Paul Tremblay nació en Aurora, Colorado, en 1971 y se crio en Massachusetts. Tras licenciarse y hacer un máster de Matemáticas en la Universidad de Vermont, se dedicó a dar clases en un instituto de Boston. En 2015 escribió sobre un exorcismo televisado en Una cabeza llena de fantasmas (Nocturna, 2017), que ganó el Premio de Novela Bram Stoker (concedido por la Asociación de Escritores de Terror) y del que Focus Features está preparando una adaptación cinematográfica. Posteriormente publicó libros como Desaparición en la Roca del Diablo (Nocturna, 2018) o La cabaña del fin del mundo (Nocturna, 2021), premio Locus a la Mejor Novela de Terror llevada al cine por M. Night Shyamalan con el título de Llaman a la puerta.
En Algo sobre pájaros presenta la historia de un autor -que podría ser el mismo Paul- que recibe una invitación muy especial. Con la traducción de Matías Bragagnolo.
Soundtrack: "No podés elegir alas" de Néstor Darío Figueiras. https://smartlink.musik.digital/no-podes-elegir-alas-algo-sobre-pajaros-de-paul-tremblay-75285
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The New Dark Review presenta “Algo sobre William Wheatley: una entrevista con William Wheatley, por Benjamin D. Piotroskwi”
La inanición del artista, de William Wheatley, es una colección de cinco novelettes y novellas holgadamente interconectadas publicada en 1971 por la University of Massachusetts Press (el libro había previamente ganado su Premio Juniper de Ficción). En una era que ciertamente antecedía el uso del YA como una categoría de marketing, sus historias eran contadas desde el punto de vista de jóvenes adultos, pasando desde Maggie Holtz, quien con catorce años se escapa de su casa (llevándose a Tomas, su hermano de seis años al bosque local) durante los doce días de la Crisis de los Misiles en Cuba, hasta la última historia, una extrapolación de la guerra de Vietnam hasta un futuro cercano, habiendo continuado esta hasta el año 1980, con la edad para la conscripción habiendo descendido hasta los dieciséis, y un pelotón de adolescentes exhaustos y afectados por la radiación que conspira para matar al cada vez más desquiciado Sargento Thomas Holtz. La inanición del artista fue un libro presciente y visceral (si no demasiado sincero) abarcando la caótica política social y global de comienzos de la década de 1970. Un inesperado éxito comercial y crítico, particularmente en los campus universitarios, La inanición del artista fue uno de los tres libros enviados a la comisión del Premio Pulitzer, que finalmente decidió no otorgar premios para el año 1971. Que La inanición del artista esté en gran parte olvidado mientras que el último cuento que él ha escrito, “Algo sobre los pájaros”, reimpreso con frecuencia y publicado por primera vez en un fanzine independiente llamado Vapor en 1977, sigue despertando debate y ganando admiradores dentro de la comunidad de la ficción de horror/weird es una ironía que no pasa desapercibida para el avuncular Wheatley, a sus setenta y cinco años de edad.
BP: Gracias por acceder a esta entrevista, Sr. Wheatley.
WW: El placer es mío, Benjamin.
BP: Antes de que hablemos de “Algo sobre los pájaros”, que es mi cuento favorito de todos los tiempos, dicho sea de paso...
WW: Sos muy amable. Gracias.
BP: ... quería preguntar si La inanición del artista va a ser reimpreso. He oído rumores.
WW: ¿De verdad? Bueno, me estoy enterando ahora. Mientras que supongo que sería lindo que mi trabajo pueda ser redescubierto por una nueva generación, no me causa precisamente ansiedad, ni estoy buscando activamente conseguir que el libro vuelva a ser impreso. Ya cumplió con su propósito. Fue un libro importante cuando salió, creo, pero es un libro muy de su época. Tanto es así que me temo que no se trasladaría muy bien al presente.
BP: Hubo una brecha considerable, seis años, entre La inanición del artista y “Algo sobre los pájaros”. En el ínterin, ¿estuvo usted trabajando en otros proyectos de escritura o proyectos que no implicaban la escritura?
WW: Cuando llegás a mi edad... oh, eso suena terriblemente cliché, ¿no? Dejame reformularlo: Cuando llegás a mi perspectiva, seis años no parecen tanto. Pero entiendo a donde apuntás, de todas maneras. Intentaré ser breve. Admitiré haber tenido un comportamiento algo petulante, poco cordial, ya que, dada la apabullante respuesta que tuvo mi primer libro, yo esperaba que la industria editorial desenrollara una alfombra roja delante de cualquier cosa que yo hubiera garabateado en una servilleta. Y quizás eso habría ocurrido si yo hubiera ganado el Pulitzer, ¿sí? En lugar de eso, consideré no haber recibido el premio como una opinión terrible y final sobre mi trabajo. Estúpido, ya lo sé, pero a riesgo de sonar paranoico, el anuncio de que no habría premio canceló cualquier nueva mención del libro. Pasé más o menos un año atendiendo mi maltratado ego y dando charlas en colegios y universidades antes de siquiera considerar escribir otro cuento. Después pasé más de dos años investigando la creciente crisis del combustible y los temores generados por la superpoblación. Viajé un poco también: Ecuador, Perú, Japón, India, Sudáfrica. Mientras viajaba empecé a dedicarme al avistamiento de pájaros, por supuesto. Novato total, y lo sigo siendo. Como sea, había planeado convertir mi investigación en una novela de algún tipo. Ese libro nunca se materializó. Ni siquiera llegué a escribir el primer párrafo. No soy un novelista. Nunca lo fui. Para resumir una historia larga y no tan excitante, de regreso a casa y muy agotado de viajar, me interesé por las antigüedades y compré la misma tienda que está debajo de nosotros ahora en 1976. Escribí “Algo sobre los pájaros” poco tiempo después de abrir la tienda, pensando que sería la primera historia de otro ciclo, todos cuentos involucrando pájaros de una forma u otra. La historia en sí misma era algo diferente a cualquier cosa que hubiera escrito; oblicua, sí, extraña para muchos, estoy seguro, pero de alguna manera se acerca más a una verdad inefable que cualquier cosa que yo haya escrito. Para mi gran desilusión, el cuento fue rechazado sumariamente por todas las revistas prestigiosas, y yo desconocía el mercado de la literatura de género, así que decidí permitirle a una amiga que estaba en una banda punk local que lo publicara en su fanzine. Sigo estando agradecido y complacido de que el cuento haya tenido muchas otras vidas desde entonces.
