Hoy en "Pesadillas de Felicidad" presentamos el cuento "Dios Maquina" del editor y escritor argentino José María Marcos.
¿Es la devoción, la fe y la creencia un modo objetivo y voluptuoso de encontrar la felicidad?
En este cuento el camino a la fe es instantáneo y espresso lo que nos hace preguntarnos:
"¿La Salvación nos hará felices?"
1
Esta es una historia que tuvo como protagonista a Patricia Villamayor, la ex del doctor Lautaro Gálvez. Para su presentación podría gastar una buena cantidad de palabras y páginas (retrotraerme a la relación con sus padres ateos, con su abuela o con el gato Satanás atropellado por un tren), pero busco narrar un cuento y no escribir una extensa biografía (mucho menos, una serie con cinco o seis temporadas), y entonces, bastará con decir que Patricia era una ferviente católica apostólica romana, que se casó a los 21 años y tuvo dos hijos y que, pese a todo esto, se divorció a los 46 años, aun cuando odiaba que la señalaran en su congregación, donde se realizaban reuniones de apoyo a los divorciados para que comprendieran que si alguien tuvo el coraje de arruinar su vida no debía ayuntarse con cualquiera que anduviera solo o separado, o, peor, engancharse con un hombre casado y deshacer otro matrimonio.
Un dato necesario para adentrarme en este relato es que Patricia podía vivir sin trabajar y tenía tiempo libre. Otro detalle clave es que todo empezó al finalizar su divorcio, cuando sus hijos (Lara, de 19, y Esteban, de 17) ya eran bastante grandes como para andar metiéndose en la vida de su madre. Chela, la encargada de llevar adelante el hogar, estaba con ellos desde hacía quince años, y, mientras le pagaran a tiempo, poseía el tino de no cuestionar nada.
Bueno, ya está.
Poner más detalles sería dejar libre el demonio de la novela, ese que Stephen King tiene trabajando las veinticuatro horas en un sótano de Maine.
Pienso que lo expuesto alcanzará para escuchar las venturas y desventuras de Patricia Villamayor. O expresándolo mejor: para recrear su encuentro con una máquina católica construida en Israel, y que ella compró en Europa, durante un viaje para dejar atrás la separación.
2
Antes de regresar a Buenos Aires, Patricia visitó España. En una excursión matutina a San Martín del Castañar, un pueblo rural de la provincia de Salamanca, se topó con un artefacto que un vendedor promocionaba como la solución para cumplir con los preceptos de la Iglesia.
—Esta maravillosa máquina jamás se olvidará de avisarle sus obligaciones cristianas. Le dirá cuáles son las lecturas diarias, y usted podrá cumplir con la confesión y la comunión. ¡Venga a por ella! ¡Es lo último en materia de divinidad! ¡Se vende con licencia del Vaticano! —anunciaba el vendedor a los gritos—. Tú no te pierdas la posibilidad de entrar derechito al cielo —dijo el vendedor posando los ojos en Patricia—. Traído de Jerusalén, hasta el Papa Francisco aprobó que este cacharro bendiga el agua, el vino y las hostias. ¡Y puede dar la extremaunción! Si quieres, te lee la Biblia todos los días. Te explica los fundamentos de los diez mandamientos o de los siete dones del Espíritu Santo, o te cuenta la saga del pueblo de Dios desde los albores de la humanidad. Posee una batería que le permite seguir funcionando durante varias horas en caso de un corte de energía.
El vendedor siguió con su prédica destinada a que no se le escapara la única compradora a la vista, pero a Patricia no le interesaban las promesas del hombre. Sólo deseaba contemplar la máquina, y ya evaluaba cómo haría para llevarse ese cura de metal, que medía un metro sesenta y tenía un diámetro de ochenta centímetros.
Patricia caminó hacia el artefacto, sobrepasando los límites de un cartel que decía “Prohibido el paso”, y oprimió el botón “Mensaje diario”, pese a que el vendedor le gritaba que se alejara de la máquina.
Una beatífica voz sonó por los altavoces: “Que la paz esté contigo”, y ella, fascinada, respondió: “Y con tu espíritu”.
La voz siguió hablando en castellano neutro y agregó: “Nadie cose un remiendo de paño tieso en un vestido viejo, pues el remiendo nuevo tiraría de lo viejo y el daño sería mayor. Ni echa nadie vino nuevo en odres viejos, pues el vino rompería los odres y se perderían vino y odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos”.
La máquina imprimió una papeleta amarilla, con la frase y con la cita al pie, donde se aclaraba que aquello provenía del Evangelio según San Marcos.
Patricia se dio cuenta que era una máquina santa. Su matrimonio había sido un vestido viejo, un odre gastado.
