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LA MINA de Luis Alberto Taborda


¡Hoy es el día!, exclamó el niño, apenas

hubo abierto los ojos, ¡El día! Su madre lo miró con ternura y comenzó a vestirlo sin decir

nada.

¡La camioneta de papi está en el galpón porque hoy se fue al trabajo con Salinas…!, dijo,

ahora asomándose a la ventana que daba a la parte de atrás.

Efectivamente, la vieja camioneta amarilla estaba en el galpón. Se la veía allí junto a las

bicicletas de la casa, y a una carretilla que sería para llevar tierra en la época de los trasplantes,

o arena para los bordos de la acequia.

Creo que anoche soñé con lo que va a pasar hoy. Sí, claramente lo soñé. Todo estaba muy

quieto. Y yo con papi lo vimos desde cerca. Ni una hoja se movía. Papi me dio su mano y me

señaló un lugar. Entonces, ¡brum, brum, brum!

Tenés servido el desayuno, si no te apuras llegaremos tarde, avisó la madre.

Se oyó la descarga del depósito del baño y el niño llegó corriendo hasta la mesa de la cocina.

Estaba peinado y traía puesta la campera verde de medio tiempo. Parecía tener un par de años

más de los que en realidad tenía. Mientras apuraba unos bocados de pan casero y unos tragos

de mate cocido, se acordó:

¡La cámara, mami, la cámara! Mira si no llevamos y nos perdemos la escena que va a ser la

más vista en Facebook y en YouTube. Voy a pasar a ser famoso en la red. ¡Ahora sí que las

primas de Córdoba van a quedar con la boca abierta! Por Dios, traga antes de hablar. Pareces

desquiciado. ¿Qué te parece? Si es el momento más grande de mi vida. Claro que después del

momento de mi nacimiento, ¿no, mami?

Las cosas que te mete en la cabeza tu padre… Tampoco hay que exagerar. Se trata de un día

especial en su trabajo, eso sí.

Mami, lo que pasa es que vos estás un poco viejita y no entendés: hoy es el día que todos

esperan, el día programado desde hace meses, el día que no puede faltar en el almanaque.

¡Vamos!

Y brincó hacia la puerta, mientras Tom ladraba desaforado y movía la cola girando alrededor

de él. La madre tomó la cámara de la repisa, su abrigo y las llaves de la camioneta que

colgaban de un ganchito junto a la puerta. Y lo siguió. El reloj de la cocina marcaba la hora

nueve menos cuarto.

La camioneta retrocedió unos cuantos metros hasta el portón de entrada. De allí tomo por la

calle en dirección sur. Tom quedó ladrando. Un par de vecinas que

regaban sus jardines los saludaron al pasar.

Más adelante, antes de doblar, el niño sintonizo una radio local para saber si ya informaban

del asunto. No, estaban con música.

Cuando salieron al carril advirtieron que por el mismo circulaba un tránsito desacostumbrado. Un número inusual de vehículos se dirigían todos en la misma dirección que ellos.

Mami, desde ya te aviso que vas a tener que sacar esa cinta verde que colgaste en el espejo

retrovisor. Ahora todo ha cambiado. Estamos en otra época. Vas a tener que actualizarte…,

dijo el niño e hizo un ademán como para intentar quitar la cinta que pendía frente a él.

¡Quietas las manos! ¡Ni sueñes con retirarla!

¡Faltaba más! ¡Con los símbolos no se juega!, lo alertó la madre, enérgica, amagando darle un

chirlo. ¡Yo no cambio mi forma de pensar, aunque me duela ver que las cosas van para otro

lado! Lo que pasa, mami, es que vos sos una simple maestra, y las maestras no están

preparadas para entender el mundo de hoy, el mundo del 2015, y menos el mundo del

futuro…

¡Eso crees vos, mocoso! Lo que hay que entender lo entiendo muy bien. Y también entiendo

por qué tu padre hace lo que hace. Todo esto es por un tiempo, hasta que termines la primaria

y podamos irnos.

¡Qué decís! Yo pienso quedarme en el pueblo y trabajar como papi cuando sea grande.

En eso llegaron a la altura de una casita con verja, rodeada de plantas de flores y frutales.

Detrás se veía una viña bien dispuesta. Allí la madre detuvo la camioneta, hizo sonar la bocina,

al tiempo que decía, Lo llevamos al abuelo, ¿te parece?