BP: Hablando en nombre de todos los lectores que adoran “Algo sobre los pájaros”, déjeme decir que mataríamos por un ciclo de cuentos sobre la misma temática.
WW: Oh, he abandonado la escritura. “Algo sobre los pájaros” es una apropiada conclusión para mi pequeña carrera como escritor, mientras esa historia sigue haciendo su trabajo, Benjamin.
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El Sr. Wheatley dice, “Fue todo bien, ¿no?” Wheatley es más bajo que Ben, pero no petiso; de pecho y hombros anchos, con el cuerpo de un luchador. Su piel es pálida y sus ojos marrón oscuro enfocados, atentos y determinados. Su cabello se ha vuelto más fino pero todavía lo tiene casi todo, y casi todo es oscuro, casi negro. Usa una chaqueta deportiva de tweed, pantalones de lana gris, chaleco color ciruela, camisa blanca, una pajarita color pizarra que aprieta su garganta estrechamente, como si fuera una gasa siendo apoyada contra una herida. Sonrió durante la entrevista. Está sonriendo ahora. “Estuvo genial, Sr. Wheatley. No puedo agradecerle lo suficiente por la oportunidad de hablarle sobre mi cuento favorito”.
“Sos demasiado amable”. Wheatley tamborilea con sus dedos sobre la mesa del comedor en el que están sentados, y achina sus ojos dirigidos a Ben, como si intentara hacer foco en su imagen. “Antes de que te vayas, Benjamin, tengo algo para vos”. Ben revuelve lo que queda de su té Earl Grey a temperatura ambiente en el fondo de su tasa y decide no terminárselo. Ben se pone de pie cuando Wheatley se pone de pie, y tantea su bolsillo verificando que tiene su teléfono y su grabadora. “Oh, por favor, Sr. Wheatley, ha sido más que amable...” “De ninguna manera. Vos me estás haciendo un gran favor con esta entrevista. Solo nos tomará un momento. No voy a aceptar un ‘no’ por respuesta”. Wheatley sigue hablando mientras desaparece por uno de los tres otros cuartos con puertas cerradas que salen como rayos de la rueda que es la impecable y fuertemente iluminada sala de estar/comedor. La mesa de comedor es el mueble principal del recinto, y está hecha de una madera teñida de oscuro y tiene una sola pata, tan gruesa como un poste de teléfono. La pared inmediata a la cocina aloja una biblioteca empotrada, los estantes llenos hasta su capacidad máxima, los superiores ostentando jarrones y candelabros de bronce. En la pared más lejana, ventanas rectangulares, monolíticas, sus cortinas azules abiertas de par en par, en bóveda hacia las alturas del techo estilo catedral, su avance detenido por la moldura de corona. La vista del tercer piso da a Dunham Street, y cuando Ben se para frente a una ventana puede ver debajo el toldo rojo de la tienda de antigüedades de Wheatley. La habitación es hermosa, decorada con elegancia, seguramente llena de antigüedades que Ben es incapaz de identificar; su experiencia con muebles y decoración no va más allá de IKEA y su casi patológica inhabilidad a la hora de ensamblar algo más complejo que una mesita de luz. Wheatley resurge de detrás de una puerta cerrada. Tiene un sobre en una mano, y algo pequeño y de un rojo llamativo escondido en la palma de la otra mano. “Espero que estés dispuesto a consentir la excentricidad de un anciano”. Se detiene y pasa la vista por la habitación. “Pensé que había traído un montón de bolsas de papel blancas, chicas. Supongo que no lo hice. Benjamin, perdone mi memoria de queso suizo. Podemos conseguir una bolsa en el camino, si lo prefiere. Como sea, me gustaría que se quedara con esto. Extienda sus manos, por favor”. “¿Qué es?”
Wheatley amablemente coloca una cabeza de pájaro en las manos de Ben. La cabeza es pequeña; del tamaño de una moneda de medio dólar. Su mata de plumas rojas es muy brillante, de un rojo que nunca ha visto; solo algo vivo podría ser tan vívido, y por un momento Ben no está seguro de si debería acariciar la cabeza del pájaro y arrullarlo de manera tranquilizadora o sacudirlo espasmódicamente de sus manos antes de que lo pique. La cabeza tiene un prominente pico amarillo amarronado, proporcionalmente grueso, y tan largo como la longitud de la cabeza desde la coronilla hasta su base. El pico está delineado por plumas negras más cortas, que también circundan los ojos. Los iris negros del pájaro flotan en un mar de un rojo más tenue.
“Gracias, Sr. Wheatley. No sé qué decir. ¿Es? ¿Es real?”
“Este es un barbudo de cabeza roja del norte de Sudamérica. Adorable criatura. Su pico se describe como de color cuerno. Se ve como un cuerno, ¿no? Se alimenta de fruta pero además come insectos. Pequeño pájaro feroz, uno que se adapta a tu personalidad, creo, Benjamin”.
“Guau. Gracias. No puedo aceptar esto. Es demasiado...”
“Patrañas. Insisto”. Luego le da a Ben un sobre. “Una invitación a una por completo y demasiado infrequente reunión social que yo presido acá. Habrá seis de nosotros, tú y yo incluidos. Es en —oh, Dios— tres días. Poca anticipación, lo sé. La fecha, hora e instrucciones están dentro del sobre. Deberás traer con vos al barbudo de cabeza roja, Benjamin, es tu tarjeta de admisión, o no se te permitirá la entrada”. Wheatley ríe suavemente y Ben no sabe si está hablando en serio.
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BP: Hay mucha maravillosa ambigüedad y potencial, por diferentes motivos. Empecemos por el comienzo, con el extraño cortejo fúnebre de “Algo sobre los pájaros.” Un adulto, El Sr. H________, es presumiblemente el padre de uno de los niños, quien se confunde y lo llama “papá”.
WW: Sí, por supuesto. “Hace demasiado calor para los disfraces, papá.”
BP: Esa línea está enterrada en las páginas de un extenso párrafo de fluir de la conciencia, con los niños describiendo con excitación el hermoso día y el cuerpo disecado y plagado de insectos del pájaro muerto. Es una juxtaposicion efectiva y un uso maravillosamente desorientador del punto de vista omnisciente, y, debo admitir, cuando leí el cuento por primera vez, no vi la palabra “papá” ahí. Me sorprendió encontrarla en una segunda lectura. Muchos lectores han reportado haber tenido la misma experiencia. ¿Pudo usted imaginar que eso ocurriría?