—Gracias, San Marcos —dijo Patricia y acarició la fachada de la máquina, como si se tratara de una persona, sin prestarle atención al vendedor que estaba furioso con la impertinencia de la turista.
La respuesta de la máquina fue una pequeña descarga eléctrica que hizo que se erizara la piel de sus brazos y de la nuca.
Tal vez sea mucho decir que aquello fue amor a primera vista.
Pero, esa mañana, Patricia percibió algo parecido a una epifanía.
3
La máquina fue instalada en el living de la casa en el barrio de Saavedra y se convirtió en la novedad durante varios meses, incluso para sus dos hijos, a quienes últimamente nada les resultaba llamativo.
A Chela no le cayó muy bien el artefacto, pero le dio alguna chance hasta que un día, cuando le quitaba tierra con un plumero, apretó sin querer algún comando y la voz le dijo: “Castiga a tu hijo mientras haya esperanza, pero no llegues hasta hacerlo morir”.
Chela tomó aquello como una señal de la mala onda y le hizo la cruz para siempre.
Fue así que, poco a poco, la máquina quedó para uso exclusivo de la dueña de casa, quien decidió trasladarla hacia su habitación donde tuvo un lugar preponderante.
A medida que fueron pasando los meses, la ex de Gálvez notó que la máquina estaba muy avezada en temas católicos y, salvo por el abuso del castellano neutro, le agradaba porque tenía más información que el cura de la congregación y brindaba mayores precisiones al explicar cuestiones teológicas.
Al comienzo de la relación, Patricia mechaba sus visitas a la iglesia con las lecciones del cura electrónico —al que bautizó San Marcos por el primer encuentro allá en Salamanca—, pero meses más tarde decidió que lo mejor era pasar más tiempo con la máquina que con el párroco de su iglesia.
Le gustaba apoyar sus manos en la fría carcasa de la máquina al cierre de cada celebración y sentir cómo progresivamente un suave cosquilleo se apoderaba de su espina dorsal y se extendía hacia el resto del cuerpo.
Aquel cosquilleo la dejaba exhausta, pero también satisfecha.
Sus hijos notaron algunos cambios en su madre, dado que pasaba muchas horas encerrada en su habitación, pero, como es habitual en muchas familias, siguieron adelante a la espera de que las cosas se acomodaran solas... o, bien, que terminaran de desbarrancarse del todo...
4
Quizás porque San Marcos fue el primer apóstol que le habló allá en España, o porque, como dijo la máquina, este escribió en griego vulgar “sin preocupaciones estilísticas clásicas, con el lenguaje de uso corriente, para que el pueblo lo entendiera”, Patricia se aficionó a su Evangelio más que a ningún otro y aprendió varios pasajes de memoria.
Los que más le gustaban eran dos apartados, uno titulado “Jesús cura a un poseso”, y el otro, “La resurrección de los muertos”, que escuchaba con asiduidad.
En “Jesús cura a un poseso”, San Marcos relata:
Llegaron al otro lado del lago, a la región de los gerasenos, y, al desembarcar, le salió al encuentro un hombre poseído de espíritu impuro, que habitaba en los sepulcros y que nadie podía sujetar, pues muchas veces lo habían atado con grilletes y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grilletes. Día y noche, estaba en los sepulcros y en los montes, gritando y golpeándose con piedras. Al ver desde lejos a Jesús, corrió y se postró ante él, diciéndole a gritos: “¿Qué hay entre tú y yo, Jesús, hijo de Dios altísimo? ¡Te conjuro por Dios a que no me atormentes!”. Y Jesús le dijo: “¡Espíritu impuro, sal de ese hombre!”. Y Jesús le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. Él respondió: “Mi nombre es Legión, pues somos muchos”. Y se puso a rogarle insistentemente que no lo echara de aquella región. En la ladera del monte, pastaba una gran piara de cerdos, y los espíritus inmundos suplicaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”. Y se lo permitió. Ellos salieron y entraron en los cerdos, y la piara, de unos dos mil cerdos, se lanzó al lago por el precipicio abajo y se ahogaron.
Escalofriante, el tema de los chanchitos. Le recordaba a la peli El exorcista.
Nada nuevo bajo el sol.
En “La resurrección de los muertos”, Marcos cuenta:
Se le acercaron también unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muriese dejando la mujer sin hijos, el hermano debe tomar esa mujer y suscitar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos. El primero tomó a la mujer y murió sin sucesión. El segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; igualmente, el tercero y los restantes. Y ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de quién será esa mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”. Jesús les dijo: “Están en un error, y desconocéis las Escrituras y el poder de Dios. Porque, cuando resuciten de entre los muertos, no se casarán ni los hombres ni las mujeres, sino que serán como ángeles en los cielos”.
