mujer Sofía (Dipietro de apellido paterno), se sintió desamparado. Era un tipo acostumbrado a los cuidados de una mujer, aunque no se puede decir que los correspondía. Apenas agradecido, identificaba la vida con su oficio de taxidermista y viceversa. Expuesto cotidianamente al frío de la muerte y librando una interminable batalla contra la corrupción de la carne que lo rodeaba, ansiaba el poco de ternura que paliaba un endurecimiento de ánimo enfermizo que se había ido apoderando de él.
Sofía era capaz de abrir la heladera distinguiendo la carne para la cena de los especímenes en conserva para el próximo trabajo embalsamador de su marido. Sin un gesto de perturbación, ella era capaz de moverse en ese mundo equívoco que hubiera enajenado a más de uno. Sofía se las arreglaba con soltura entre tanta sordidez porque seguramente amaba a Ernesto. Pensaba poco en cuidarse ella; quizá un error (nunca sabremos en qué medida involuntario) la mató intoxicada.
La ausencia de su mujer fue la gota que acabó por rebalsar un vaso conteniendo algunas gotas de cordura pero colmado de una densa melancolía. Jornadas enteras se deslizaron en torno a un estado catatónico del cual el artesano temía emerger. Los clientes iban y venían como antes; lo notaban solamente algo más taciturno. El mezquino dinero seguía cambiando de manos, como de costumbre. Por otra parte, la clientela de Frangisani no se distinguía por su sensibilidad al padecimiento ajeno. Había algunos –como aquellos de duelo por alguna mascota- que denotaban un poco más de sentimentalismo pero se les pasaba enseguida, apenas entregados a la siniestra fantasía de revivirla embalsamada. No es que lloraban por la muerte del perro o gato sino su propia, incurable soledad. Para ellos esa figura quieta que pedía plumero equivalía a las fiestas o el remoloneo del que se había ido. Peores eran –sin embargo- los que presumían de cazadores. Todos se alimentaban de la muerte como prótesis del amor propio, pero los había aún más mentirosos y estafadores. Tipos que jamás dispararían un arma pagaban por un falso trofeo con la cabeza de una fiera decrépita fallecida en el Zoológico por enfermedad, negligencia de cuidadores, mísero presupuesto de alimentación o de vejez, nomás. Quienes retornaban ufanos de un safari africano, americano o nacional eran los menos. Gastaban millones en burdeles, tours, armamento y municiones atroces, pero daban poco más que unos pesos para el artesano decorador de sus supuestas glorias.Un triste comercio destinado a esa misma clientela suplementaba apenas sus ingresos. Ceniceros fabricados con patas vaciadas de elefante, mates hechos con cuernos, patas de jabalí, buey o cascos equinos; llaveros o correas de cuero de culebra o yacaré, lámparas con cabezas empaladas de mono aullador, caparazones de mulitas para charangos, etc. Tampoco faltaba algún energúmeno deseoso de decorar su escritorio a lo Shakespeare con un ignoto cráneo humano convertido en pisapapeles, entre otras lindezas por el estilo.
De tal modo, cualquier despojo resultaba aprovechable para seguir viviendo. En medio de tanta podredumbre física y moral Ernesto debía rebuscarse el pan. Cuando tomó la decisión de embalsamar a su esposa sólo habían transcurrido dos días de su deceso. Lo hizo casi sin inmutarse, tal era su entrenamiento desapegado del dolor. Trabajó rápido y en secreto, excusándose con cualquier pretexto ante visitantes inoportunos. Como si fuera rutina, en pocas horas reemplazó la sangre con formalina, extrajo órganos, rellenó el cuerpo con manojos de trapo embebido y suturó la enorme cicatriz. Como era la secreta y ancestral costumbre del oficio, reservó algunas fibras cárneas en la heladera, mezclándolas con otros restos en el recipiente para picadas fritas.