WW: Me gusta cuando los argumentos dejan caer pistas importantes de una manera despreocupada y no dramática. Que él sea el padre de uno, posiblemente más, de los niños, y que él simplemente esté montando este funeral, o celebración, para un pájaro, una amada mascota de una familia, y toda la extrañeza y la oscuridad potenciales sean el resultado de la imaginación de los niños es una lectura posible. O quizás eso también es algo por completo fingido, parte del juego, y el Sr. H_______ es alguien por completo diferente. Lo siento, no voy a darte respuestas definitivas, y voy a confundirte a propósito, si me lo permitís.
BP: Tomo nota. El Sr. H_______ conduce a los niños hasta el bosque, donde hay un viejo colegio pupilo abandonado...
WW: O quizás el colegio solo está cerrado por el verano, Benjamin.
BP: Perfecto, guau. Voy a incluir mi “guau” en la entrevista, por cierto. Me gustaría que hablemos de los nombres de los niños. O los nombres que reciben una vez que llegan al claro: El Almirante, El Cuervo, Cobre, El Agrimensor y, por supuesto, el pobre Kittypants [pantalones de gatita].
WW: Quizás Kittypants no es tan pobre después de todo, ¿no?
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Se produce un fuerte golpeteo sobre la puerta del departamento de Ben a las 12:35 de la madrugada.
Ben vive solo en un departamento pequeño, de un solo cuarto, en el sótano de una casa de paredes de arenisca marrón en ruinas, en un vecindario que se suponía que iba a ser el próximo vecindario de moda. El departamento escasamente amoblado cumple con su función, pero Ben quisiera un poco más de luz natural. Hubo días, particularmente en el invierno, en que él pasaba el rato con la cara apoyada contra el vidrio de la ventana del frente, oculto detrás de un conjunto de barras negras de hierro forjado.
Quien sea que esté golpeando, sigue golpeando. Ben se pone torpemente un par de jeans, agarra un tubo de metal del largo de un antebrazo, que está apoyado contra su mesita de noche (no es que vaya a usarlo alguna vez, no es que haya tenido algún altercado físico desde quinto grado), y avanza con sigilo por la sala de estar/cocina combinada. No está seguro de encender la luz y se pregunta si no debería ignorar los golpes o llamar a la policía.
Una voz llama desde el otro lado de la gruesa puerta de madera del frente. “¿Benjamin Piotrowsky? Por favor, señor Piotrowsky. Sé que es tarde, pero necesitamos hablar”.
Ben se desplaza por la habitación arrastrando los pies y enciende la luz que hay afuera sobre la entrada. Espía desde la ventana del frente. Hay una mujer parada en el pórtico, vestida con jeans y un buzo negro con capucha. No la reconoce y no sabe qué hacer. Enciende la luz del techo de la sala de estar y grita a través de la puerta, “¿La conozco? ¿Quién es usted?”
“Mi nombre es Marnie, soy una amiga del Sr. Wheatley, y vine de parte suya. Por favor abra la puerta”.
De alguna forma, su identificación tiene todo el sentido, ella es quien dice ser y sí, por supuesto, está aquí de parte del Sr. Wheatley, pero Ben nunca ha estado más atemorizado por su seguridad. Destraba y abre la puerta en contra de su mejor criterio.
Marnie entra, cierra la puerta, y dice: “No se preocupe, no tardaré mucho”. Sus movimientos son suaves y atléticos y sus manos descansan sobre sus caderas. Es más alta que Ben, quizás un poco menos de un metro ochenta. Tiene el pelo negro largo hasta los hombros, y ojos que no son del todo simétricos, el izquierdo más chico y ligeramente más abajo que el derecho. Su edad es indeterminada, en cualquier punto entre los veintilargos y los cuarenta y pico. Como alguien que es consciente de su propia apariencia aniñada, joven (tez rubicunda, imposibilidad de que le crezca incluso una sombra de vello facial), Ben sospecha que ella es mayor de lo que aparenta.
Ben pregunta: “¿Quiere un vaso de agua, o algo, eh, ¿Marnie, verdad?”
“No, gracias. ¿Haciendo un poco de plomería a última hora?”
“¿Qué? Oh.” Ben esconde el caño a sus espaldas. “No. Es, mmm, mi pequeño implemento de seguridad, supongo. Yo, mmm, pensé que alguien estaba queriendo meterse por la fuerza”.
“Tocar su puerta es lo mismo que meterse por la fuerza, ¿no?” Marnie sonríe, pero es la sonrisa de un matón, la sonrisa de un político. “Lamento haberlo despertado e iré directo al grano. El Sr. Wheatley no está de acuerdo con que usted postee una foto de su tarjeta de admisión en Facebook”.
Ben parpadea de manera descontrolada, como si fuera un espía capturado al que le han puesto una lámpara de luz intensa delante de la cara. “¿Perdón?”
“Usted posteó una foto de la tarjeta de admisión a las 9:46 esta noche. De momento, tiene trescientos diez ‘me gusta’, ochenta y ocho comentarios y fue compartido trece veces”.
La cabeza del pájaro. Entre ratos transcribiendo la entrevista e ignorando llamadas del restaurant (ese idiota de Shea estaba llamando para cambiar turnos, otra vez), Ben le rendía pleitesía a la cabeza del pájaro. Se maravillaba de cómo era simultáneamente liviana y pesada en la palma de su mano. Pasó más de una hora ensayando fotografías de la cabeza, con la intención de usar una en la publicación de la entrevista. Ben colocó la cabeza del pájaro en el lomo de un anotador abierto, el anotador en el que había tomado los apuntes de la entrevista. La cabeza estaba ligeramente torcida, de manera que la extensión del pico pudiera ser admirada. La imagen era demasiado obvia y no lo suficientemente extraña. El resto de sus fotografías eran estudios sobre la incongruencia; la cabeza del pájaro en el medio de un plato blanco, descansando en el cuenco de una cuchara enorme, enredado en los cordones azules de sus zapatillas Chuck Taylor, posada encima de su refrigerador, y en el alféizar de la ventana, enmarcada por los barrotes negros. Se quedó con un primer plano de la cabeza del pájaro en el piso de madera agrietada, de modo que su ojo negro, sus plumas rojas y el pico de color cuerno llenaban el encuadre. Para el espectador, el tamaño de la cabeza del pájaro sería difícil de determinar, debido a la falta de primer plano o escala dentro de la fotografía. Esa fue la foto. La posteó junto con el texto “Muy pronto en The New Dark Review: Algo sobre William Wheatley” (lo cual pensó que era infinitamente inteligente). Por supuesto muchos de sus amigos (¿eran amigos, verdad? ¿califican también como conocidos las colecciones de imágenes pixeladas, los avatares y las opiniones que nunca se conocieron en persona?) dentro de la comunidad internauta de fanáticos de la literatura de horror comentaron con entusiasmo respecto de la foto. Ben se sentó delante de su laptop, mirando los ‘me gusta’, los comentarios y los compartidos sumándose. Interactuó con cada comentario y publicación compartida, y no pudo evitar imaginar el tráfico que esta imagen generaría en The New Dark Review. Era lo suficientemente sensato como para sentirse tonto por pensarlo, pero no recordaba haberse sentido más exitoso o feliz.