Ese pasaje le encantaba. ¿Por qué nadie se lo había leído antes?
5
La mujer aprendió mucho con San Marcos. La máquina sólo tuvo ojos para ella. El idilio fue memorable.
Las vacaciones fueron todo un tema. Patricia no quería dejar sola o solo (a la máquina o a San Marcos, según desde qué óptica lo pensara) y durante años no estuvo más de dos o tres días lejos del hogar.
Retirada de su congregación, se confesaba con la máquina, tomaba la comunión y escuchaba misa los fines de semana y las fechas especiales, como Pascuas, Navidad y Año Nuevo.
La vida marchó sobre rieles hasta que, por esas cosas del azar, Patricia recibió un llamado de un compañero de la época de la secundaria. Al parecer, Joaquín Echeverría había quedado viudo y, al enterarse de que ella estaba divorciada, la invitó a cenar.
Patricia no sentía mucha atracción por él, prefería pasar cada hora con San Marcos, pero no quiso ser descortés con su excompañero.
Aun cuando no tenía expectativas, la pasó muy bien con Joaquín y, al regreso, le contó todo a San Marcos, quien la escuchó con la frialdad de un lavarropas.
Unos días después, San Marcos comenzó con algunas acciones que sorprendieron a Patricia.
El primer mal síntoma se produjo una madrugada cuando el cura metálico despertó a la mujer con una serie de campanadas de catedral y se puso a celebrar misa.
Patricia se levantó, malhumorada, apagó la máquina y siguió durmiendo.
Por la mañana, encontró una nota:
Reza para que el Espíritu Santo te conceda el temor a Dios. Este don es necesario para amar al creador. Un enamorado tiembla con sólo pensar en que puede ser abandonado por la razón de su vida. Si al perder a Dios se cierran las puertas del cielo, podrás imaginar lo terrible que tiene que ocurrir en el corazón de un misionero si juzga que no alcanzará el reino prometido. San Pablo abrigó este sentimiento y debió temblar como una hoja. Temía que, por sus errores, pudiera ser borrado del libro de la vida. El don del temor es necesario, querida Patricia, muy digno de que lo tomemos en cuenta y de pedírselo al Espíritu Santo.
Patricia leyó el mensaje y le preguntó a la máquina:
—¿Estás celoso?
San Marcos guardó silencio.
6
Por algunos días, Patricia decidió no consultarle nada a San Marcos. Tampoco le contó que planeaba encontrarse de nuevo con Joaquín.
En las semanas siguientes, ella salió varias veces sin decir adónde iba. Sus hijos ya se habían independizado, cada uno vivía en su propio departamento, tenían muchos compromisos sociales y se ocupaban poco de su madre. Chela estaba cansada del comportamiento de Patricia y apenas iba dos veces por semana a limpiar un poco y lavar la ropa.
Una noche, el artefacto volvió a encenderse solo y leyó fragmentos del Apocalipsis. Se trabó en la parte que dice:
Y el que no fue encontrado escrito en el libro de la vida fue arrojado al estanque de fuego...
Y el que no fue encontrado escrito en el libro de la vida fue arrojado al estanque de fuego...
Y el que no fue encontrado escrito en el libro de la vida fue arrojado al estanque de fuego...
Patricia desenchufó a San Marcos, pero a causa de la batería no tuvo otra opción que esperar que aquel loco parlamento terminara a las cinco o seis horas.
Siguieron días extraños. La relación con San Marcos pasaba por un momento difícil.
Patricia trató de darle una nueva oportunidad y lo conectó de nuevo.
Por un tiempito, todo anduvo bien, pero cuando la tela o el odre están viejos ya no hay arreglo...
Una madrugada, tras otro encuentro con Joaquín, Patricia se despertó con una perorata sobre el Espíritu Santo.
La máquina levantó la voz y dijo que le había llegado la hora de repartir los dones mediante las lenguas de fuego.
Se oyó un gran ruido que venía del cielo...
Aparecieron lenguas de fuego que
se distribuyeron y se posaron sobre ellos.
Se llenaron todos del Espíritu Santo
y empezaron a hablar en otros idiomas...
San Marcos arrojó largas llamaradas y Patricia se levantó de la cama dispuesta a escapar.
7
Patricia dio algunos pasos, se detuvo y miró: el espectáculo era único.
Siete lenguas formaban un arco iris ardiente, con un azul intenso impregnado por las cenizas de un incendio en el Monte de los Olivos, un verde humus cargado con los espectros del tercer círculo, un azul cielo surcado por los truenos de la Torre de Babel, el rojo sangre de los ángeles en la quinta columna de Jehová, el amarillo de los abismos de un desierto sin espejismos, un naranja salpicado por la maldición de un faraón, el violeta de la cueva de los condenados.
