top of page

EL CASI LOBO de Sandro Centurión






Me lo dijo así, de una: “Ignacio, me parece que soy un lobizón”. No me dijo Nacho, como todo el mundo, sino Ignacio porque como dice mi viejo, Pedrito González es el mitaí más respetuoso de toda la escuela. Y la verdad, que no tengo ni una evidencia para demostrar lo contrario. Yo lo miré, y aunque en ese momento pensé que era gracioso que Pedrito se creyera lobizón, en realidad me puse serio y hasta me asusté un poco. Seguramente porque me tomó de sorpresa. Tendría que haberlo sabido, haberlo anticipado pero se me pasó, y una vez que Pedrito me apartó en el recreo, junto a la tercera columna del tinglado de la escuela, supe que ya era tarde, porque cuando a Pedrito González se le mete algo en la cabeza es muy, pero muy difícil hacerlo cambiar de opinión.

Ah, por si no lo dije antes, Pedrito González es mi mejor amigo, no quiero que le pase nada malo, y soy capaz de hacer cualquier cosa para ayudarlo. Según yo entiendo, todo empezó hará como dos semanas atrás, en la clase de Lengua, cuando la maestra, la señorita Ramonita, que a pesar de tener más años que una momia insiste en que le digamos señorita, tuvo la genial idea de entregarnos una fotocopia, con un texto que hablaba sobre las leyendas de noreste argentino. Nos habíamos dispuesto en grupo, los cuatros jinetes del apocalipsis, como nos llamamos a escondidas de Ramonita, que si nos pesca con semejante sacrilegio va a poner el grito en el cielo. Estaba yo, el burro por delante, Pedrito González, el ahora automencionado lobizón, Oscarcito Ramos alias palito, porque es flaco como un alambre, y Beto Pérez, cariñosamente llamado Dogor. Al principio su sobrenombre era una cargada para no decirle gordo derecho, porque Beto nos podía dar una paliza. Después el apelativo cobró otra fuerza, y su nombre resultó parecido al nombre de un rey, o de un dragón, y eso al gordo lo hacía sentir el amo de la escuela. Es curioso lo que pasa con algunas palabras, uno las dice y se van repitiendo de boca en boca, y en ese viaje la palabra va adquiriendo algo así como una vida propia. Deja de ser lo que era cuando alguien la pensó por primera vez y empieza a ser otra cosa. Y volviendo al tema, Pedrito González estaba convencido de que su destino estaba escrito, y que muy pronto dejaría de ser el niño inocente y respetuoso que era, y sería otra cosa, nada menos que un lobizón. La idea le vino con el texto aquel que nos obligó a leer la señorita Ramonita. Entre otras cosas el texto hablaba de “La Pora”, una especie de espíritu, de fantasma que aparece en las noches oscuras y tormentosas en las taperas, o a la vera del camino; “La Luz Mala”, algo similar a “La Pora” pero que se manifiesta como una luz ardiente. Hay quiénes dicen que donde aparece una luz mala está enterrado un tesoro, pero que si no es para uno la luz se moverá y lo hará perderse en el monte. A todos, nos gustan las historias de fantasmas y de monstruos, solemos juntarnos en lo de Oscarcito Ramos y después de hacer los trabajos en grupo miramos alguna que otra película de terror.

Aquel día, Pedrito González estaba como perdido, como ido a otra parte mientras leía el texto, porque justo ese día le tocaba leer a él, además para complicar las cosas la lectura tenía cinco páginas de esas grandes de fotocopia.

Pedrito no levantaba la vista, y leía; leía sobre “El Pombero”. El texto traía una especie de dibujo del mítico personaje en medio de la página. Es un pequeño ser, decía el texto, con un gran sombrero, y que siempre lleva un cigarro en la boca. Además, tiene la habilidad de desaparecer, y si acaso uno se hace su amigo, el Pombero lo cuida y lo protege. “Mi viejo me dijo que vio un pombero” saltó el Dogor, como para darle credibilidad a la lectura que nos proponía Ramonita. Y nadie estaba dispuesto a contradecir a Beto cuando se ponía serio y clavaba los ojos en los que lo escuchaban. “Una vez nos contó a mi hermano y a mí que en el puesto donde él trabajaba, cuando vivíamos cerca de Villafañe, solía arrimarse un pombero, y lo sabían porque les silbaba cuando caía la noche. Mi viejo, nos dijo a mi hermano y a mí, que cuando eso pasa hay que ignorarlo, no hacerle caso, y de seguro se va sin molestar”. ¿Y funcionó?, le preguntó Oscarcito, ¿Qué cosa?, que no le hicieran caso para que se vaya el pombero. No sé, después de eso mi viejo no fue más al puesto, y ya nos vinimos a vivir a Formosa.