Ben dice: “Oh, perfecto. La foto de la cabeza del pájaro. Dios, lo siento. No sabía que no debía, quiero decir, no me di cuenta...”
Marnie: “Entendemos su pasión por el Sr. Wheatley y su obra, ¿pero, honestamente, no pensó dos veces antes de compartir públicamente una foto de una tarjeta de admisión a una reunión privada, organizada por alguien que claramente valora su privacidad?”
“No, supongo que no. Nunca mencioné nada sobre la reunión, lo juro, pero ahora me siento estúpido y detestable”. Está diciendo la verdad; se siente estúpido y detestable, pero principalmente porque entiende que Marnie está ahí para pedirle que borre su posteo de Facebook más popular. “Estoy muy apenado por eso”. “¿Siempre reacciona así cuando alguien lo invita a una celebración privada? ¿Cuando le otorgan un regalo tan personal?” “No. Dios, no. No fue así. Lo posteé para, ya sabe, generar algún tipo de pre-interés, eh, de ruido, para la entrevista que voy a publicar mañana. Un avance, ¿está bien? Eso fue todo. No creo que el Sr. Wheatley tenga conciencia de cuánto la gente de la comunidad del horror ama ‘Algo sobre los pájaros’ y cuánto quieren saber sobre él, y oírlo de su boca”. “¿Vamos a seguir teniendo problemas? “¿Problemas?” “Cuestiones”. “No. No lo creo así”. “¿No lo cree así?”
“No. Nada de problemas o cuestiones. Lo prometo”. Ben retrocede sin notar lo que hace y se estrella contra la pequeña mesa desayunadora de su cocina. Se le cae el caño, que repiquetea contra el suelo.
“Usted no posteará más fotos en las redes sociales ni incluirá la foto o cualquier mención de la invitación y la reunión en sí misma cuando publique la entrevista” “No lo haré. Lo juro”. “Nos gustaría que saque la foto, por favor”.
Todo en él grita no, y quiere argumentar que ellos no entienden cuánto la foto ayudará a que todos los ojos y los lectores se vean atraídos por la entrevista, cómo eso ayudará a todos los involucrados. En lugar de eso, Ben dice: “Sí, por supuesto”. “Ahora, por favor. Retírelo, y quiero verlo retirarlo”.
“Sí, claro”. Saca su teléfono de su bolsillo y camina hacia Marnie. Ella mira los movimientos de sus dedos mientras borra el posteo.
Marnie dice: “Gracias. Lamento haber interrumpido su velada, Benjamin.” Camina hasta la puerta de entrada. Se detiene, se vuelve, y dice: “¿Está seguro de aceptar la invitación, Benjamin?”
“¿A qué se refiere?” “Puede devolverme la tarjeta de admisión si no se cree capaz de manejar la responsabilidad. El Sr. Wheatley lo entendería”. La idea de darle la cabeza del pájaro ni una sola vez pasa por su mente como una posibilidad. “No, está bien. Voy a quedármela. Me gustaría quedármela, por favor, quiero decir. Entiendo por qué está molesto y no traicionaré su confianza otra vez. Lo prometo”. Marnie empieza a hablar, y gran parte del resto de la extrañamente personal conversación pasa como un sueño.
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WW: Soy muy consciente del papel de las aves dentro de la tradición pagana y de que están vinculadas con el concepto de libertad, de la capacidad de trascender lo mundano, de dejarlo atrás.
BP: Suena como una apropiada descripción de la ficción extraña para mí, Sr. Wheatley. Quiero hablar un poco sobre los extraños nombres de los personajes de los niños. Algunas veces soy de la opinión de que los niños están ocupando los roles de espíritus familiares del Sr. H______. Son su compañía, por supuesto, y lo están asistiendo en algún tipo de tarea… una curación, quizás, ya que se describe al Sr. H______ teniendo una dolorosa cojera al comienzo del cuento, una cojera que no parece estar ahí cuando más tarde él sigue a los niños dentro del bosque.
WW: (se ríe) Amo oír todas las diferentes teorías sobre el cuento.
BP: ¿Se ríe porque estoy muy errado?
WW: No, para nada. Intenté incluir tantas interpretaciones como fuera posible y, al hacerlo, me ha agradado encontrar muchas más interpretaciones que no había notado que existían. O que no había notado conscientemente, si eso tiene sentido. En aras del juego limpio, admitiré, por primera vez, públicamente, Benjamin, de donde saqué los nombres de los niños. Llevan el nombre de canciones de la pequeña y oscura banda punk de mi amiga Liz. Espero que eso no sea una desilusión.
BP: Para nada. Creo que es sorprendentemente cool.
WW: Un chiste interno, sí, pero los nombres aparentemente tomados al azar han adquirido significado, también. Al menos lo tienen para mí.
BP: Déjeme lanzarle una lectura alegórica más: he leído a una crítica colega que insiste en que hay una historia clásica entre toda la cualidad extraña. Ella argumenta que El Almirante, El Cuervo y Kittypants en concreto están representando una versión sincrética del mito egipcio de Horus, Osiris y Set, con el Sr. H______ representando a Huitzilopochtli, el dios mexicano de la guerra con cabeza de pájaro. ¿Ha descubierto algo?
WW: Las referencias a esos mitos culturales que involucran dioses con cuerpos humanos y cabezas de pájaros no fueron conscientes de mi parte. Pero eso no significa que no estén ahí. Crecí leyendo esas historias de dioses antiguos y mitologías y son parte de mí como son parte de todos nosotros, incluso si no nos damos cuenta. Ese es el verdadero poder del cuento. Que puede encontrar los secretos que tanto el escritor como el lector no sabían que tenían dentro de sí mismos.
