El genial y siempre irreverente autor estadounidense Sam Pink nos invita a reflexionar y debatirnos entre el existencialismo millenials y el nihilismo con este cuento publicado originalmente en "The Ice Cream Man and Other Stories"
[Cuento traducido por el gran autor argentino de policial y horror Matías Bragagnolo]
Hacía tiempo que no hablaba con Robby.
Nos habíamos distanciado otra vez.
Pero yo iba a estar de regreso en Chicago por un par de días.
De regreso por primera vez en años.
Y fue justo cerca de su cumpleaños, así que pensé en enviarle un mensaje de texto.
Le escribí “Feliz cumpleaños, capo”, y le pregunté qué estaba haciendo.
Dijo que faltaría al trabajo y que se iba a pescar a Humboldt Park si yo quería acompañarlo.
Así que, cuando mi tren llegó, alquilé una bicicleta y pedaleé hasta Humboldt.
Las calles todavía estaban mayormente vacías.
La mañana alcanzando su ritmo.
Los empleados de los bares sacando las sillas para las mesas a lo largo del paseo de la calle Division.
La lluvia de la noche anterior en pequeños charcos, destinados a evaporarse durante el día.
En mitad del verano.
Banderas de Puerto Rico colgadas por todos lados para el desfile del próximo fin de semana.
No había pensado demasiado en Chicago.
Pero ahí estaba.
Y vino todo hacia mí.
No todo era bueno.
No todo era malo.
Pero estaba todo.
Cuando llegué al parque, tomé un sendero hacia la laguna.
Había empleados municipales discutiendo cosas, vestidos con camisas color amarillo fluorescente.
Tomando medidas.
Señalando.
Pocos niños en el patio de juegos, niñeras de guardia.
Ramitas en el suelo, de la tormenta de la noche anterior.
Gente instalando carritos para vender remeras y banderas y comida.
Remeras aerografiadas.
Alguna gente en situación de calle, todavía bailoteando con los restos de la borrachera de la noche anterior, o volviendo.
Jugando al dominó.
Pasé junto a una zona pantanosa.
Había un mirlo posado en una estaca.
El mirlo era hermoso.
Giró la cabeza para mirarme mientras me acercaba.
Después salió volando de la estaca y vino directo hacia mí, gritando.
Dejé de verlo por un segundo, pero sentí un rasguño en la parte superior de mi cabeza mientras mi pelo se agitaba.
Y por un momento, lo admitiré, sentí un terror verdadero.
Estuve aterrorizado.
Lo que fuera que el mirlo estaba intentando hacer, funcionó.
Me reí.
Carajo, caí en su trampa.
Buen trabajo, amigo.
Ganaste hoy, amigo.
Encontré a Robby en un rincón del área principal de la laguna, con dos cañas de pescar en el agua, tomando una cerveza.
“Ah, el Imbécil Norteamericano”, dije.
Él se rio y se volvió hacia mí.
Dije feliz cumpleaños y nos dimos un abrazo.
“Qué bueno verte”, dije.
“Qué bueno verte”, dijo él, sonriendo.
Nos quedamos de pie junto al agua y miramos el panorama.
La laguna estaba cubierta de nenúfares y flores blancas.
Una brisa sopló entre los árboles.
Una nube encapotaba, pero aun así estaba luminoso.
Parecía un día que nunca llegaría a ponerse en marcha.
Y eso estaba perfecto.
Dejé mi caña en el agua, desatendida.
Robby recogió su línea, luchando un poco con un nenúfar; después, al intentar tirar, enredándola con uno de los árboles que tenía a sus espaldas, de donde tuvo que liberarla.
Me dijo que había ido a pescar bagres, que ya había pescado ahí antes.
Le conté lo del mirlo.
“Me hizo cagar en las patas”, dije.
Robby rio, palmeándose el muslo.
Hablamos de cómo en la mente del mirlo eso debía ser algo legítimo.
Y hasta cierto punto lo era.
Porque durante esa centésima de segundo, yo estuve muy intimidado.
Yo... recibí el mensaje.
“Probablemente estén en época de apareamiento”, dije.
“O empollando”, dijo Robby.
Después habló de cómo eso es intimidante, sí, pero explicó que es como que, viste, si yo/nosotros fuera/fuéramos cazadores de huevos de mirlo, o lo que sea, no tendríamos problema.
Como que, en última instancia, teníamos el poder.
Sí.