Dale, dijo el niño mientras se bajaba y encaraba al trote buscando el fondo de la casa. De allí

vino acompañado de un hombre alto y delgado, con el rostro tostado por el sol y una tijera de

podar en la mano.

Hola hija, buen día, dijo el hombre, estaba entretenido retocando algunas plantas

¿Querés acompañarnos?, vamos hasta el cerro, le dijo la madre, te traeremos cuando pase

todo.

Vamos, pues, respondió el hombre. La camioneta amarilla se puso otra vez en marcha,

cruzaron un zanjón abierto, utilizando un puente bastante endeble.

Alcanzaron la ruta, cuya cinta asfáltica se perdía en el horizonte, apuntando hacia un paisaje

de montañas quietas, azules. Lejos, se destacaba un cerro nevado. El niño continuaba con su

parloteo. La madre y el abuelo iban callados.

En un desmonte hicieron alto. Un alambrado firme y largo se extendía hacia uno y otro lado.

Algunos vecinos con sus autos se encontraban dispersos en varios cientos de metros a lo largo

del alambrado.

Tomaban mate y aguardaban. Cada tanto, bien a la altura de los ojos de una persona adulta, se

encontraban unos carteles que decían en letras rojas:

URANIUM GLOBAL /

PROPIEDAD PRIVADA /

PROHIBIDO AVANZAR.


El campo, detrás del alambrado, era extenso. Duramente iluminado por un sol que caía cada

vez más a pleno. Al fondo, a dos o tres kilómetros, se divisaba una serranía de base amarillenta

y rojiza. Más cerca de la ruta, diversas construcciones de color blanco: las instalaciones de la

mina.

Una camioneta, con tulipas en el techo y vidrios polarizados y aspecto amenazador pasó,

siguiendo un camino interior, como en una ronda precautoria. El niño escuchaba la radio,

puesta a todo volumen, y no podía más con su ansiedad.

Falta poco, apenas 5 minutos. Estos vivos de la radio están transmitiendo desde adentro. Me

gustaría estar allí. Con papá. ¿Dónde pusiste la cámara, Mami?

Tranquilo, le dijo la madre. Acordate que el equipo de papi ya hizo el trabajo y ahora sólo

tienen que buscar refugio y apretar el botón.

Un botón rojo, mami, que apretará el ingeniero encargado. Eso es muy importante, porque si

aprieta el botón amarillo toda la operación se detiene.

Tenés razón, admitió la madre, un botón ojo.

Y entonces vas a ver lo que es bueno, abuelo, entonces…

Y no hubo tiempo para que el niño añadiera ni una sílaba más. El paisaje entero, hacia el

fondo, pareció cobrar vida. La tierra, en la franja baja, estremecida, se hincho, corcoveó de un

modo extraño, se quebró y salieron disparadas hacia el aire de la mañana, cantidades

impresionantes de roca, de arena, de polvo fino[W1P1] .

Luego, llegó el estruendo, sordo, como apagado. Que luego tomó la forma de bramido, de

lamento. A la vez que las toneladas de material desprendido caían otra vez hacia la superficie.

Eso fue todo. El locutor de la radio, estentóreo, aulló:

¡Magnífico espectáculo! ¡Un espectáculo único, que abre una nueva etapa en la historia de

nuestro pueblo! ¡Y que da paso a un mundo de producción y progreso! ¡Acabamos de

presenciar la primera explosión a cielo abierto en nuestra Mina de Uranio! ¡Un triunfo de la

ciencia, un adelanto increíble de la técnica, que gracias a Dios y a la Virgen del Valle, acaba de

producirse sin ningún inconveniente! ¡Felicitamos a todos los obreros y técnicos que hicieron

posible este día maravilloso!

El chiquillo, con la cámara al cuello, conmocionado por lo que acababa de presenciar, saltó a

acurrucarse en brazos de su madre, mientras aturdido e indeciso, ensayaba algunos palmoteos

que intentaban llegar a ser un aplauso.

¡Viva papá!, exclamó.

¡Viva, viva!, le replicaron con voz desmayada la madre y el abuelo, mientras

intercambiaban sendas miradas furtivas, en las que brillaban lágrimas sin consuelo.



Biografía Luis Alberto Taborda vive en Tinogasta de Catamarca desde hace muchos años. Ha escritos numerosos libros de poesía, relatos breves, cuentos, historia regional y otros géneros. El presente cuento corresponde al libro La Mina, Babel Ediciones, Córdoba, 2013.

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