Con su vestido de entrecasa, la Sofi quieta y callada ocupó su lugar de lectura de interminables novelas en el sillón frente a la pequeña ventana que daba al patiecito interior. Así, durante unos cuantos días Ernesto volvió a sentirse de alguna manera acompañado .Un nuevo "rebusque" comenzó como juego cuando Ernesto confeccionó una máscara para fiesta de disfraces a partir del rostro de un viejo tigre muerto en el Jardín Zoológico. Fue un éxito, la cobró bien y así se inició un nuevo rubro de actividad taxidérmica para el deprimido artesano. Máscaras prestando apariencia de perros, lobos, osos, tigres, leones, vacas o caballos formaron un menú de humor negro que prestaba originalidad a ciertos eventos. Sin embargo, el casi inocente juego tendría macabras derivaciones.La angustia de Ernesto siguió creciendo por momentos. Al cabo de algunas semanas ni la silente compañía embalsamada ni la desesperada creatividad del comienzo fueron suficientes para serenarlo. Para escapar de estos acechos tomó la decisión de abandonar las jornadas solitarias y buscar trabajo afuera. No le costó mucho esfuerzo conseguir al fin empleo como tanatopráctico en una funeraria de otro barrio. ¿Quién soy yo? seguía preguntándose obsesivamente, enfrentado a la realidad del que sobrevivía mendigando mendrugos de reconocimiento ajeno. ¿Cómo ser como ELLOS, tan cómodos y omnipotentes en la seguridad de su existencia? Al fin resignado a la imposibilidad de ser él, ansiaba al menos ser otro. Rumiaba estos pensamientos mientras que -moviéndose como autómata- preparaba para su velatorio el cadáver del célebre actor Roberto Palomeque fallecido en la víspera. Acostumbrado a dialogar con los muertos, oyó clarito el consejo: “Tenés que hacer como yo; serás quien vos elijas, por el tiempo que se te antoje”. La gran concurrencia concitada por el sepelio tuvo un comentario común: “Qué tranquilo está Roberto, si parece durmiendo”. Mezclado entre los dolientes, Ernesto supo que el consejo del finado era una verdad compartida.
En adelante actuaría, nomás. A modo de ceremonia iniciática u honra demencial, comenzó con el propio Palomeque. A la madrugada siguiente del velatorio, aprovechó la soledad de la funeraria para operar su primera suplantación de identidad. El bisturí recién afilado sirvió para desprender íntegramente la piel del rostro y la parte frontal de cuero cabelludo del finado. Depositado el despojo para su conservación en un frasco oscuro repleto de formaldehido, procedió con tranquilidad a cerrar definitivamente el lujoso ataúd y darle un lustre digno del entierro que seguramente sería multitudinario. Más tarde se ocuparía de llevar a su casa el macabro frasco para devolverlo limpio al día siguiente. Probablemente se sintió satisfecho: ¡una vida nueva se estaba abriendo para él!Ya en su modesta vivienda de Balbastro 534, reconfortado por la discreta aprobación de su mujer y sentado ante la habitual superficie de trabajo (la misma que empleaba para comer), continuó con la tarea de quitar trozos remanentes de carne y grasa para luego encurtir la piel esquilmada mediante los sucesivos enjuagues de extracto de tanino, humectantes y suavizantes propios del oficio. Precisamente fueron aquellos desperdicios hallados junto a muchos otros en una bolsa de basura en avanzado estado de descomposición, los que permitieron reconstruir lo sucedido después de pormenorizado análisis por parte del patólogo forense (Ver Anexo II). Finalmente se la colocaría ante el espejo del baño, verificando que le ajustaba bien. Aquél fue el inicio de una ristra de hechos violentos e inexplicables que aterrorizaron a los ciudadanos y fueron bien aprovechados por la prensa amarilla. Aparecieron titulares como “El fantasma de Palomeque mata de nuevo”, “Sucursal de Banco Provincia asaltado por un fantasma”, “Misterioso asesinato de una mujer en el cinematógrafo” y otros por el estilo. Los policías callábamos, abochornados y sin pistas. Es que esos ataques fueron precedidos por hechos menos espectaculares y secretos, pero que delineaban una vertiginosa escalada criminal.
Según se pudo reconstruir, durante algunas semanas Fragisani se dedicó a un lucrativo “menudeo” no menos terrorífico. Al servicio de falsos espiritistas, se aparecía neblinosamente en plena sesión respondiendo con gestos y gemidos a crédulos deudos cuya pérdida era reciente. Se sirvió para ello de la técnica "Palomeque”, decantando un modus operandi eficaz y seguro. Al cabo de pocos meses ofrecía cambio de rostro e impresiones dactilares a más de un delincuente prófugo.