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Ben no se despierta hasta después de la 1 de la tarde. Sus sueños fueron repeticiones de su prolongada conversación nocturna con Marnie. Estuvieron de pie en la sala de estar. Ni se sentaron ni se pusieron más
cómodos. Él recuerda parte de la conversación teniendo lugar de la siguiente manera: “¿Cuándo leyó por primera vez ‘Algo sobre los pájaros?’” “Cinco años atrás, creo”. “¿Cuándo se mudó a la ciudad?” “¿Tres años atrás? Creo”. “¿Cree?” “Lo siento, fue dos años atrás, se cumplieron este último septiembre. Pareciera que he pasado más tiempo acá. No sé por qué me confundió esa pregunta”. “Como adulto, ¿siempre ha vivido solo?” “Sí”. “¿A cuántas millas de la casa de su madre vive ahora?” “No estoy seguro de la distancia exacta, pero ella está en otra zona horaria”. “Dígame por qué odia su trabajo en el restaurant”. “Es tener que fingir amabilidad lo que me hace sentir inútil y solo”. “¿Ha tenido muchas amantes?” “Solo dos. Ambas relaciones duraron menos de dos meses. Y de eso hace bastante, desgraciadamente”. “¿De qué hace bastante?” “Desde que tuve una amante, como usted lo llamó”. “¿Ha sostenido alguna vez un pájaro vivo entre sus manos y sentido su fragilidad o ha tenido uno grande posado sobre su brazo u hombro y sentido su fuerza apenas contenida?” “No. Ninguna de las dos cosas”. “¿Prefiere garras o pico?” “Preferiría alas”. “No puede elegir alas, Benjamin. ¿Garras o pico?” “¿Ninguno? ¿Ambos?” Y así siguieron. Ben no va a trabajar y no llama para excusarse. Su teléfono vibra con los agitados dónde-estás y ¿vas-a-venir?. Él tiene la esperanza de que lo llamen a ese idiota de Shea para que lo cubra. Le dice a su teléfono cuando suena, “The New Dark Review será mi trabajo”. Decide que cortar su ya desgastada línea de seguridad económica es el motivo necesario para realmente arriesgarse con la carrera que ahora quiere. Dice: “Hundirse o nadar”, luego se reprende en broma por no tener una analogía apropiada con pájaros. ¿No hay una especie de ave que pone huevos en los acantilados de Irlanda o sus alrededores, y las madres empujan a las crías fuera del nido y mientras caen por la ladera de la roca escarpada aprenden a volar o perecen? Ben decide convertir su propia revistita dedicada a ensayos sobre terror poco conocido y contemporáneo y ficción extraña en una carrera. No es tan ingenuo como para creer que la revistita alguna vez podrá sostenerlo económicamente, pero tal vez podría elevar su nombre y estatura dentro del ambiente y convertirlo en algo más.. Podría promocionar/vender espacios publicitarios a editoriales e investigar modelos de pago basados en suscripciones de libros electrónicos. En contra de su voluntad, fantasea con The New Dark Review ganando premios de la industria editorial. Con ese éxito podría timonear una antología de relatos dedicados a Wheatley, un ciclo de cuentos escritos por otros autores famosos centrado en “Algo sobre los pájaros.” Si tan solo no le hubieran dicho que retirara la foto de la cabeza del pájaro de sus varias plataformas de redes sociales... Se teme que una verdadera oportunidad se ha perdido y los mensajes y correos electrónicos preguntándole por qué sacó la foto no están ayudando. En lugar de seguir con sus ideas generadoras de ingresos y de promoción para The New Dark Review, Ben busca en Google los pájaros del acantilado irlandeses y encuentra a los polluelos de arao. No son empujados fuera del nido. Son entusiasmados por los llamados de su padre debajo de los acantilados. Y no vuelan. Los polluelos caen en picado y rebotan en las rocas y, si consiguen sobrevivir, nadan hacia el mar con sus padres. Ben transcribe el resto de la entrevista y la publica. Comparte el enlace en varias plataformas, pero la entrevista no genera la misma respuesta entusiasta que recibió la foto de la cabeza del pájaro. Decide crear una campaña a largo plazo para promocionar la entrevista, darle una vida larga, una con cola (un término editorial/de marketing, por supuesto). Publicará después de la entrevista un ensayo crítico extenso sobre el trabajo de Wheatley. Lee “Algo sobre los pájaros” ocho veces más. Clava un tablero en una de las paredes de la sala de estar. Crea líneas de tiempo y un mapa físico del planteo de la historia, pone en escena los personajes y crea dosiers, usa trozos de cuerda e hilo para hacer conexiones. Pincha tarjetas con citas de Wheatley. Dibuja cabezas de pájaros también. Esa noche se produce una repetición de los golpes en la puerta del frente. Solo que Ben no está seguro de si los golpes son reales o si solo está soñando. Los golpes son más suaves esta vez; un golpeteo más que un golpe. Podría haber recibido con agrado otra visita de Marnie antes, mientras trabajaba en su nuevo ensayo, pero ahora se tapa la cabeza con las mantas. El golpeteo se detiene finalmente.
Más tarde afuera hay un fuerte viento, y lluvia, y su departamento canta con todo tipo de ruidos, no muy diferentes del batir de cientos de alas.
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WW: Bueno, esa es la cuestión, ¿no? Es la pregunta que el título del cuento prácticamente hace. Siempre he estado fascinado por los pájaros, y hasta el momento de escribir el cuento no había estado en condiciones de enunciar completamente por qué. Sí, la historia es extraña, engañosa, quizás macabra, e incluso así es sobre mi amor, a falta de un término mejor, por los pájaros. Estoy intentando dar una respuesta, lo siento. Dejame intentarlo otra vez: Nuestra fascinación por los pájaros es más que un anhelo espiritual new-age de tienda de baratijas, más que los peores de nosotros creyendo que estos magníficos animales sirven como avatar de nuestras almas miopes y de corazón negro, si alguna vez hemos tenido algo así como un alma. Hay esta alteridad respecto de los pájaros, ¿no? Gracias a dios por eso. Es como si estuvieran en posesión de un conocimiento totalmente ajeno a nosotros. No creo que me esté explicando muy bien, y por eso escribí la historia. La historia llega a lo que intento decir sobre las aves mejor de lo que puedo hacerlo ahora. Siempre he sentido, como humilde observador, que la emoción adecuada ante la presencia de un pájaro es el asombro. El asombro es tan temible y terrible como extático.