“Algunas veces tan solo tenés que recordar eso”, dije vagamente.
Miramos hacia el agua por un rato, sin pescar nada.
Después de un rato, Robby reemplazó la carnada por un señuelo.
Explicó que era la carnada artificial que ahora estaba usando.
Era una cosa fosforescente parecida a un pulpo.
Me mostró una pequeña cantidad de lo que parecía material de cerdas de escoba, cubriendo el anzuelo.
Evitaba que el anzuelo se enganchara en los nenúfares, pero se desenganchaba fácilmente si algo mordía, exponiendo el anzuelo.
“Es decir, parece algo que me gustaría comerme”, dijo. “Veamos si funciona”.
Diferentes clases de señuelos.
Diferentes formas de atrapar un pez.
Aunque, explicó Robby, en realidad no importaba, porque los peces se comerán cualquier cosa.
“Un pez comerá cualquier cosa más chica que él”, dijo.
“Son unos enfermos hijos de puta”.
El pez se comerá a su propia cría, sapos, cualquier cosa de menor tamaño.
“La gente dice que en este mundo el hombre es un lobo para el hombre”, dijo Robby. “Pero, más bien, en este mundo, el pez es un lobo para el pez”.
Nos quedamos ahí de pie, en silencio por un rato.
Robby fumó un cigarrillo.
Algunos niños chillaron en el sector de juegos cercano.
El parque se llenó de gente.
Gente jugando al fútbol, ciclistas, vendedores de paletas, de dominós/tableros de ajedrez.
Humboldt Park.
Robby dijo que su mujer usualmente lo acompañaba a pescar, leyendo revistas de cocina y preguntándole por qué se la pasa enganchando la línea en nenúfares.
“No entiende una mierda”, dijo, riendo. “Ella siempre pregunta por qué no es un pez”.
Miré fijo la línea, en el lugar exacto donde se metía en el agua.
Robby explicó cómo los peces deberían estar felices de que él sea quien los atrapó.
Porque él siempre los devuelve al agua, y él sabe cómo sacar un anzuelo.
Una grulla azul descendió en picada y aterrizó cerca de la laguna.
"Ey, mirá a este personaje", dije.
Vimos a la grulla husmear entre los arbustos en busca de comida.
Empezó a llover un poco y nos corrimos hasta abajo de unos árboles, ambas cañas quedaron en el agua sin sus pescadores.
Miré a una araña trepando de regreso a un árbol.
¡Puta mierda, está lloviendo!
Me imaginé a la araña acurrucada debajo de una hoja, solo esperando.
El sol salió, pero solo un poco.
Un arcoíris conectó el cielo a la laguna.
Robby recogió la línea y después tiró de nuevo.
Me preocupó que al tirar la línea hacia atrás me enganchara un ojo con el anzuelo.
No solo parecía posible, sino también esperable.
Cuando la lluvia amainó, salimos de abajo de los árboles.
Las nubes siguieron su camino y el cielo estaba radiante.
Una madre pato y sus bebés nadaron hasta nuestra área de la laguna.
Los bebés eran pequeños y tenían plumas suaves, refulgiendo a la luz del sol.
“Los peces se comen a los patos bebés también, viejo”, dijo Robby. “Especialmente los peces más grandes. Son una porquería. La gente dice que el hombre es el lobo del hombre, pero más bien el pez es el lobo del pez”.
Miré a los patos nadando alrededor de los nenúfares.
Apaciblemente cortando el agua turbia.
Pasó de sentirse como un día que nunca se pondría en marcha a uno que nunca se terminaría.
Y eso también estaba perfecto.
Biografía:
Sam Pink es autor de“The No Hellos Diet, Hurt Others”,” I Am Going to Clone Myself Then Kill the Clone and Eat It”, “Frowns Need Friends Too”, las novelas “Person”, “Rontel”, “Witch Piss”, el libro de poemas “99 Poems to Cure Whatever's Wrong With You or Create The Problem's You Need” traducido al español como “Poemas para curarte lo que sea o crear los problemas que necesitás” editado por UOIEA! Editorial Publicado en Argentina en la antología de cuentos “Alt Lit: Antología de Literatura Norteamericana Actual” por Interzona. Se ha traducido también “La Dieta de los No Hola” publicado por Alpha Decay. Sus escritos han sido publicados ampliamente en formato impreso y en internet, así como en otros idiomas. Vive en Chicago, donde toca en la banda Depressed Woman.
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