Los ingresos de Ernesto comenzaron a crecer. Paradójicamente, fue este último y más redituable “rubro” el que abrió cauce al hecho casual que nos permitió poner fin al prolongado raid criminal de este predador.
Sucedió así: la señorita Lissa Stolker -citada como testigo en la causa- se encontraba como de costumbre atendiendo clientas como empleada en Grandes Tiendas Avenida, sita en pleno centro capitalino, cuando un asaltante armado irrumpió a cara descubierta, redujo al personal de guardia y obligó a clientes y empleados a arrojarse al piso bajo desaforadas amenazas de muerte, mientras procedía a desvalijar la Caja. Cuál no sería la sorpresa de Lissa cuando reconoció al asaltante como su querido tío Michele Stolker ¡fallecido dos semanas atrás a causa de un ataque cardíaco !Su aterrado testimonio mostró la punta de una madeja que el suscripto desenredó con paciencia hasta descubrir al criminal que ahora yace en la morgue judicial. La fase final de las investigaciones no dejó de deparar, sin embargo, sorpresas terribles. Una vez que el juez actuante ordenó exhumar el cadaver del Sr. Stolker nos encontramos con un cuerpo profanado ¡sin rostro! llanada que fue de inmediato la funeraria, pudimos hacernos de la lista de sepelios de los últimos meses. Debimos proceder a la penosa tarea de exhumaciones múltiples, encontrando no menos de diez cuerpos (masculinos y femeninos) idénticamente mutilados, algunos de ellos sin manos. El número total de víctimas permanece incierto ya que no todos los familiares autorizaron el procedimiento y hubo alguna que otra repatriación. Tampoco sabemos qué crímenes tuvieron autoría directa de Fragisani y cuales fueron realizados por delincuentes operados, que aún se pasean impunes entre nosotros. Hemos publicado dentro de la Institución una galería de fotografías de algunos occisos mutilados con el aspecto de cuando vivían, pero nuestras esperanzas son escasas. Además, hubo varios casos en que los deudos impusieron medidas cautelares contra una publicidad equívoca que afectaría el buen nombre y honor de los seres queridos y sus familias.Desafortunadamente, el fin de la historia también presenta ribetes siniestros.Tras ser allanada la funeraria y sintiéndose acorralado, Ernesto Fragisani dio un último uso trágico a su oficio, esta vez contra sí mismo. Lo hallamos ya sin vida en su propia cama, con una gruesa vía inserta en la arteria femoral.
Una poderosa bomba aspirante – impelente sustraída del establecimiento fúnebre había procedido automáticamente en menos de una hora, desangrándolo por completo y colmando su sistema circulatorio con el formol que aún escurre en una mesa de autopsias de la Morgue Judicial.-Es todo – Será Justicia.
Siguen 3 (tres) informes anexos Firmado: Inspector Ppal. José Luis Estevez – PFA 784
Biografía Nací virginiano y judío a mediados de un siglo que agonizaba. Hace poco me peleé por mail con un imberbe que creyó inverosímil un DNI de 7 cifras.
Temprano fui ateo entre el rebeño de falsos creyentes o sinceros con creencias falsas. En cambio, creí -y creo- en la verdad de los injusticiados/as de la Tierra.
Soy -o fuí- ingeniero electrónico; más tarde inventor. Prefiero el análisis matemático al álgebra y siempre toqué guitarra, canté y escribí; más tarde todo confluyó en ser luthier.
Autoreé poesía -haiku inclusive-, cuento, ensayo y hasta novela corta sobre la etnia Comechingón.
Casi todo inédito por razón económica. Escribo para dejar un indicio, ya que desconfío de la elocuencia de mis cenizas para rescatar lo que en vida resultare de alguna utilidad.
Prefiero tópicos correlacionados con la capacidad humana de crear frente al secular tabú, adaptarse o destruír, con lo caótico del mundo y la paradoja de existir yendo hacia la muerte. No esquivo, por tanto, los temas de las filosofías y religiones; en eso soy bastante ecuménico.
Es constante la realidad en mi inspiración. ¿Algo inmanente reclama ser dicho? ¡al lápiz, pues!
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