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Ben es despertado por las vibraciones de su teléfono, con más llamados del restaurant. Su cuarto está a oscuras. Hasta donde puede ver desde sus confines cavernarios, afuera también está oscuro. Ben tantea hasta encender la lámpara de su mesita de noche, y la luz vuelve todo peor. Frente al pie de su cama está su cajonera. Es la cajonera de su infancia y la madera está llena de cicatrices hechas por raspones y maculada por restos blancos y hechos jirones de lo que alguna vez fueron calcomanías de Pokémon. Encima de la cajonera hay una cabeza de pájaro, y es tan grande como su propia cabeza. Más grande, de hecho. Sus colores son los mismos que los del barbudo de cabeza roja. Las plumas rojas, en este tamaño, son sorprendentemente rojas, como si el rojo nunca hubiera existido antes de este plumaje grotescamente hermoso. Él entiende que el color es una comunicación. Una advertencia. Una amenaza. Y así también el pico amarillo amarronado, que es tan grueso y prominente como el cuerno de un rinoceronte, apuñalando amenazadoramente su dormitorio. Los ojos del pájaro son más grandes que sus puños y los iris negros están rodeados de más rojo.
Busca a tientas su trozo de tubo de metal y lo aprieta con fuerza con ambas manos, sosteniéndolo como un bate de béisbol cómicamente achaparrado e ineficaz. Grita: “¿Quién está ahí?” repetidas veces, como si al gritarlo suficientes veces pudiera generar una respuesta inequívoca a la pregunta. No llega ninguna respuesta. Corre a la sala de estar gritando “¿Marnie?” y abre las puertas de su baño y su ropero y no encuentra a nadie. Revisa la puerta del frente. Está sin traba. ¿La dejó sin pasar el cerrojo anoche? La abre con una profunda sensación de culpa y sale a su porche delantero vacío. Fuera de su apartamento hay un mundo diferente, uno repleto de edificios de ladrillo, tráfico incesante, autos estacionados uno tras otro hasta donde llega su vista, y las veredas son ríos de peatones que no saben o no les importa quién es él que ha sucedido. Ir afuera es un error terrible y Ben vuelve a su departamento y de nuevo grita: “¿Quién está ahí?”
Ben eventualmente deja de gritar y regresa a su dormitorio. Da la vuelta hasta el frente de la cajonera para poder ver la cabeza del pájaro de frente y no de perfil. Ben toma una foto con su teléfono y envía un mensaje grupal privado (foto adjunta) a una selección de conocidos dentro de la comunidad de terror/ficción extraña. Les dice que esta nueva foto no es para uso público. En los primeros treinta minutos recibe respuestas que van desde “¡Celoso!” hasta “Sí, vi la foto de ayer, pero genial” o “Me gustó más la foto de ayer. ¿Podés enviarme esa?” Ninguno de ellos comentó sobre el tamaño imposible de la cabeza, lo cual tiene que ser evidente en la foto, ya que ocupa gran parte de la parte superior de la cajonera. ¿Asumieron que se trataba de algún tipo de truco fotográfico? ¿Asumieron que la cabeza del pájaro en la foto de ayer (el primer plano de la cabeza en el piso de madera) era del mismo tamaño? Debido al nuevo contexto, ¿esta segunda foto redimensionó en sus mentes la cabeza que vieron primero? Tipea en respuesta: “La cabeza no era así de grande ayer”, pero lo borra en lugar de enviarlo. Ben considera postear la foto de la-cabeza-sobre-la-cajonera en sus varias plataformas en redes sociales, de manera tal que Marnie vuelva y lo amoneste también, y después podría preguntarle porqué entró por la fuerza en su departamento y dejó esta monstruosa cabeza de pájaro? Tiene que haber sido ella quien lo hizo. Después de un extenso diálogo interior, Ben junta el coraje para levantar de la cajonera la cabeza. Tiene cuidado, al principio, de no tocar el pico. Tocar eso primero sería incorrecto, irrespetuoso. Peligroso. Se prepara para levantar un gran peso, doblando incluso las rodillas, pero la cabeza es sorprendentemente liviana. Eso no quiere decir que la cabeza se sienta frágil. Imagina que su ligereza es una consecuencia del diseño, para que el gran pájaro, a pesar de su tamaño, pueda volar y atacar a su presa rápidamente. Con la cabeza entre las manos, examina la parte superior del tocador en busca de cualquier huella de la pequeña cabeza que el Sr. Wheatley le dio inicialmente. No puede hallarla. Asume que Marnie cambió la cabeza más pequeña por ésta, pero también teme irracionalmente que la cabeza simplemente haya crecido a este tamaño de la noche a la mañana. Las plumas producen una sensación ligeramente aceitosa, y tiene cuidado de que ninguna se quede trabada entre sus dedos sin advertirlo, mientras manipula la cabeza y la hace girar, la pone boca abajo. No puede ver dentro de la cabeza, aunque es claro que está hueca. Un espeso bosque de plumas rojas oscurece la abertura del cuello, y cuando intenta tirar las plumas hacia atrás o correrlas a un lado, otras plumas obedientemente entran en escena para bloquear la vista. Hay tentadores destellos de oscuridad entre las plumas, como si la profundidad contenida en su interior fuera ilimitada.
Envía su mano derecha adentro de la cabeza, esperando sentir yeso, o plástico, o una malla de alambre quizás, el funcionamiento interno de una máscara intrincada o, tal vez incluso, aunque parezca imposible, el duro hueso de un cráneo. Sus dedos exploran suavemente el perímetro interior oculto, y siente una arcilla cálida, húmeda y flexible, o masilla, o carne. Saca su mano y frota sus dedos entre sí, y se los mira, esperando ver rastros de humedad. Está hablando consigo mismo ahora, preguntándose si puede ver humedad, y se limpia la mano en sus pantalones cortos. Tiene náuseas (pero agradablemente), mientras imagina que hace unos momentos sus dedos estaban explorando el interior de una herida. Con más audacia, devuelve su mano al interior de la cabeza del pájaro. Presiona contra las paredes interiores y esas paredes ceden ante sus dedos como si estuvieran hechas de la piel debilitada de frutas y verduras demasiado maduras. Las puntas de los dedos se hunden más profundo en la carne de la cabeza, y su brazo tiembla y le duele la muñeca por el esfuerzo.
