top of page

"Irreversible" de Federico M. Soler






Es bueno que los cabritos nazcan y se multipliquen.

Dónde si no los tigres clavarían sus garras.

Marcelo Fox


Los espíritus susurran palabras en sueños, me explica Abuela. Sus bocas descompaginan el mundo. Me llama la atención la palabra descompagina que ella utiliza. Abuela emplea palabras que no entiendo. Voy aprendiendo de su voz, como una zorrita recién parida. Desde que Madre nos abandonó me vienen sueños que parecen visiones. Abuela me tranquiliza diciendo, que se acabaran cuando tenga mis crías.

Me desperté asqueada. El pescado del armario brillante no era fresco, su olor pútrido se había metido en mis entrañas. Me asombró la cantidad de cosas que había acumuladas en ese cofre brilloso. Parecían muertas. Había cosas que nunca vi.

Me sueño en una comarca extraña. Despojada de árboles, animales y plantas. Sin vida aparente. Silencio puro, despojada de los horuscos, del canto de los pájaros, los grillos y las cigarras. Una caja dentro de otra caja. Ventanas que no dan a ningún bosque. El piso blanco y helado como la nieve, pero sin nieve. Es una refugio diferente. Cargada de objetos desconocidos, con habitaciones que se conectan entre sí, como si fueran varios

cobertizos, uno dentro de otro. Me resulta difícil explicarlo, me faltan palabras, Abuela lo haría mejor.

Escucho murmullos. Luego una voz nítida de mujer joven, que exclama:

— Úrsula, ven querida, es por aquí.

Me llama por mi nombre. Solo Madre me llamaba por mi nombre, en tiempos donde ella todavía estaba con nosotros y me llevaba al claro del bosque a comer fresas, lejos de Padre, Hermano y Abuela. Caminé hasta el lugar donde provenía esa voz. Me encontré frente a un armario, parecido al que tiene Abuela, pero de un color cobalto, como del río, de la altura de Padre, que brillaba. Lo abrí con cuidado. Una luz radiante me encegueció y me lanzó para atrás. El arca irradia helazón, el frío muerde mis huesos. Un frío similar al que me invade cuando me quedo dormida en el bosque y empieza a tragar la noche. Entonces, Hermano sale a buscarme y escucho, Hermana, Hermana -porque conoce pocas palabras-. Cuando regresamos, Abuela quema en el bracero yuyos con aroma dulzón. Para limpiarme, señala, has andado sola en la noche y podes quedar enchastrada.

Y el problema serán tus crías, Niña.

Abro los ojos. Siento que el pellejo y la garganta me arden. En mi cabeza resuenan esas medias lenguas, medias voces, como mordidas, que me acercan el mensaje de ese otro mundo, alejado del bosque. Voces cautivas en ese armario hermético del color del río. En un cajón oculto encontré el pescado pútrido, su ojo vítreo me regresa al lago, donde Padre y Hermano rescatan lo necesario para comer. Al lago no podemos ir las yascuas, porque según Abuela, lo volvemos impuro con nuestra sangre muerta. Las yascuas van al bosque

y tienen crías, repite Abuela. Mientras cocina en su olla negra, escucho los chillidos de los engendros intentando escapar. Sus garritas filosas raspan la olla desesperadas. A ella nunca se le escaparon las crías. A Madre sí. Para que esto no suceda hay que evitar que las crías abran los ojos. Puedo oír el bosque chillar adentro de mi piel, me dan ganas de hurgar la tierra fresca. Escarbo con mis dedos como garras hasta que me arden y lloro.

Padre y Hermano no regresan todavía. Cuando se van, cargando las crías potables, tardan varias noches en volver. Una vez los acompañó Madre, pero ella no regresó. No especificaron dónde se quedó, ni lo que le sucedió a ella. El sueño se repite, temo que ese lugar desconocido me chupe. En ese caserío parece que

solo hay voces muertas. No hay cielo, ni sol, ni lunas. Solo espectros, como sombras diurnas.