No hubo sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad ni temor de Dios en la noche ardiente de Moloch. O hubo todo eso al mismo tiempo, saturado, anudado por una comprensión profunda del destino regido por Cronos desde la sombra de los tiempos.
Cada músculo se contrajo lleno de tensión. Sus manos sudaban. Se sintió excitada.
Cada rincón de su cuerpo deseó fundirse con San Marcos.
En estado hipnótico caminó hacia la máquina.
Lo que experimentaba no tenía nada que ver con lo que había vivido con su ex ni con su amigo Joaquín.
Cruzada por el miedo y el deseo, avanzó como si fuera la primera vez que iba a entregarse a un amante.
Sin importarle que el fuego estuviese destruyendo la habitación, abrazó a San Marcos.
El metal estaba ardiendo y sintió un tremendo dolor, pero algo más fuerte, más grande, más trascendente, la empujó a mantenerse firme, a consumar aquel encuentro.
Cuando los labios se apoyaron en el frente de la máquina, su piel se quedó pegada y pudo verse parte de sus dientes sin labios y sus ojos sin la piel de los pómulos.
Ya no había marcha atrás.
El malestar era tan desbordante, tan estremecedor, que Patricia se vio inundada por un placer único, superior...
La ropa, su piel, su carne y la máquina se transformaron en un solo cuerpo, en medio del ardor de las llamas que no fueron una simple metáfora.
8
Alertados por vecinos, los bomberos llegaron al lugar cuando el incendio se había devorado cada rincón.
La casa estaba destruida casi en su totalidad.
Recién cuando encontraron a Patricia y San Marcos unidos, los bomberos comprendieron de donde provenía el olor a carne chamuscada.
Costó separar a los amantes. El fuego los había unido y una gruesa pieza de San Marcos atravesaba el cuerpo de Patricia.
A nadie se le ocurrió pensar que lo mejor hubiera sido enterrarlos juntos en el Cementerio de la Recoleta.
Dejarlos así, unidos, para la eternidad.
Cierta clase de sentimiento es comprendida por unos pocos elegidos.
9
San Marcos inició un curioso éxodo.
Fue sacado a la calle, junto con un montón de escombros y desperdicios, y en pocas horas fue a parar al CEAMSE para engordar uno de sus rellenos sanitarios.
Cuando su porvenir parecía sellado, un hombre de gesto adusto y un muchachito lo subieron a un sulky.
Durante una larga noche, y de cara al cielo, San Marcos viajó por calles oscuras y tenebrosas, acompañado por un montón de chatarra sin conciencia. Imaginó ser parte de una tripulación rumbo al Hades.
Luego fue depositado en un jardín, al aire libre, en un cementerio de máquinas, botellas y cajas. Sin lápidas ni inscripciones.
10
Enterrado en vida, San Marcos trata de no aburrirse contando el paso de ovejas eléctricas.
Carece de fuerzas para fugarse.
Una Santa Rita ha comenzado a rodearlo con sus flores.
En su morada del Conurbano, San Marcos recuerda a Patricia, aguardando con fe la resurrección.
Confía en que pronto tendrá una nueva misión.
Los designios del Deus ex machina son inescrutables.
Biografía José María Marcos (1974). Escritor, periodista y editor. Publicó los libros de cuentos Los fantasmas siempre tienen hambre (2010) y Desatormentándonos (2020); las novelas Recuerdos parásitos (2007) y Muerde muertos (2012), ambas escritas junto a su hermano Carlos; las nouvelles El hámster dorado (2014), Monstruos de pueblo chico (2015) y Frikis mortis (2016), dedicadas al público infantil y juvenil; y el poemario Haikus Bilardo (2014), con Fernando Figueras e ilustraciones de Matías Berneman. Magíster en Periodismo y Medios de Comunicación (Universidad Nacional de La Plata), dirige el semanario La Palabra de Ezeiza (fundado en 1994) y el sello Muerde Muertos (creado en 2010). Participó en más de cien obras colectivas y escribió prólogos para obras de Alberto Laiseca, Enrique Medina y Juan Víctor Guillot, entre otros. En 2009 resultó finalista en el IV Premio de Literatura de Terror Villa de Maracena (Granada). En 2011 fue ganador del Concurso Nuevo Sudaca Border 2010-11, de la editorial Eloísa Cartonera (Buenos Aires), y logró el 1º Premio en el XVII Concurso de Cuentos Fantásticos y de Terror Idus de Marzo (Dos Hermanas, Sevilla). En 2016 fue finalista del Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil. “Dios máquina” forma parte de su libro Desatormentándonos (Muerde Muertos, 2020).
www.josemariamarcos.blogspot.com
Instagram: @josemariamarcos
www.facebook.com/muerdemuertos
Comments