Se oye un húmedo sonido de succión cuando Ben saca su mano. Gira bruscamente la cabeza, olvidándose por un momento del tamaño del gran pico y su punta con púas le deja un rasguño rojo en el antebrazo. Envuelve su mano alrededor del pico cerca de su base, y sus dedos son demasiado pequeños para encerrar su circunferencia. Intenta separar las dos mitades del pico, un domador de leones mediocre intentando abrir fauces temibles, pero están fijadas en su lugar, cerradas herméticamente, como dientes apretados.
Ben lleva la cabeza a la sala de estar y la coloca suavemente en el suelo. Se acuesta a su lado y pasa los dedos por sus plumas, con cuidado de no tocar el pico otra vez. Si mira con suficiente atención, durante el tiempo suficiente, se ve a sí mismo en miniatura, acurrucado como un ratón de campo, reflejado en los charcos negros de los ojos del pájaro.
***
BP: Un breve resumen del final. Por favor, deténgame si digo algo inexacto o engañoso. Los niños, liderados por El Cuervo y El Almirante, reaparecen saliendo del bosque al que el Sr. H______ les había prohibido entrar, y usted describe maravillosamente la fuga de El Almirante: “su nuevo yo pasó por encima de su antiguo yo, como si fuera un eclipse”. Cuando le preguntan (no sabemos quién habla, ¿verdad?) dónde está Kittypants, El Cuervo dice que Kittypants todavía está en el bosque y estaba esperando ser encontrado y recuperado, que no echó a volar. Alguien (otra vez, el orador no es identificado) se ríe y dice que sus alas están rotas. Los demás niños estallan en ruidos, cánticos y canciones, ansiosos por ir hacia Kittypants. El pájaro muerto que habían traído con ellos está olvidado. Me encanta cómo no está claro si los niños finalmente se pusieron sus máscaras de pájaro o si las tuvieron puestas todo el tiempo. O tal vez no llevan máscara alguna. Sr. H______ dice que pueden irse solo después de que hayan terminado de cavar un hoyo lo suficientemente grande como para que el pequeño quepa dentro y no se le alboroten las plumas. El lector no está seguro de si el Sr. H_____ se está refiriendo al pájaro muerto o, en retrospectiva, si es una alusión siniestra a Kittypants, el más pequeño de la partida. Los niños se van inmediatamente y no está claro si han terminado de cavar el hoyo o no. Quizás simplemente se van a casa, el funeral o la celebración terminaron, el juego terminó. El Sr. H______ entra en el bosque tras ellos y encuentra su bandada en un claro, el sol poniente arrojándolo todo a la sombra, “un bajorrelieve viviente.” Saltan alto en el aire, los brazos extendidos tan anchos como el mundo, y luego se estrellan contra lo que se describe desde la distancia como un montón de hojas no más grande que un niño dormido, acurrucado. Es una imagen magnífica, Sr. Wheatley, que al mismo tiempo evoca el juego físico, alegre y caótico de los niños y, al mismo tiempo, se asemeja a una reunión de aves carroñeras descuartizando una carcasa en un frenesí. Tengo que preguntar, ¿la pila de hojas es solo una pila de hojas o Kittypants está adentro?
WW: Me encanta que hayas visto la metáfora de las aves de rapiña en esa escena, Benjamin. Pero, oh, jamás se me ocurriría responder a tu última pregunta, directamente. Pero seguiré con el juego, un poco. Dejame preguntarte esto: ¿preferís que Kittypants esté bajo la pila de hojas? Si es así, ¿por qué?
***
Plegado dentro del sobre que recibió del Sr. Wheatley hay un conjunto de instrucciones mecanografiadas. Benjamin lleva calcetines negros, una camisa oxford y pantalones oscuros que antes combinaban con una chaqueta cruzada. Camina veintitrés cuadras al noroeste. Entra en la oscurecida tienda de antigüedades por una puerta trasera, y desde ahí timonea entre estanterías estrechas y diversos muebles y taxidermia puesta en escena hasta la escalera que conduce al departamento del segundo piso. No llama ni dice el nombre de nadie. Todo de acuerdo con las instrucciones. La puerta de entrada al departamento del Sr. Wheatley está cerrada. Ben apoya la oreja contra la puerta, intentando escuchar a otras personas, a sus sonidos, tan variados como puedan ser. No oye nada. Acuna la cabeza del pájaro en su brazo izquierdo y la tiene presionada suavemente contra su costado, el pico sostenido por sus costillas. La cabeza está envuelta firmemente en una sábana blanca. La punta ganchuda del pico amenaza con rasgar la tela.
Ben abre la puerta, entra en el departamento y cierra la puerta suavemente detrás de él, y así termina el breve conjunto de instrucciones del sobre. Benjamin retira la tela blanca y sostiene la cabeza del pájaro frente a su pecho como un escudo. No hay nadie en la sala de estar. Las cortinas están corridas y tres apliques de pared esparcidos entre las ventanas y sus bombillas individuales emiten una luz débil, casi sepia. Las puertas hacia las otras habitaciones están todas cerradas. Camina hacia la mesa circular del comedor, esa a la que él se sentó con el Sr. Wheatley solo tres días atrás.
Ben no está seguro de lo que se supone que debe hacer a continuación. Sus labios y su garganta están secos, y teme vomitar si abre la boca para hablar. Finalmente, llama en voz alta: “¿Hola, Sr. Wheatley? Soy Ben Piotrowsky”.
No hay respuesta, o al menos una sensación de movimiento desde algún otro lugar dentro del departamento.
“Nuestra entrevista ya se publicó en línea. No sé si ya la ha visto, pero espero que le guste. La respuesta ha sido muy positiva hasta ahora”.
