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MARILINA de Juan Pablo Goñi Capurro

Hoy en "Pesadillas de Felicidad" presentamos "Marilina", del prolífico autor argentino Juan Pablo Goñi Capurro. Un cuento donde la satisfacción de estar siempre participando, compitiendo y ganando nos invita a reflexionar: "¿A veces es mejor perder y ser un infeliz?"



Marilina tenía constancia para una sola actividad: participar en sorteos, concursos o juegos similares que ofrecían premios con independencia del premio en sí, le daba lo mismo cualquier cosa. Eso no la convertía en ludópata ni mucho menos, todo juego en el que participaba debía reunir una condición excluyente: gratuidad. Sus favoritos eran los de Instagram, se pasaba un mínimo de tres horas al día haciendo comentarios, siguiendo empresas, compartiendo historias y etiquetando amigos.  En los tiempos analógicos cortaba y rellenaba cupones, los depositaba en urnas tras caminar kilómetros o los enviaba por correo cuando eran a cargo del destinatario; nada dejaba pasar la, por entonces, niña Marilina. Treinta años después de su primera rifa en la kermesse parroquial —aquella vez su madre pagó dos números metidos dentro de fideos mostacholes, pero ella no se enteró y lo creyó gratuito—, recibió su premio. A los treinta y cinco años Marilina Burzi ganó su primer sorteo: un fin de semana en un hotel de cinco estrellas en la costa atlántica, entre Mar del Plata y Miramar, con todo incluido.

El premio era individual, quizá eso hizo que hubiera menos participantes. Marilina leyó varias veces las condiciones, incapaz de creer que la fortuna le había sonreído. A su marido poca gracia le hizo que insistiera en viajar sola, pero no hubo caso, sus protestas no fueron escuchadas. Ya se había quejado cuando subió las fotos en bikini, de frente y de espaldas, requisito del concurso; como la colaless agregaba chances, Marilina había posado con el hilo dental de una amiga —jamás obtuvo tantos corazones en una publicación—, pese a la rabia de Ángel por los comentarios que le hacían amigos y conocidos. Treinta y cinco años llevados a la perfección los de Marilina, las fotos eran impactantes, había posado como si el sitio se llamara Cuerpos en Oferta en lugar de Gran Hotel Paraíso, dado que las poses insinuantes agregaban posibilidades; se hubiera desnudado si fuera parte de los requisitos para convertirse en ganadora.

Con el marido rumiando por toda la casa y los hijos preguntándole como suelen hacerlo los niños de dos y tres años, Marilina armó sus maletas. El hotel recogería a las veinte ganadoras de estadías VIP casa por casa, les llevaría unas horas pasar por las diez ciudades donde se domiciliaban las agraciadas. Ello no disminuyó la euforia de nuestra ganadora, tenía planeado venderles ollas Essen a las compañeras de viaje, las demoras le venían muy bien para reforzar sus argumentos; que ya el viaje gratuito estaba genial, pero vender una olla le permitiría realizar otro. Lo de las veinte mujeres se lo ocultó al alicaído Ángel, no fuera cosa que acudía a algo semejante a una despedida de sorteo. El hotel poseía una pequeña disco conectada al bar, pero esto tampoco tenía por qué saberlo el esposo de una viajera —ni de la colaless  de la foto que iba metida entre los calzones—. En cambio, le mostró el spa, la fangoterapia, la pileta, el restaurante y otras fotos que marcaban la excelencia del sitio. Referencias no había, ellas inauguraban las instalaciones, el fin de semana coincidía con la apertura.

Marilina dejó instrucciones a su madre, la encargada de alimentar a su esposo y a los dos niños durante los tres días y las dos noches que duraba la estadía soñada. Estarían los chicos a su cargo hasta el sábado a mediodía, cuando Ángel se desocupaba y podía atenderlos. El esposo quiso brindarle una noche de amor como despedida; Marilina se negó, no quería viajar transpirada, el bus pasaba por ella a las cuatro de la mañana. Apenas le aceptó una salida a comer, con la condición de terminar antes de las once de la noche. Con la madre de babysitter, la pareja salió ese jueves por la noche a un restaurante de la cosa del río. Ella comió una ensalada de tomates y huevos, no fuera cosa de estar pesada, para frustración de Ángel que pretendía que gozaran juntos de una suculenta picada que incluía frutos de mar. «Frutos de mar voy a comer en el hotel», sentenció ella con una sonrisa que denunció cuánto le agradaba la perspectiva y puso más enojo en la cara de él.

Cuatro y cinco de la mañana la maleta estaba cargada en la baulera del ómnibus, una unidad con treinta asientos cama. Un chofer se encargó de ello, con gentileza. El otro, al volante, se limitó a darle los buenos días, ni siquiera se volvió a mirarla.  Marilina era la primera ganadora en subir, escogió sentarse en la primera fila para ver el paisaje. Maravillada, tendió el asiento hacia atrás mientras el chofer que no conducía le acercó un pequeño vaso con jugo de naranja; le explicó que era un trago de bienvenida y le mostró que al fondo tenían café, jugos, agua mineral y algunas galletitas. Marilina aplaudió cuando el coche arrancó; en ningún momento miró por la ventanilla hacia la vereda, donde Ángel, con ambas manos alzadas, intentaba llamarle la atención para decirle adiós. Emocionada, bebió el jugo, depositó el vaso en el asidero correspondiente, extendió al máximo el asiento, cerró los ojos y se durmió.