Frente a la cocina, cuidamos el fuego para combatir el frío. Abuela aprovecha el calor y coloca un jarro con un brebaje, que debo tomar antes de dormir, para ahuyentar las malas voces. No entendí la palabra brebaje, pero tomé el líquido verdoso. Abuela, también dijo, que ella iba a disponer de lo necesario para cuando llegaran Padre y Hermano. Luego se dirigió atrás de la casa, con los restos de las crías para arrojarlas al pozo, en el límite del bosque, donde desaparecen las sombras. En el cielo logro ver el fulgor ámbar y magenta de las dos lunas, junto a unos horuscos chamuscados.

Pasaron tres noches o quizás cuatro. Las lunas iluminan los árboles erguirse misteriosos.

A lo lejos oímos aullidos salvajes.

— Debe andar deambulando algún horusco, asevera Abuela. Habrá que esconder las crías sanas y trancar las puertas.

Dijo deambulando. Me quedé pensando. Salí a trancar la puerta del establo. A lo lejos una zorra escarba impaciente la tierra. Arriba mío un horusco revolotea. Me apresuro a cerrar la puerta, mientras lo hago, un pinchazo en la nuca, me electriza el cuerpo. Corro para meterme junto al fuego. Le dije a Abuela del pinchazo. Me dio lecheiguana, te va ayudar, me aclaró. Pero sabía que no era para el pinchazo, que tenía que ver con las crías.

Me dormí profundamente, como cuando me meto a escondidas en el lago, debajo del agua, para que no me descubran. Siento mi cuerpo flotar y eso me inunda de vigor. Quisiera ser como Hermano. Del cofre surgen voces, cada vez más insistentes. Palabras confusas que reclaman favores. Me suplican que las salve, que las libere. Voces agudas y gruesas que no se ponen de acuerdo. Un murmullo atroz, como en cascada. Luego, un silencio interminable. Para insistir:

— ¡No lo permitas! ¡Úrsula! ¡No lo permitas!

Aturdida cierro de un golpe la puerta, me tapo los oídos con las manos y salgo corriendo.


Desperté desnuda y confusa. No estoy sola. Hermano se encuentra desnudo a mi lado boca abajo. Me arden las manos. Las miro, están sucias con tierra. El lienzo que me cubre presenta una coloración rojiza oscura, a la altura de mi sexo. Cuando Hermano se da vuelta reconozco por qué él pertenece a la manada de los que pueden bañarse en el lago.

A mí me corresponde reemplazar a Abuela. Mutar de piel, para arrojar las crías defectuosas a las sombras del bosque. Separar las que sirven para entregarlas y se las lleven más allá del bosque.

Esa madrugada descubrí que otro mundo terrible sucede. Estoy tranquila, por fin tendré mis propias crías. Espero que por lo menos tres germinen saludables. Afuera la luz intermitente de un horusco nos vigila celoso. Me ardía la entrepierna como si tuviera dos brasas rojas. Aliviada, abracé fuerte a Hermano y me dormí.






Nació en San Miguel de Tucumán en enero de 1976.

En 2007 fue distinguido con el premio tradicional de poesía “Juegos florales”, que organizaba la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. Fue reconocido con menciones en distintos concursos de poesía y relatos en Tucumán, Mendoza y Buenos Aires.

Colabora en las revistas Polvo, Paco y El Ganso negro.

Sus poemas y cuentos fueron publicados en diferentes antologías. Entre las selecciones más relevantes se encuentran, las dos antologías de relatos publicadas por la editorial EDUNT, la reciente selección de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán por uno de sus relatos, la antología “Poetas de Tucumán”, realizada por la Cátedra de Literatura Argentina II, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT y en 2023 la antología “¿De qué se ríe? Veinte cuentos de humor inestable” de editorial Bucarest.

Tiene publicados dos libros, uno de poemas titulado Cuerpo liminal (Por el Ingenio Edita, Tucumán, 2017) y otro de relatos denominado Las chupilas (Por Lago Editora, Córdoba, 2020).


Comments


bottom of page