Ben arrastra los pies por el centro de la habitación y de repente se le ocurre que podría documentar todo lo que ha experimentado (incluyendo lo que experimentará más tarde esta noche) y agregarlo a la entrevista como un posfacio curioso, divertido. Es una idea brillante y algo que sólo mejoraría su reputación y la del Sr. Wheatley dentro de la comunidad de ficción extraña. Sí, seguramente lo hará, y Ben imagina la respuesta en línea más rabiosa que la reacción a la imagen de la cabeza del pájaro. Habrá discusiones y debates sobre si el misterioso posfacio es ficticio o no, y, de ser ficticio, si ha sido escrito por el mismo William Wheatley. La entrevista con posfacio será una extensión o un complemento perfectos para “Algo sobre los pájaros”. Quizás Ben pueda incluso convencer al Sr. Wheatley para que coescriba el posfacio con él. O, en lugar de eso, lanzarle esta idea al Sr. Wheatley no como un posfacio, sino como un hilo conductor o marco narrativo dentro de la entrevista misma. Sí, no solo esto podría ser un nuevo cuento, sino el comienzo de un nuevo ciclo de cuentos, y Ben será parte de esto.
Ben dice: “Esta cabeza de pájaro es adorable, de hecho. Lo digo en serio. Asumo que usted la hizo. No soy un experto pero parece ser una obra maestra. Estoy seguro de que hay una historia fascinante detrás de esto, que podríamos discutir más a fondo”. En el silencio que sigue, Ben agrega: “Quizás tu amiga Marnie la trajo a mi departamento. Hablamos la otra noche, por supuesto.”
La chispa de inspiración para un nuevo ciclo de historias y la seguridad de Ben se desvanecen en el silencio continuo del apartamento. ¿Ha llegado antes que todos los demás, o es esta alguna especie de juego en el que la fiesta no empieza hasta que él elige una puerta para abrir, y luego… luego qué? ¿Es esto un ritual de iniciación? ¿Se va a convertir él en parte de ese grupito secreto? Ben ciertamente espera que sea esto último. ¿Cuál de las tres puertas abrirá primero?
Ben pregunta: “¿Tengo que ponerme la cabeza de pájaro, Sr. Wheatley? ¿Es eso?”
La sola idea de estar encerrado en la oscuridad de la cabeza del pájaro, sus mejillas y labios y párpados presionando contra lo-que-sea que esté en el interior, es un horror. Pero aun así, no quiere nada más que poner la cabeza de pájaro sobre la suya, tener ese gran pico desplegándose ante sus ojos, una batuta con la cual dirigir la voluntad de los demás. No se la pondrá, no hasta que esté seguro de qué es lo que se supone que haga.
“¿Qué se supone que debo hacer ahora, Sr. Wheatley?” La puerta a la izquierda de Ben se abre, y cuatro personas —dos hombres y dos mujeres— llevando máscaras de pájaros sobre sus cabezas atraviesan el vano. Están desnudos y sus cuerpos carecen de pelo, luciendo la suavidad de una afeitada. En la tenue iluminación sus edades son casi imposible de determinar. Hay un cuervo con plumas tan negras que su pico parece surgir de la nada, un búho con plumas de color cobre y ojos amarillos lo suficientemente grandes como para tragarse la habitación, un elegante halcón con el pico parcialmente abierto en una sonrisa aviar, y la cuarta cabeza de pájaro es una cruza entre un pavo real y un loro, con sus llamativos azules, amarillos y verdes, y las plumas erguidas sobre sus ojos como antiguas torres prohibidas. Se abren en abanico y caminan hacia Ben sin hablar y sin ceremonial. Las plantas de sus pies descalzos golpetean suavemente el suelo de madera. El hombre con la máscara de pájaro de colores más brillantes debe ser el Sr. Wheatley (y/o el Sr. H________), ya que hay lentigos, arrugas y otras evidencias de la edad en su piel; aunque los músculos debajo están sorprendentemente tensos y definidos.
El Sr. Wheatley toma la cabeza de pájaro de las manos a Ben y se la pone a la fuerza sobre la cabeza. Ben respira rápidamente, como si se estuviera preparando para una inmersión en aguas profundas, y las plumas revolotean frente a sus ojos, una oscuridad que lo abarca todo y un calor en la oscuridad, que lo sofoca y lo acaricia al mismo tiempo, y luego puede ver, aunque no como podía ver antes. Mientras el ambiente que circunda el departamento se oscurece, visto a través de un espectro ultravioleta de negativo de película, las plumas de los pájaros se convierten en espectaculares despliegues de colores de fuegos artificiales; colores secretos frente a los cuales él era un ciego apenas un momento atrás, colores más allá de toda descripción. Que Ben quizás nunca vuelva a ver esos colores es una tristeza repentina y grande. Por más hermosas que sean las cabezas de los pájaros, los cuerpos humanos desnudos de sus dueños, con sus partes corporales temblorosas y balanceándose, son feos, débiles, defectuosos, mal diseñados, y Ben no puede evitar pensar en cómo podría arrebatar sus tiernos pedazos con la prensa de su pico.
Con rapidez, los hombres y las mujeres le quitan la ropa a Ben. El Cuervo dice: “Kittypants está esperando a que lo encuentren y lo recuperen. No voló”, y lo conducen a través de la sala de estar y hacia la puerta de la que habían salido. A Ben lo aterroriza que ella esté hablando de él. No está seguro de quién es él mismo, quién se supone que es.
A través de la puerta hay un dormitorio con un colchón extragrande que reclama la mayor parte del espacio. No hay cama o somier, solo el colchón en el suelo. El colchón no ha sido preparado para dormir; no hay ropa de cama. Hay un montón de hojas secas en el centro. Ben mira el montón de cerca, y cree ver el contorno de una forma, de algo debajo.
Ben se sitúa al pie del colchón mientras los demás se mueven para flanquear los lados opuestos. La iluminación es diferente en el cuarto. Todo es más oscuro, pero de alguna manera llega con más detalle. Sus máscaras no se ven como máscaras. No hay líneas de demarcación claras entre cabeza y cuerpo, entre el plumaje y la piel. ¿Está, de hecho, en presencia de dioses? Los colores de las plumas se han oscurecido también, como si no fueran en absoluto plumas, sino la piel de camaleones. El alivio de Ben por no ser el personaje en la pila de hojas se compensa con el miedo de no poder volver a quitarse su propia cabeza de pájaro.
Los otros susurran, ríen por lo bajo y se crispan, como si percibieran su debilidad, o su falta de compromiso. El Cuervo pregunta: “¿Preferís garras o pico?” Su pico es mayormente negro, pero un marrón áspero y rasposo se ve a través de los bordes y en la punta, como si el color negro se hubiera desgastado por el uso.
Ben dice: “Sigo prefiriendo las alas”.
Algo se mueve sobre la cama. Algo cruje.
La voz del Sr. Wheatley dice “No podés elegir alas”.
FIN
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