Pedrito González siguió leyendo, y entonces llegó a la última página donde se hablaba de una sola cosa, El temido lobizón. No había dibujos, creo que no hacía falta porque un lobizón es básicamente un hombre lobo, y quién no sabe cómo es un hombre lobo. Es el más capo de todos seres mitológicos, el que tiene más fuerza, el más feroz, el más famoso. Hay un montón de películas de todos los países del mundo sobre los hombres lobos. ¿Cuántas películas hay de los pomberos? Ninguna. Bueno, a lo mejor si se consideran los cuentos de hadas donde aparecen duendecitos, pero sin duda que nadie es tan famoso como el lobizón. El caso es que todos nos entusiasmamos con esa parte del texto. Le pedimos a Pedrito que leyera varias veces la descripción del lobizón. Y aunque el texto hablaba de sus garras, de sus colmillos, de su pelaje, de su tamaño y de su fuerza, se me hace que se quedó corto, y que le faltaba más información. Estoy seguro que el que escribió ese texto jamás había visto un verdadero lobizón, y sólo repetía lo que decían otros, que a lo mejor tampoco habían visto uno de cerca.

Calculo que a Pedrito lo que lo traumó fue justamente eso, la información, falsa (a mi entender) sobre el principal requisito para ser un lobizón. Dice la leyenda, leyó Pedrito, que el séptimo hijo varón se convierte en lobizón cuando se hace adulto, en las noches de luna llena. En ese momento, tendría que haberme dado cuenta, lo reconozco, fue un error mío, yo tenía que haberme dado cuenta, por el cambio en el tono de voz de Pedrito, que después ya no pudo seguir leyendo, y entonces le sacó el texto de la mano el Dogor. Yo me reía y les decía que eso es imposible, que no puede ser. Que no hay que creer en todo lo que dicen los libros. Por tratar de convencerlos, lo que además era en vano, me olvidé de algo fundamental: en la casa de Pedrito eran trece hermanos, y no había ni una sola mujer. Sólo había que contar para darse cuenta de que él era el séptimo, el séptimo hijo varón.

Después de ese bendito texto en la clase de lengua, de la eterna señorita Ramonita, Pedrito González ya no fue el mismo. Salía a los recreos sólo porque Ramonita lo amenazaba con dejarlo encerrado en el curso. Si siempre había sido un vago serio ahora la risa había perdido cualquier esperanza de aparecerse por su cara. Pasaron unos días y entonces fue que no aguantó más, me llevó a la tercera columna del tinglado, que pertenecía a los jinetes del apocalipsis, por antigüedad y permanencia, y se despachó sin más protocolo con que estaba seguro de que era un lobizón, o mejor dicho un casi lobizón, porque todavía no había llegado la luna llena que iniciaría su transformación en el monstruo de la leyenda.

No pude decir nada que lo convenciera de lo contrario. Si yo fuera Pedrito González y me hubiera encontrado de pronto con esta cuestión de ser o no ser lobizón supongo que hubiera actuado de la misma manera que él. Pero bueno, yo no soy Pedrito González. En mi familia, todos dicen que nosotros no somos igual al resto de la gente, que somos únicos en nuestra especie.

De todas maneras me puse mal por Pedrito, pobre, la estaba pasando realmente mal y todo por una pavada, por culpa de la señorita Ramonita que nos tiró ese texto, que además, estoy seguro, la mayor parte de la información era incorrecta, sobre todo la que hablaba del lobizón. Aunque el autor se ampare en que se trata de leyendas populares, no debería andar repitiendo verdades que no han sido lo suficientemente investigadas. Uno no sabe el efecto que eso puede producir en los lectores. Sino mírenlo a Pedrito que se cree un casi Lobizón. Y anda consultando calendarios para ver cuando cae la próxima luna llena; y resulta que es la próxima semana justo cuando cae su cumpleaños. Es muy injusto. Para colmo Pedrito, al igual que yo y el Dogor tenemos once, Oscarcito tiene doce porque repitió cuarto. Y bueno, el ser humano crece, y sobre todo a esta edad. Pero Pedrito le atribuye a su inminente transformación en Lobizón ciertos cambios que venían apareciendo en su cuerpo. Empezó a tener pelo donde antes no tenía, la voz le cambia de a ratos, tiene hambre todo el tiempo, y parece que todo le molesta, como si estuviera enojado con el mundo. “Es que me estoy convirtiendo”, explica como queriendo pedir disculpas.

El próximo sábado es luna llena, no hay forma de convencerlo de que él no es un lobizón. Para colmo ahora el Dogor y Oscarcito comenzaron a creerle, aunque me parece que más por morbosa curiosidad que por argumentos razonables. Pedrito, nos pidió que lo acompañáramos el sábado a la noche. La idea es armar una pesca, e instalarse a orillas del riacho para mirar la enorme luna llena reflejada en el agua. No quiero estar solo muchachos, nos dijo. Si tiene que pasar, que pase. Pero quiero que ustedes estén a mi lado, haciéndome el aguante. Los otros le siguieron la corriente y se pusieron a armar la salida. Yo estoy seguro de que es en vano, no va a pasar nada, y se los dije, a lo sumo los van a comer los mosquitos. Yo no voy a ir, me encantaría ir, para verles la cara y reírme a carcajadas, pero tengo prohibido salir en las noches de luna llena. Además, con mis hermanos, mi mamá y mi papá vamos a estar en otra parte, lejos, aullándole a la luna.

Biografía

Sandro W. Centurión (1975) nació en Villa Dos Trece-Formosa. Reside actualmente en la Ciudad de Formosa. Es profesor en Letras, Magister en Enseñanza de la Lengua y la Literatura, y Escritor. Trabaja en el Equipo Técnico de Educación Intercultural Bilingue de Formosa.


Comments


bottom of page