El sol le daba fuerte en la cara cuando despertó. Parpadeó hasta ver con algo de claridad; necesitó cerrar la cortinilla para que dejaran de explotarle lucecitas en la cabeza. Las filas eran de tres asientos; en la suya había otras dos mujeres durmiendo. Estimó que eran más jóvenes que ella. Bellas también, sus cuerpos se veían perfectos. Le pareció lógico que fuera así; las más bellas eran las más osadas a la hora de fotografiarse en fotos insinuante y multiplicar sus chances como había hecho ella misma. Miró hacia atrás por el pasillo; estaba en penumbras, las pasajeras viajaban con las cortinas cerradas, ella había sido la única que las olvidó abiertas. Por lo que llegó a ver, todas cumplían el requisito de belleza.

Pasó a acomodarse un poco. Buscó en la cartera el teléfono para ver la hora; no o encontró. Se preguntó dónde lo había dejado, revisó el asiento, el lateral, el piso. Abrió la cortinilla lateral, al costado de la ruta había pasto, campo, árboles. El acostumbrado paisaje bonaerense, se dijo, y volvió a cerrarla. Preocupada, se preguntó dónde podía estar el celular. Pasados unos minutos sin dar con la solución, se le ocurrió bajar y pedirle al chofer que no conducía que la llamara, cosa de ubicar dónde había quedado. Al caminar se sintió un tanto débil, necesitó apoyarse en asientos y barandas para llegar a la escalera. Al llegar al piso inferior, optó por pasar al baño para adecentarse. Abrió, entró al minúsculo compartimento y se lavó la cara. Hizo pis, se secó, volvió a lavarse manos y cara. En el espejo notó unas ojeras, pero no le concedió mucha importancia, había pasado la noche completa en vela.

Salió. Detrás el vidrio de la cabina vio al chofer que no conducía; miró mejor, no era el mismo que cargó su maleta, supuso que habían cambiado en el viaje. Lo raro era que no llevaba la camisa azul con el logo de la empresa sino una chomba verde. A este no lo reconoció, pero no había visto mucho del conductor al subir. Golpeó el vidrio, el hombre se volvió; tampoco era el otro chofer. le sonrió, se paró y abrió la puertilla de separación.

—Buenos días, necesito un favor.

—Los que quieras, muñeca.

La sorprendió el tono, echó el cuerpo hacia atrás. Escuchó la risa del conductor, a quien no veía; le asombró, se había mostrado muy caballeroso. Se trabó, no le vino a lamente el llamado necesario para ubicar su celular.

—Falta poquito, bombón, después te voy a hacer los favores que quieras. Una semana tengo para hacerte favores.

—¿Una semana? ¿Cómo una semana? Yo gané tres días nada más, debe estar confundido con otras chicas.

Esta vez ambos se carcajearon con estruendo. Marilina alzó la cabeza, le pareció que las otras despertarían con tamaño volumen.

—Mm, yo te doy unos diez años, lo menos. Sos la más vieja del lote, pero te mantenés de diez.

Marilina enrojeció, ese hombre se pasaba de la raya, era necesario ponerlo en su lugar.

—Este tono suyo no me gusta para nada. Deje de hablarme así o presentaré mis quejas a la empresa.

Más carcajadas. El hombre salió de la cabina, Marilina retrocedió más, estaba a la altura del baño.

—¿Cuánto falta para llegar a Mar del Plata?

—Estamos en Paraguay, sacá la cuenta.

—¿En Paraguay? Yo no le di en ningún lado que el concurso fuera internacional. Ah, necesito que me ...

El hombre se le vino encima, la tomó de la cintura y la hizo andar por el pasillo del piso inferior. Luego la empujó, la mujer pegó contra un asiento y quedó sentada. Con horror, observó que el hombre se desprendía el cinto.

—Vos lo pediste, nena. ¿Querés ser la primera? Vas a ser la primera. Tenemos que prepararlas, a los árabes que las compraron les gusta dárselas por el culo...

La frase la despertó por completo; no había hotel, no había vacaciones, no había spa. Empezó a llorar, el tipo la sacudió, pero ella siguió en una explosión desbordada de llanto. No era para menos, nadie volvía con vida cuando caía en manos de gente así. El hombre le rompió la blusa. Marilina siguió con sus convulsiones, cayó en que iba a morir sin haber ganado un solo concurso. Le vino un dolor intenso en el pecho, luego perdió el conocimiento.


Biografía Juan Pablo Goñi Capurro. Escritor, dramaturgo y actor argentino, nacido en Lomas de Zamora, en 1966. Publicó: “El tango que te prometí”, Ediciones Jaibaná, Argentina, 2023; “Soltando la mano”, La Verónica Cartonera, España 2020; “El cadáver disfrazado”, Just Fiction, 2019; «Agosto», «Destino» y «Cabalgata» (Colección Breves), 2019; “La mano” y “A la vuelta del bar” 2017; “Bollos de papel” 2016; “La puerta de Sierras Bayas”, USA  2014. “Mercancía sin retorno”, La Verónica Cartonera, 2015. “Alejandra” y “Amores, utopías y turbulencias”, 2002.

Más de seiscientos textos publicados en Hispanoamérica, a través de antologías de editoriales (Ed. Visor, El gato descalzo, Ed. Solaris, Las nueve musas, Ed. Folla-g, Ed. CTHULHU, Ed. Pandemónium, Ed. Anuket, Kanon editorial, Ápeiron ed., y otras) y en revistas o páginas como Sinestesia, Letras y Demonios, Aeternum, Alas de cuervo, Rigor Mortis, Penumbria, Espejo humeante, Tártarus.

Entre otros reconocimientos, obtuvo: Premio Novela Corta “La verónica Cartonera” (España), 2019 y 2015. Ganador VII certamen de microrrelatos de Montserrat (2022) -2do Premio Tierra de Monegros 2022- Ganador Certamen de microcuentos del Ficta (Festival internacional de cine de Terror) de Atacama 2022. Premio teatro mínimo “Rafael Guerrero”.

Colaborador en Solo novela negra (relatos).

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