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LIVIANDAD de Angie Ferrero


En el universo real existen toda clase de masas, así que debemos imaginar nuestra lámina de

caucho como acribillada de hendiduras. (…) Si aplanamos la lámina de caucho, creamos un

universo donde la gravedad no existe (…) Si logramos que la lámina de caucho fuera

totalmente plana, la gravedad y la masa desaparecerían” (Isaac Asimov “La bola de billar”)


Al principio fue algo imperceptible, apenas un movimiento leve de las cosas, tal vez por

eso nadie dijo nada o quienes lo detectaron, lo atribuyeron a la vista cansada, un golpe de

calor, al viento o al gato.

Lo cierto es que lo inamovible ya había comenzado a moverse por sí mismo: los libros en las

bibliotecas unos centímetros más allá, los adornos unos centímetros más acá; las llaves sobre

las mesas de entrada; los vasos y los platos en el secador de la cocina; los cepillos de dientes,

las lapiceras en los escritorios pero llegó un punto, en que el movimiento fue más brusco e

inesperado y la gente comenzó a asustarse. Se asegura que en ese entonces y por dar un

ejemplo, los vasos alcanzaron -hacia arriba y en línea recta- una altura de hasta cinco

centímetros o seis, igual que los juguetes tirados al azar en el suelo por los más pequeños.

En síntesis, las cosas literalmente flotaban por un momento hasta volver a su posición inicial.

Los supersticiosos pensaron que se trataba de fantasmas, creyentes y sacerdotes se reunieron

en círculos de oración a rezar todos los santos días y sostuvieron sus Ave María a viva voz,

rodeados de rosarios y cruces que volaban a su alrededor sin lograr amedrentarlos.

Por su parte, los incrédulos, se limitaban a manotear en el aire a los objetos flotantes y

simulando indiferencia, los ponían otra vez en su lugar.

Dentro de estos grupos y otros más, pocos fueron los que vieron en el aire a sus celulares ya

que no los soltaban por nada del mundo, ni siquiera para ir al baño. Las redes estaban

colapsadas de noticias e información falsa, avisos sobre el fin del mundo, posteos de

arrepentimiento, opiniones y teorías sin argumentos ni base científica. Había que leer todo lo

que se publicaba minuto a minuto, segundo a segundo; subir los reels y las fotos más

originales, crear memes, crear contenido; poner me gusta sin mirar, participar de forma activa

como fuera, con lo que sea: un twitter de “¡Ay, mamá! ¡Nos vamos a morir!”, una canción de

Lennon, una foto sensual, un llamado desesperado de amor, no importaba. La vida transcurría

tras pantallas de todos los tamaños con los aires acondicionados a tope, los ventiladores

pidiendo un respiro, las plazas colmadas de personas muertas de calor.

Las escuelas y las oficinas cerraron, los locales comerciales, los bancos. Los hipermercados se

vieron obligados también a cerrar sus puertas. Con el calor cada vez más agobiante y las cosas

flotantes, el gobierno aconsejaba no moverse demasiado. Los kioscos y las estaciones de

servicios se quedaron sin gaseosas ni bolsas de hielo para vender, las últimas botellas de

medio litro las atraparon en el aire y las entregaron a los clientes como globos inflados con gas.


Todo lo liviano flotó. Fueron pocos los que se miraron a los ojos con otros, fueron menos los

que dijeron te quiero de verdad, tal vez alguno se permitió sentir y llorar.

Lo último que aseguraron fue que con el calor la tierra se fue aplanando, cada vez más y más

como una lámina de caucho sin hendiduras hasta que la masa desapareció y se llegó a la

gravedad cero.

Las flores soltaron sus pétalos, las raíces de los pocos árboles que quedaban en las ciudades se

desprendieron de la tierra, los gorriones salieron eyectados hacia el espacio. Todo lo liviano

flotó, todo lo pesado: los autos, los semáforos, los aviones, los barcos; los edificios, los

animales y cada persona, viva o muerta, salió disparada -hacia arriba y en línea recta- a la

velocidad de la luz.

El pronóstico del tiempo esperado para ese día era de 52 grados, no se sabe a ciencia cierta a

cuántos grados llegó finalmente y no quedó una sola sombra en todo el planeta.


Biografía Angie Ferrero (Córdoba). Recibí mención en el concurso Tres Tríos, Bs. As., Poesía 2011 José

Luis de Tejeda, Cba. y tercer premio en el Concurso Paco Urondo, Villa María. Publiqué “La

soga en los pies” (Ciprés Ed. 2012) "Le Poupé" (Ed. Nocturna 2014) y “La Corriente” (Color

Ciego Ed. San Luis, 2019). Escribípara Cassette Blog (México) Diario Marcha (Bs.As.), Ay Mag y

Desterradxs (Cba.). Mis cuentos fueron publicados en Antologías de Chile, Bs. As. y Cba.,

también en diarios y revistas.

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