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RABELAIS, LA PESTE Y EL CARNAVAL

Fabián Soberón


En el prólogo al libro cuarto de Gargantúa y Pantagruel, Rabelais sostiene que sus historias pantagruélicas brindan un pequeño solaz similar al que brinda el médico al enfermo. Y luego cita a Hipócrates para referir que la medicina es comparada por este con un combate en el que participan tres personajes: la enfermedad, el médico y el enfermo.

Cita una brevísima historia sobre la hija de Augusto: la joven se puso una ropa provocativa que irritó al padre. Al día siguiente se cambió el vestido y Augusto la miró contento. Ella le explicó que primero se había vestido para su marido y después para su padre. Rabelais usa esta historia para alegar que del mismo modo operan los médicos: cambian de máscara para agradar y ayudar a los pacientes.

Rabelais piensa que los escritores como él realizan la misma transmutación: envuelven con risas el corazón amargo de la vida para mejorar la existencia de los lectores.

Tanto en una pandemia como fuera de ella, nos enseña Rabelais, la ficción tiene el objetivo de brindar un lenitivo breve en medio del caos de la existencia. Rabelais era consciente de la fugacidad de la vida y de los tormentos que pueden aquejarnos. Sus ocurrencias intempestivas y el sentido bufo y socrático de la ironía le ayudaban a sortear la peste y el dolor inevitable.

La serie de historias en las que se ven envueltos el padre Gargantúa, el hijo Pantagruel y Panurgo (entre otros) forman parte de un carnaval hecho de lenguaje, bufonadas, retruécanos y reflexiones.

¡Ya quisiéramos tener el sentido del humor y la creación de vocablos que produjo el médico francés! Nos hacen mucha falta. En nuestros días, tenemos un Panurgo, un Gargantúa y muchos Herr Trippa. Pero nos falta Rabelais.

Una idea final: es curioso el destino del ser humano. El carnaval y la peste igualan a los hombres. Ricos y pobres, desdichados y fanáticos, bufones y melancólicos, poderosos y débiles son semejantes en el carnaval y la peste: ruedan parejo en la democracia de la fiesta y la enfermedad.

François Rabelais

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